En días próximos, abrirá en Guanajuato una nueva zona arqueológica, El Cóporo, que se distingue de otros sitios habilitados en ese estado por su arquitectura desarrollada hace mil 500 años; su puesta en valor para disfrute del público requirió de la implementación de un proyecto con enfoque social y ecológico, toda vez que este sitio prehispánico se halla sobre las laderas y la cima del cerro del mismo nombre.

El Cóporo será el noveno sitio prehispánico abierto en este sexenio, y el cuarto en el estado de Guanajuato. A diferencia de las zonas arqueológicas de Plazuelas, Peralta y Cañada de la Virgen, ligadas a la Tradición del Bajío, esta zona arqueológica del noroeste de esa entidad, está vinculada culturalmente a la Tradición del Tunal Grande, que integra asentamientos del occidente de San Luis Potosí, suroeste de Zacatecas, y Los Altos de Jalisco.

Éste y otros aspectos se han ido develando con el proyecto arqueológico, a cargo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), que se ha desarrollado a lo largo de siete años, y que ha tenido el apoyo del Gobierno del Estado de Guanajuato y del Ayuntamiento de Ocampo.

Carlos Alberto Torreblanca, coordinador del proyecto arqueológico, dijo que El Cóporo se desarrolló entre mil 800 y mil 100 años atrás (200-900 d.C.), e inclusive conocer el medio ambiente que prevalecía en ese entonces, el cual era muy distinto al paisaje semidesértico actual.

El futuro visitante comenzará su recorrido por el sitio en las partes bajas del cerro, en donde se encontraban las habitaciones de la gente común, para después pasar a un conjunto cívico-ceremonial conocido como la Plaza del Ocaso, donde se efectuaban rituales abiertos con la participación de un gran numero de personas.

Sin embargo, el ascenso mismo —explica el arqueólogo del Centro INAH Guanajuato— marca una separación entre el ámbito público y el privado, y desde el área conocida como Puerto del Aire, comenzaba una ruta de peregrinación hacia un espacio más exclusivo, ubicado en la cima del cerro (de 156 m de altura), llamado precisamente El Cóporo. Este trayecto, es justo el que expresa el enfoque ecológico del proyecto.

Durante la temporada de lluvias, como ocurre en estos meses y hasta septiembre, las cactáceas —entre las que hay 16 variedades de nopal— muestran un verdor inusual, y manantiales y arroyos se encuentran llenos. De acuerdo con Carlos Torreblanca, varios de estos cuerpos de agua fueron venerados y explotados en la época prehispánica.

Para apreciar mejor este escenario —flanqueado por paredones de roca erosionados por el viento, que da lugar a formas caprichosas—, se diseñaron varios miradores y áreas donde las personas no aptas para continuar el recorrido hasta la cúspide, puedan permanecer, pues el paisaje es un espectáculo por sí mismo.

Según los estudios paleobotánicos, detalla el experto del INAH, el ecosistema que prevaleció entre 200 y 900 d.C., cuando estuvo habitado El Cóporo, dista mucho del semblante semidesértico que muestra hoy en día. Investigaciones hechas en los años 60 en El Cóporo, sugerían que hubo cambios climáticos que derivaron en el paisaje que se observa ahora.

A partir de 2005, nuestro proyecto intentó corroborar o descartar esta hipótesis. Análisis de polen y de madera evidenciaron que el Valle de Ocampo, donde se asienta El Cóporo, era bosque de pinos y encinos en áreas cercanas a la Sierra de Santa Bárbara y a cuerpos de agua, y después había manchones menores, quizá de cactáceas.

“También se recuperaron restos de maíz, calabaza, amaranto, tomatillo, frijol, chile, lo que formaba parte de la dieta básica de los antiguos visitantes. Cerca de las áreas de cultivo se encontraban las pequeñas aldeas. Estos recursos se enviaban a la ciudad, donde eran controlados y seguramente distribuidos por un cacique a toda esa región, el Valle de Ocampo”, detalló el coordinador del Proyecto Arqueológico El Cóporo.

Aunque los antiguos pobladores de El Cóporo y sus dominios —controlaba 29 asentamientos menores— modificaron el ecosistema precisamente para su sustento, el cambio más radical de éste se dio durante la Colonia, cuando la minería requirió la explotación de grandes áreas boscosas para obtener madera, lo que provocó un proceso de desertificación y la aparición de una vegetación dominada por mezquites, huizaches y nopales.

“Fue muy importante comprender el escenario geográfico en que se desarrollaron esas sociedades prehispánicas, pero también ver la evolución del paisaje, la vegetación, la flora y la fauna, en el periodo histórico y el contemporáneo, de modo que ahora también entendemos la vida cotidiana de San José del Torreón, que es la comunidad más cercana a la zona arqueológica.”

“En San José del Torreón aún persisten casas con el sistema constructivo tradicional de muros de adobe, chimenea, techos de tejamanil, si bien han comenzado a edificar viviendas con materiales más modernos. En el ámbito religioso, la comunidad celebra a su santo patrón cada 19 de marzo, a estas festividades acuden personas de la región, así como los migrantes”, dijo Torreblanca.

Esta línea de tiempo —que atraviesa las épocas prehispánica, colonial, y los siglos XIX y XX, hasta llegar al nuevo milenio, en la región del Valle de Ocampo— también se mostrará en el Centro de Atención de Visitantes de El Cóporo, que en su primera fase contará con una sala introductoria, donde se exhibirán gráficamente los resultados de siete años de trabajo continuo.

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