Adictos a la Coca-Cola... y ¿qué efectos tiene en el cuerpo humano?

Saturnino Martínez consume ocho litros de refrescos de cola al día. / Olmo Calvo / Sinc


El consumo habitual de bebidas azucaradas puede provocar un aumento de peso, caries, afectar a nuestro cerebro e incluso hacernos envejecer más rápido, según distintos estudios médicos. La ingesta excesiva está también asociada a alteraciones metabólicas y problemas cardiovasculares. A Saturnino Martínez –empresario español de 41 años–, que bebe ocho litros diarios de Coca-Cola, estos trastornos no le afectan. Solo siente adicción.

Es lo primero que hace al levantarse y lo último antes de acostarse. Así desde hace 18 años. Confiesa no beber por sed; su consumo se ha convertido en un acto mecánico. Pero por sus riñones ya se han filtrado unos 52.000 litros de cola.

Si bien es cierto que el cuerpo humano depende del agua, en la actualidad no se ha determinado el consumo diario máximo de líquido por persona. “Requerimos mayores fluidos cuando aumentamos la actividad física, si estamos en entornos húmedos y cálidos o cuando estamos enfermos, pero lo recomendable, según el Instituto de Medicina de EE UU, es que una persona consuma cerca de 3,7 litros de agua al día (entre comida y bebida)”, señala a Sinc Nicole Avena, investigadora en el departamento de Medicina en el Mount Sinai-St Luke’s Hospital de Nueva York (EE UU).

Nino –como le llaman sus amigos– supera más de dos veces esta cantidad recomendada de líquidos. “Esto puede producirle una sobrehidratación”, advierte Avena. El cuerpo regula la concentración excesiva de los fluidos intracelulares en función de varios factores, incluido el consumo variable de líquidos. “Si la concentración varía mucho, se puede alterar el metabolismo celular y provocar debilidad muscular, convulsiones, coma e incluso la muerte”, subraya esta  experta en obesidad en el hospital estadounidense.

Con una ingesta de líquido excesiva y continuada, «llega un momento en que nuestro riñón no es capaz de mantener el equilibrio de agua e iones, que inicialmente el organismo es capaz de compensar. En esta situación se produce un círculo vicioso en el que la orina no se puede concentrar y el individuo perpetúa el exceso de ingesta hídrica y este desequilibrio», comenta a Sinc Miguel Ángel Martínez Olmos, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela.

Pero al consumo desmesurado, se suma la ingesta de una bebida gaseosa efervescente que contiene edulcorantes artificiales y cafeína. Nino no bebe otro líquido que no sea Coca-Cola. El agua la reserva para refrescarse después de hacer deporte. A pesar de ello, sus niveles de colesterol y de glucosa son normales, tiene un indice de masa corporal (IMC) de 24,93, es decir tiene un peso normal –aunque confiesa haber engordado 5 kilos en los últimos años–, y su tensión es de 7/12.

 

Diabetes, obesidad y enfermedades cardiovasculares

Con un estado físico aparentemente saludable, los daños en su cuerpo pueden estar ocurriendo ya. “El consumo excesivo de bebidas azucaradas está relacionado con multitud de trastornos que incluyen la diabetes mellitus tipo 2, obesidad, enfermedades cardiovasculares, inflamaciones e hipertensión”, informa Avena quien añade que el consumo crónico puede incluso aumentar los triglicéridos, independientemente de la tolerancia a la glucosa. “Ocho litros de soda al día equivale a unos mil gramos de azúcar”, calcula.

Según Martínez Olmos, se produce también un exceso de ingesta de sodio, lo que provoca la aparición de edemas, daño renal, alteraciones en los niveles de diversos minerales del organismo (sodio, potasio, magnesio, calcio…), alteraciones del sistema nervioso y pérdida de calcio en los huesos, entre otros. «Hay una mayor tendencia a la osteopenia y la osteoporosis», recalca.

Además, aunque estos refrescos edulcorados contienen muchas calorías, no sacian el hambre. Algunos estudios experimentales han demostrado que las personas no ajustan la cantidad de bebida azucarada que beben mientras comen. “Ingerirán la misma cantidad de alimento independientemente de que beban Coca-Cola normal,light o agua”, explica a Sinc Adrian Meule, psicólogo en el Laboratorio de Comportamiento Alimentario en la Universidad de Salzburgo (Austria).

El estudio, publicado en la revista Appetite y liderado por la Universidad de Toronto (Canadá), revelaba que las personas no reducen la ingesta de comida cuando beben una refresco calórico. “En este caso, es mejor elegir un refresco que contenga menos azúcar (light) si se combina con comida. De este modo, se podrá evitar fácilmente las calorías adicionales que proporciona la cola original”, sugiere el experto.

En el caso de personas obesas, el solo hecho de alternar con una bebida que contenga menos azúcares como té o agua, les ayudaría a perder peso. “Pero tampoco podemos decir que nadie beba refrescos edulcorados. Si una persona es físicamente activa y reduce la ingesta de alimentos, beber mucha soda no conlleva necesariamente sobrepeso”, afirma Meule.

Sin duda, el problema más aparente del consumo de esta bebida es la adicción que genera. “No tengo ni idea por qué bebo tanto, pero me encuentro de maravilla y no está asociado a comer o beber otras cosas”, cuenta a Sinc Nino. Pero, en la actualidad, no existe consenso entre los científicos que determine si el consumo excesivo de algunos alimentos (como puede ser el azúcar en la Coca-Cola) puede considerarse una adicción.

