Sirenas

Sirenas


Manuel Martínez Morales

Desafina el canto de las sirenas

ya no sé si es conveniente retornar

si prefiero volverte a ver

o es mejor extrañarte eternamente…

Eliseo Hernández: Sirenas

Ese Ulises era un verdadero pendejo, si es que es cierto el cuento  que usted ha relatado, profesor- vociferaba Chon Tepochas en Las sirenas de Xochimilco, modesto antro donde apagaban su sed los integrantes del club de marineros de charco.

-Más respeto por favor, mi estimado Chon, no puedes hablar así del héroe mitológico de La Odisea, donde se narra la vuelta a casa, tras la Guerra de Troya, de Odiseo (en latín, Ulises). Además de haber estado diez años fuera luchando, Odiseo tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde poseía el título de rey, período durante el cual su hijo Telémaco  y su esposa Penélope han de tolerar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues ya creían muerto a Odiseo), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia.

El mito afirma, continúa el Profesor Malacates, que la mejor arma de Odiseo es su  astucia. Gracias a su inteligencia —además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus-  es capaz de escapar de los continuos problemas a los que ha de enfrentarse por designio de los dioses. Para esto, planea diversas artimañas, bien sean físicas —como pueden ser disfraces— o con audaces y engañosos discursos de los que se vale para conseguir sus objetivos.

Y no olvides Chon, tercia Mané, que el mito de Ulises nos ofrece ricos simbolismos espirituales y, por ejemplo,  el pasaje de Ulises y las Sirenas está estrechamente relacionado con la lucha del ser humano en el campo astral. El canto de las sirenas, representa en la mitología antigua, el poder del espejismo y el hechizo para apartar al hombre de su ruta. Los marineros, al escuchar el seductor canto de estas criaturas marinas, caían en un estado abrumador que les hacía estrellar su navío contra los arrecifes y así naufragar.

Ulises, advertido del peligro de este seductor canto, pide a sus marineros que le aten al mástil del barco, habiendo antes colocado en los oídos de sus marinos tapones de cera que prevengan a estos de escuchar el hechizante llamado. Ulises permanece fijo en su propósito al atravesar la zona de peligro, puede ver y escuchar, y sin embargo no puede moverse ni sus hombres escuchan su pedido de desatarlo en momentos de tribulación y tentación.

Ulises bien podría simbolizar aquí la experiencia del hombre en la cruz fija, la voluntad inconmovible ante los movimientos de la forma. Es de destacar que es Ulises quien pide a sus marinos que le aten, por propia voluntad… aquí los marinos pueden ser asimilados a los elementales inferiores que constituyen la personalidad, sus oídos están sellados a las voces del espejismo, sólo es el capitán del barco, Ulises quien puede ver y oír, pero se ha aferrado por propia voluntad a la determinación de llegar a destino y atravesar el campo de la bruma y la seducción astral.

A pesar de la actitud acechante de las sirenas, de su encantador e hipnótico susurro, Ulises mantiene su mirada hacia delante, está crucificado en su propósito, fijo, por sobre las aguas.  Nada impedirá que Ulises llegue a su destino, nada le desviará de su Ítaca.

-¡Precisamente! por eso digo que fue un pendejo, grita Tepochas, por no dejarse llevar por el canto de las sirenas pues no sabía lo que encontraría. Es  posible que de haberlo hecho posiblemente hubiera descubierto que no había peligro alguno y tal vez hubiera encontrado  maravillas que lo hubieran fortalecido para regresar con mayor prontitud a Ítaca cargado de preciosos regalos para Penélope y su hijo. Se me hace que ha de ser chingón y hermoso el canto de las sirenas. Algo que sólo escuchan los privilegiados que se atreven a enfrentar  lo desconocido, como los poetas, los artistas y los científicos. ¿De que otra manera se explican las creaciones de un Dalí, un Cervantes o un Einstein? Escucharon el canto de las sirenas y se dejaron llevar, descubriendo o creando obras asombrosas. Aunque también tiene sus riesgos y son muchos los que naufragan en el camino.

