La firma de Eduardo Galeano

La firma de Eduardo Galeano


Manuel Martínez Morales

Poco a poco irán cayendo los que al pueblo le fueron mintiendo
Uno a uno irán hablando los que estaban la cara ocultando. 

Doctor Krápula

A lo oculto, como el poema que se esconde a la vuelta de la esquina del amor, como las palabras que siempre he querido decirte sin atreverme a hacerlo; opones, luminosa y transparente, tu mirada cuando, después de besarte, me interrogas: ¿qué pretendes? Nada, no pretendo nada, respondo, más que tu compañía, experimentar la abierta alegría de estar a tu lado descubriendo lo oculto o, más que oculto, invisible, lo que estando ahí en el espejo que devuelve nuestra imagen, no alcanzamos a ver.

Por eso he pasado contigo incontables horas leyendo al cronista de los invisibles, cuya palabra nos descubre otra realidad, maravillosa realidad que está aquí tocándonos el hombro, llamándonos, pero a la que no están acostumbrados nuestros ojos que sólo miran lo que el poderoso quiere que mires.

Con suavidad y naturalidad en el lenguaje, el noble uruguayo nos acerca al hombre más feo de Brasil, a quien no veíamos o no quisimos mirar por horror:

Atacado por la lepra, la sífilis o quién sabe qué, el Aleijadinho ha perdido un ojo y los dientes y los dedos, pero este resto de él talla piedras con los manos que le faltan. El hombre más feo de Brasil crea la más alta hermosura del arte colonial americano.

Ni tu ni yo lo sabíamos, el Aleijadinho era un invisible para nosotros, hasta que Eduardo Galeano corrió el sutil velo que lo ocultaba.

Pero Mané, reprochas con ternura, no te hagas ilusiones; todo lo magnificas y trastornas debido a tu apego la epistemología apócrifa de San Judas Temeo, falso profeta personificado hoy en día por el doctor Krápula.

No es invento, mi pequeña, el invisible Alejaindinho realmente existió: Antonio Francisco Lisboa, conocido como el Aleijadinho (del portugués el «Lisiadito»), (29 de agosto de 1730 – 18 de noviembre de 1814), fue un escultor y arquitecto brasileño.

Es considerado el mayor representante del estilo barroco en Minas Gerais y de las artes plásticas en Brasil,   no sólo en su época, sino también durante el período colonial. Para varios investigadores, Aleijadinho es el mayor nombre del Barroco latinoamericano.

            Noche y día trabaja, como vengándose y brillan más que el oro sus cristos, sus vírgenes, sus santos, sus profetas, mientras la fuente del oro es cada vez más avara en fortunas y más pródiga en desventuras y revueltas.

Aunque no existen registros oficiales, uno de sus biógrafos sostiene que Aleijadinho nació en Vila Rica, hoy Ouro Preto, en Minas Gerais, hijo del maestro de obras portugués, Manuel Francisco da Costa Lisboa y de una esclava africana. Su padre le habría enseñado el oficio de carpintería y luego Aleijadinho aprendió de modo empírico las técnicas del dibujo y la escultura.

De este notable invisible, cuenta Galeano:

Hijo de una esclava negra, este mulato tenía esclavos que lo movían, lavaban, le daban de comer y le ataban el cincel a los muñones.

Otro de sus biógrafos sostiene que con aproximadamente cuarenta años de edad, Aleijadinho comenzó a desarrollar una enfermedad degenerativa de los miembros (aún se ignora si tal dolencia era lepra, reumatismo o sífilis  pues no hay documentos para probar alguna hipótesis). Así, los movimientos y habilidades de sus manos se fueron reduciendo de forma gradual. De esta anomalía en su cuerpo vino su apodo: Aleijadinho («el Lisiadito», en español). Murió en casa de su nuera, sin dejar fortuna, en 1814.

Su obra escultórica la realizó en distintos materiales, desde imágenes en madera hasta en esteatita, materia prima de construcción  típicamente brasileña, empleada en las edificaciones de iglesias.  La mayoría de sus trabajos son representativos del Brasil colonial, con características de rococó y de los estilos clásico y gótico,  basado en modelos llegados de Portugal, pero con un estilo propio.

Los espejos están llenos de gente./ los invisibles nos ven. Los olvidados nos recuerdan./ Cuando nos vemos, les vemos./ Cuando nos vamos, ¿se van?

La historia de este notable invisible nos hace recordar a los millones de invisibles de ahora, quienes se invisibilizan en las maquiladoras, las rutas de los migrantes, las cárceles, los barrios marginados de las grandes ciudades, las incontables fosas clandestinas. Y también en las legiones de artistas, poetas y pensadores que, por no inclinarse ante el poderoso son condenados a la invisibilidad.

Las historias de muchos de estos invisibles han sido rescatadas por Eduardo Galeano, llamado precisamente el cronista de los invisibles.

Y no habrá que olvidar tampoco a muchos otros invisibles, malignos y omnipresentes, como los aludidos por Eduardo Galeano en una Adivinanza:

Son los mimados de la familia. Son glotones, devoran petróleo, gas, maíz, caña de azúcar y lo que venga. Son dueños del tiempo humano, dedicado a bañarlos, a darles comida y abrigo, a hablar de ellos y abrirles caminos. Se reproducen más que nosotros, y ya son diez veces más numerosos que hace medio siglo. Matan más gente que las guerras, pero nadie denuncia sus asesinatos, y menos que nadie los periódicos y canales de televisión que viven de su publicidad. Nos roban las calles, nos roban el aire. Se ríen cuando nos escuchan decir: Yo manejo.

Pero a ti no te gustan las adivinanzas, y prefieres lanzarme una especie de acertijo, prometiéndome un beso si encuentro la respuesta correcta:

Hasta en tu cara se supo la verdad / que tu poder no se supo ocultar mas / repartiendo lo que no era tuyo / no te quedó dinero amigo mío / orgullo, con mi canto y/ el grito de la gente / la conciencia de las personas decentes / veremos caer a los demás / Robo mentiras y muerte dejaremos atrás / Poco a Poco irán Cayendo los que al pueblo le fueron mintiendo/ Uno a uno irán Hablando/ los que estaban la cara ocultando. 

Me hago pendejo repasando mentalmente los invisibles principios de la epistemología apócrifa de San Judas Temeo, hoy llamado doctor Krápula, en tanto mi brazo rodea tu cintura y caminamos calle abajo rumbo a la casa de los espejos.

(En la imagen una dedicatoria del libro «Espejos» de Eduardo Galeano, para Mirna y al autor del artículo, Manuel. La rúbrica es la cara de un marranito con una flor en la boca)

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