Cuando la turba nos alcance

Linchamiento


Dr. Héctor Cerezo Huerta

Desde hace varios días en el pueblo de Ajalpan, Puebla, circulaban una serie de rumores de boca a boca que fueron reforzados mediante las redes sociales y que divulgaban la presencia en el municipio de secuestradores de niños. El alcalde de la comunidad, Gustavo Lara, afirmaría este hecho y agregaría que a partir de este rumor, se desató el “pánico y la psicosis” en la población; aunque no tenían interpuesta ninguna denuncia en el Ministerio Público. El rumor inquietó a los pobladores, la presencia de personas “extrañas” a la comunidad que “preguntaban muchas cosas” empezó a tornarse en una preocupación colectiva. El resto de la secuencia de hechos terribles que llevaron a la muerte a dos encuestadores son una compleja relación de fenómenos de psicología de masas, indicadores de una sociedad enferma, del descuido político, del nulo interés en el diseño de políticas de desarrollo socio-cultural e incluso, de la enfermedad mental de algunos habitantes que aprovecharon la turba para expresar sus más profundos frustraciones y sentimientos de ira y violencia contenida.

Dichos sentimientos son producto de la violencia generada por la desigualdad económica, política y social que se vive en esas regiones, por lo que una muchedumbre enfurecida es el escenario perfecto para desencadenar los rasgos psicopatológicos de unos cuantos que “contagian” a los demás. Desde la psicología social, cuando el “Yo individual” se conjunta con el “otro” transmuta y ocurre una metamorfosis difícil de explicar; se diluye la personalidad consciente y transita de un ser individual a una masa psicológica provisional. Tal como lo afirma Le Bon (1995), estas turbas linchadoras estarían compuestas por “elementos heterogéneos, soldados de forma momentánea, de un modo absolutamente igual a como las células de un cuerpo vivo forman, por su reunión, un ser nuevo que manifiesta características muy diferentes de las que posee cada una de las células que lo componen” (p. 29).

Carlos Monsivais, explicaba que esta “masa” consolida su eficiencia gracias a su “rapidez avasalladora”. En innumerables casos de linchamiento en México, ha resultado suficiente el esparcimiento de un rumor (“han secuestrado niños”, “son secuestradores”, “son rojillos”, “son de una secta”, “están violando niñas”) para movilizar y enardecer al colectivo; y esa rapidez de alguna forma demuestra la intención de los actos violentos y cierta lógica –perversa- en actos de masificados que parecen mantener la cohesión social al menos por unas horas. No importa la inocencia de los presuntos delincuentes, a la turba no le preocupan sus derechos humanos y menos aún la presencia de pruebas que verifiquen su inocencia; la sentencia está dictada. “En una turba linchadora, cada uno de sus integrantes abandona con presteza sus reservas éticas (las que tenga), su respeto por la vida humana (el que sea) y su miedo al castigo, nunca muy potente porque –esta es la presunción– el crimen cometido por muchos no es culpa de nadie” (Monsiváis, 2004, p. 8).

Linchamiento 2Los linchamientos constituyen actos de fascismo, toman la misma base: traumas reales o imaginarios que apelan a la justicia y concluyen en la peor de las barbaries. El ciclo violento inicia con la presencia de rumores, los cuales aunados a la frustración de las personas por sentirse inseguras y abandonadas, transita a prejuicios (criminalizar a alguien), continúa el estigma, se arman chivos expiatorios o presuntos culpables, conduce al odio y termina en violencia, o en este caso, en linchamiento. Para la psicología social, los rumores son un conjunto de creencias, pensamientos, afectos, emociones y acciones que se comparten y construyen colectivamente (Melucci, 1999) y que le otorgan sentido a un grupo, descargando tensión, creando pertenencia, ofreciendo contención, proyectando estados de ánimo e introyectando creencias. Los rumores son una especie de pegamento que aglutina individuos que actúan de manera conjunta y construyen una acción de alguna manera y en cierta medida.

Gabriel Tarde (1903), proponía que las multitudes ejercen una influencia “contagiosa” sobre sus miembros a través de la sugestión colectiva, de esta forma, escudados en el anonimato de la muchedumbre, la gente abandona la responsabilidad personal y se rinde al contagio de las emociones del grupo, el cual parece tomar vida propia, acelerando las emociones y conduciendo a la gente a actos irracionales e incluso homicidio. Una postura contraria de la psicología social; la teoría de la convergencia, critica la noción de “contagio” y sugiere que el comportamiento de la multitud no nace en ella, sino que es imbuida en ella por individuos particulares. Es importante señalar que, no deja de existir una responsabilidad individual en las personas que lincharon a dos jóvenes y de hecho deben existir líderes identificados en la turba que incitaban a la violencia y cuya apología derivó en tragedia. La identidad individual no se pierde del todo, lo que sucede es una intensificación de la emotividad y sugestionabilidad personal, por lo que se expresan impulsos reprimidos por el individuo.

Lo que hemos visto y escuchado en los linchamientos recientes es un fenómeno colectivo y pluralidad de personas; un peculiar fenómeno unitario de reacciones pasivas y agresivas a un estímulo común; sin organización, amorfo, no forzosamente desorganizado; transitorio, de carácter esporádico, con falta de organización, inestable y efímero; indiferenciado, con personas anónimas, despersonalizadas, sustituibles, heterogéneas, incontables; fluido, con personas que entran y salen sin que se produzca cambio o disolución; anonimato, sin normas o pautas previstas (Munné, 1987). Finalmente, es probable que el linchamiento nazca de la idea de crear justicia por mano propia, y que este hecho se relacione con la opacidad y desinterés de las autoridades a las demandas populares, sin embargo también, es un reflejo del deficiente sistema de justicia, de la desigualdad, del narco y de la corrupción. Y cuando pensábamos que ya se habían cometido todos los excesos en México, los linchamientos nos vuelven a envían un mensaje de hartazgo e impunidad.

 

Referencias:

  • Le Bon, G. (1995). Psicología de las masas. Madrid: Editorial Morata.
  • Monsiváis, C. (2004). Que esta vez sí detengan a Fuenteovejuna. En Proceso, núm. 1465, 28 de noviembre, pp. 6-11.
  • Melucci, A. (1999). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, D. F.
  • Munné, F. (1987). Grupos, masas y sociedades, Promociones y Publicaciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona.
  • Tarde, G. (1903). The laws of imitation. Nueva York: Holt.

 

Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-Investigador del Departamento de Psicología y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Experto en Formación pedagógica y Psicología basada en evidencias.

 

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