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Dopamina liberada

La ciencia demuestra que la adicción alimentaria está asociada a un incremento de la actividad en áreas del cerebro relacionada con la recompensa. “El consumo de altos contenidos de azúcar hace que la dopamina (un neurotransmisor del sistema nervioso central) se libere y la adicción se refuerce naturalmente. El resultado es que el individuo sigue consumiendo para sentir los mismos efectos”, indica Avena.

Sin embargo, la presencia de azúcar no siempre se asocia a un consumo adictivo de alimentos. Esta evidencia existe en algunos modelos animales, “pero no en humanos”, apunta el investigador de la universidad austríaca. Ejemplo de ello es que Nino sustituyó cuando tenía 23 años el consumo de café por el de Coca-Cola Light, que no contiene azúcar sino edulcorantes, y siente adicción.

Ciertas actitudes alimentarias pueden definirse como adictivas, pero “no queda claro si en realidad se trata de una dependencia a la sustancia (el azúcar) o si es más bien una adicción de comportamiento, o a comer”, detalla Meule.

En el caso de bebidas que no contengan azúcar, como la Coca-Cola Light, el papel de los edulcorantes no nutritivos también se discuten: “No hay tampoco consenso sobre las consecuencias positivas o negativas de beber refrescos light en lugar de los que contienen azúcar”, señala el científico quien explica que estas sustancias engañan al cerebro de tal manera que este piensa que está consumiendo azúcar cuando no lo está haciendo. “Esto aumenta el antojo por alimentos azucarados”, dice.

Pero esta idea raramente es aceptada en la investigación en humanos. Mientras que en animales se ha demostrado que la ingesta de líquidos edulcorados tiene efectos negativos en la salud, como el aumento de peso, en humanos existen evidencias contradictorias al respecto.

Además, con los refrescos de cola entra en juego otro componente: la cafeína, que sí está considerada como una sustancia adictiva en el Manual diagnóstico y estadístico de Trastornos Mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. Por tanto, “si alguien exhibe un consumo adictivo a estas bebidas, se puede relacionar al contenido de cafeína y azúcar, pero no únicamente al de azúcar”, asevera Meule.

 

Adicción a la comida basura

En este sentido, la cola y la cafeína no son los únicos alimentos con propiedades adictivas. Un estudio, publicado recientemente en la revista PLoS ONE, demuestra que los productos procesados, con azúcar y grasas añadidas, provocan esta misma dependencia.

“Nuestro cerebro percibe algunos tipos de alimento como más placenteros que otros, pero muchos de estos productos contienen un alto índice glucémico (velocidad a la que se eleva el nivel de glucosa en la sangre) y una alta carga glucémica (que tiene en cuenta el índice glucémico y la cantidad de carbohidratos en los alimentos)”, señala Avena.

Muchos alimentos con una alta carga glucémica han sido procesados para incrementar en su contenido la cantidad de azúcar. “En ratas, los estudios demuestran que estos alimentos como galletas y pasteles con azúcar, grasa o ambas cosas, están asociadas a comportamientos adictivos”, especifica la experta.

En otros estudios con humanos, los científicos indican que alimentos con bajos niveles de carga glucémica, como el pepino y el brócoli, no están asociados con comportamientos alimentarios adictivos. “En general, la gente siente más frecuentemente adicción por productos que tienen un alto contenido de carbohidratos y de grasa como el chocolate, los helados, las patatas fritas y la pizza”, añade Meule.

Pero hay diferencias culturales. En EE UU, por ejemplo, es el consumo de chocolate el que presenta mayores problemas de control por parte de las personas. En un trabajo, liderado por la Universidad de Cornell (EE UU) y publicado en Appetite, las mujeres estadounidenses, británicas y alemanas sentían mayor adicción por este producto que los hombres. “En España, no hay diferencias de género al respecto”, dice el científico.

Ante el deseo incontrolable de consumir estos alimentos, los científicos siguen buscando respuestas biológicas. Pero los efectos en la salud de su excesivo consumo son inexorables. Nino es prudente al respecto: «Supongo que si alguna analítica me sale mal o algo parecido, dejaría de tomarla automáticamente».

Cómo reducir el consumo

“Es posible. Pero supone esfuerzo porque cuanto más restringes algo más lo ansías”, confiesa Nicole Avena. Los azúcares añadidos están escondidos en muchos alimentos que se consumen habitualmente como los yogures, los cereales y el pan. Por ello, “es importante aprender a leer las etiquetas nutricionales para controlar cuánto azúcar añadido se está consumiendo y así reducir la cantidad”, informa la investigadora.

En el caso de Nino, que bebe ocho litros de refresco al día, la científica sugiere usar estrategias similares a las empleadas para el abuso de drogas, como las de reducción de daños. “No sería realista pasar de ocho a cero litros”, dice Avena quien asegura que sí se puede reducir la cantidad de bebida que se consume al día.

Otra manera sería abordar un enfoque en el que la persona se diera cuenta de lo que le pasa cada vez que ingiere esta bebida. “Esto podría ayudarle a ser consciente de la cantidad de azúcar que consume diariamente», concluye.

(Adeline Marcos/SINC)

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