-Un momento compañebrios, préstenme su atención- interviene Sidonio Vital, ya entrado en su tercer pulque: Señores, no se cantar porque fui criado en el monte, a mí me enseñó a trovar la calandria y el cenzontle y el pájaro cardenal….y tampoco se pensar por la misma razón, a mi me enseñó a pensar el albañil y el yesero y el humilde labrador. Y si llegan a decir que yo ya estoy muerto, no lo duden que sea cierto, pues fue por una sirena que me arrastró con su canto, y morir no me importó, tan feliz me hizo su canto, maravillas me hizo ver y  de amor morí en sus brazos. Después ya no me importó vivir y sólo pedí a la sirena que no deje de regar, sobre mi tumba, su llanto.

Veinte años que no me acuesto en casa/ Ya la patria se ha vuelto el corazón/ Mas prefiero seguir así/ Navegándome a contracorriente./ Sin naufragar/ Sin rumbo fijo

 

En todo caso, dice Sidonio, así es la vida, llena de contradicciones: cualquiera de nuestros actos, por insignificante que nos parezca, define siempre una cierta dirección a nuestro destino: detenerse a escuchar un hechizante canto –o no hacerlo- marca un momento decisivo en nuestras vidas; atenderlo nos llevará por un camino, seguir de largo nos conducirá por otro sendero.

Por ejemplo, en esta época en que ciencia y técnica son tan decisivas en nuestra vida, tanto social como individual, los investigadores (aunque no me lo crean) siempre están expuestos al canto de las sirenas. Y, en efecto, puede suceder que el embriagador canto conduzca al desastre o a una vida mejor.

Por ejemplo, es común escuchar (¿canto de sirenas?) en estos días que el desarrollo económico depende del conocimiento y por ello una sociedad económicamente exitosa requiere ser una sociedad del conocimiento. Este discurso mediático asocia falazmente el éxito de un producto o servicio a la supuesta calidad del conocimiento involucrado en su desarrollo.

En efecto, en este siglo la consolidación del neoliberalismo global se ha visto acompañada por la generalización de negocios que usan a la ciencia como su fuente fundamental de legitimación. Muchos de ellos venden promesas sustentadas en supuesto conocimiento científico. Por ejemplo: el uso de marcadores moleculares para la detección, prevención o cura infalible de enfermedades complejas, como el cáncer, o el uso de transgénicos para aumentar rendimientos agrícolas y resolver el hambre del mundo.

La internalización de la ciencia a la lógica de los mercados globales ha implicado cambios profundos en la lógica misma de operación de la ciencia, dando lugar al desarrollo de tecnologías que se aplican globalmente, con base en políticas de desregulación de intercambios económicos y estrategias mercadotécnicas bien articuladas, pero divorciadas de la ciencia imperante en un momento histórico particular.

Estudios serios de sociología de la ciencia (por ejemplo, Malentendiendo a la ciencia, de Alan Irwin y Brian Wynne, 2003) han documentado empíricamente esta tesis, mostrando cómo los intereses corporativos globales han impactado y sesgado el quehacer científico, tanto en entidades y proyectos públicos como en privados. Esto se traduce en la reducción de la diversidad de enfoques y las preguntas del quehacer científico; en la aceleración de la gestación del conocimiento aplicable; en la promoción mercadotécnica de tecnologías obsoletas, insuficientes o riesgosas; en la preeminencia de objetivos de producción, más que en la curiosidad durante la praxis científica; en la erosión del comunalismo, en favor de la privatización del conocimiento mediante títulos de propiedad o patentes, así como en la desestimación estratégica de la complejidad ya innegable de los sistemas implicados (salud, agricultura, etcétera) evitando, por tanto, el principio de precaución.

Esta realidad innegable está poniendo en peligro a la ciencia como campo social, cuya finalidad histórica ha sido la de constituir una reserva de objetividad para la sociedad; La república de la ciencia, de Polanyi (1962). La ciencia bajo peligro puede actuar en detrimento de la humanidad, dice Pierre Bourdieu. Cuando las aplicaciones tecnocientíficas no son precedidas de ciencia básica rigurosa, es urgente someterlas a intenso escrutinio teórico. Es imprescindible transparentar qué interacciones de la ciencia con otros campos sociales están determinándolas por encima de los principios del conocimiento, para asegurar la preeminencia de la objetividad. Esto motivó a Bourdieu (2004) en su libro El oficio de científico a explorar las condiciones sociales en las cuales la ciencia se ha desarrollado históricamente, que le han permitido, hasta recientemente, reclamar su objetividad. (Elena Álvarez-Buylla y Juan Carlos Martínez-García: La ciencia: reserva de objetividad en disputa: www.jornada.unam.mx/2016/05/07/opinion/013a1pol)

En contraparte existen una multitud de investigadores que atienden otros cantos, aquellos que surgen del encanto de la ciencia misma, del placer intrínseco a la creación por muy modesta que esta sea. El investigador, embriagado por este otro cantar de sirenas, cual moderno Odiseo, va en busca de la verdad –su añorada Ítaca, donde Penélope espera por él- en el sentido apuntado por Henri Poincaré, quien en una de sus obras más significativas, El Valor de la Ciencia, afirma que  la búsqueda de la verdad debería ser la meta de nuestras actividades como científicos, y que es el único fin digno de ellas.

Cuando hablo de la verdad -dice Poincaré- me refiero en primer lugar a la verdad científica, pero también me refiero a la verdad moral, de la que eso que llamamos justicia es sólo un aspecto; no puedo separarlas, y quienquiera que ame  la una no puede evitar amar a la otra. Para encontrar la una, como para encontrar la otra, es necesario liberar por completo el alma del prejuicio y de la pasión; es necesario alcanzar la sinceridad absoluta…

Sin embargo, en un medio donde prevalece la impunidad, es decir la injusticia, la simple exposición de esta doble verdad molesta a quienes no conviene su revelación.

Adquirir este compromiso con la verdad –la verdad objetiva y la verdad moral- no es nada fácil, pues muchas veces la verdad nos asusta.

Aquellos que temen una, también temen la otra; porque son quienes se preocupan sobre todo por las consecuencias personales que el afirmar la verdad les traería. Equiparo las dos verdades, porque las mismas razones nos hacen amarlas y las mismas razones nos hacen temerlas -concluye Poincaré.

Entonces, pensar buscando la verdad trae consecuencias. Su ejercicio no ha sido una facultad bien vista. Hoy está en peligro de extinción, apunta Marcos Roitman, pues resulta significativo que entre los crímenes de lesa humanidad figure la persecución ideológica y política. Desde el castigo bíblico hasta nuestros días, la acción de pensar se castiga. Dos esferas de la realidad política son las más afectadas. La educación y el periodismo. En ambas, sus representantes son objeto de las iras del poder institucional y la violencia. Las universidades, en tiempos de dictaduras militares o cívico-militares, sufren las consecuencias de la criminalización del pensamiento. Maestros y profesores han sido perseguidos y asesinados.

Pero no hace falta llegar a esos extremos, basta con despedir y/o denostar el trabajo de investigadores incómodos para acallarlos, o bien si convocan la solidaridad de sus colegas se asfixia financieramente o de plano se clausura, a veces por la fuerza, a prestigiados centros de investigación.

-Entonces mi estimado Chon –cierra Malacates- Ulises no era tan pendejo como afirmas; sabía que, de una manera u otra, el canto de las sirenas conduce al naufragio y que lo mejor es tapar con cera los oídos de los marineros, atarse al mástil y hacerse  pendejo para sobrevivir y así garantizar un feliz retorno a Ítaca. Aunque en realidad Ulises nunca dejó Ítaca, la lleva consigo, en su corazón y en su mente. Y en el caso de los científicos, puede ser que lo relevante sea la entrega incondicional al canto de las sirenas, al placer de la investigación, el empeño por descubrir la intangible verdad aunque en ello les vaya la vida. Finalmente, importa más la trama que el desenlace.

Una voz en off/ Es el faro que me guía/ Una voz en off/ Es mi cómplice traidor/ Revienta la tempestad/ Agito tu nombre/ Revienta la humanidad/ Soy todos los tiempos/ Soy esa voz en off/ Esa eterna pregunta/ Revienta la embarcación/ Otro viaje comenzó.

(Los versos intercalados en el texto son parte de la letra de la canción Sirenas, de Eliseo Hernández, otro Odiseo que continúa navegando siguiendo el canto de las sirenas.)

 

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