Oíd las lamentaciones que hago yo, el rey Netzahualcóyotl!

El universo es un juego de pelota

en él jugamos con dos pelotas: el Sol y la Luna

contra los poderes infernales

y no sabemos quien ganará (el que pierda morirá).

Cantares mexicanos, de Ernesto Cardenal

 

A Mané se le había agotado el repertorio de pretextos para seguir haciéndose pendejo, para fingir que no veía la atroz realidad frente a él. Comenzó pretextando que él, como intelectual inorgánico (un gatito de papel, nomás, pues ni a tigrillo llegaba), ponía su ladrillito de ideítas e ideótas para contribuir a  la conformación de una conciencia ciudadana que fuera el motor para mandar a la clase dominante a… buscar caracoles a la mar, a buscar caracoles a la mar. Y que si la ciencia para allá, que si la ciencia para acá, que con ciencia –y conciencia- se resolverían todos los problemas y reinaría la paz, la justicia y la hermandad entre los hombres. El reino de la Casa de Salomón, según la utopía delineada por Francis Bacon hace varios siglos. Los científicos en el papel de políticos mandones, decidiendo por todos –aplicando la superlativa racionalidad científica, claro está- lo que convenía a cada quien y lo que convenía socialmente. Tal vez, en sus delirios, Mané ya se sentía funcionario de la nombrada casa, sólo que en su confusión delirante, o fingida pendejez, más de una vez amaneció en  casa de Salomé, inventándole a su señora que había estado atendiendo una importante reunión de sabios en la imaginaria Casa de Salomón.

            Ya  lo decía mi padre: pa’ pendejo no se estudia; así que no te esfuerces tanto, Mané.

            De todos modos, Mané  hacía todo lo posible para que no lo descubrieran y, siguiendo las enseñanzas del maestro Caeiro, fingía problemas que no le competían pero para los cuales pretendía tener la solución y así pasar por listo, al menos en la cantina de su preferencia.

            Ahora Mané dice estar muy preocupado por algo que en el mundo comienza a denominarse “el gran abismo” (The great divide), lo cual alude a la brecha que existe entre científicos y políticos, entre la ciencia y los aparatos estatales de toma de decisiones. El asunto comienza a preocupar a los gobiernos europeos y parece haber la misma preocupación en los Estados Unidos. En los países periféricos, aunque apenas estamos ocupándonos por tener una ciencia de  dimensión adecuada, el tema debía ser ya objeto de discusión. (Didier Schmitt : The Great Divide.A two-way bridge between science and policy is desperately needed. The Scientist, Diciembre 2013, disponible en:

 www.the-scientist.com//?articles.view/articleNo/38364/title/The-Great-Divide/)

            El problema puede ubicarse en el contexto más amplio de la relación ciencia-sociedad, pues la falta de entendimiento o una adecuada comunicación entre científicos y políticos refleja una suerte de aislamiento de la práctica científica con respecto a los otros ámbitos de la vida social; el gran abismo se abre entre ciencia y sociedad, y la brecha comunicacional entre científicos y políticos es sólo un aspecto de esa separación más amplia.

                        Algunos estudiosos del tema dicen que ese abismo entre ciencia y política se debe a una falta de entendimiento de ambas partes: el científico parece no apreciar el valor del conocimiento que produce en la toma de decisiones políticas (en asuntos de salud pública, planeación económica, desarrollo de infraestructura, organización social, educación, solución de conflictos, protección civil, etcétera, etc.), y por otra parte –dicen estos investigadores- los políticos no valoran el potencial de la ciencia como soporte en la toma de decisiones. Dicen estos estudiosos que cuando los mundos de la ciencia y la política se encuentran, su oposición se concentra al nivel político, pues la incertidumbre propia de la ciencia se suma a la incertidumbre asociada con las opciones y decisiones políticas. Entonces, añaden, se hace evidente la imperiosa necesidad de construir un puente de dos vías entre ciencia y política.

            Por tanto, existe una demanda para crear estructuras organizativas  que se hagan cargo de acopiar el conocimiento científico sobre temas específicos, frecuentemente multidisciplinarios. Y este conocimiento debe traducirse en recomendaciones sobre asuntos políticos, basadas en ese conocimiento.

            En este punto, los científicos deben  estar conscientes de que la aplicación de la ciencia y la tecnología pueden resolver unos problemas e inducir la aparición otros nuevos. Y los tomadores de decisiones deben entender todos los elementos en que basarán sus decisiones, están sujetos a múltiples factores de orden económico, social, cultural, étnico, ético e ideológico. En consecuencia debe buscarse la transparencia en cuanto a todos estos condicionantes para así ganarse la confianza pública y evitar innecesarias oposiciones, tanto en las calles como en los medios, lo cual sólo conduce a debates improductivos.

            Para Mané el problema es otro, relacionado -por una parte- con la estructura económica, un problema estructural que rebasa la voluntad de los actores sociales si no son conscientes de esta determinación económica sobre el quehacer de la ciencia y, por otro lado, es producto de un descuido de lo que en otras latitudes llaman “la comprensión pública de la ciencia” (public understanding of science), que tiene que ver con las políticas y estrategias que las instituciones (educativas, de investigación y políticas) definan y apliquen en el campo de la comunicación pública de la ciencia.

            Pero a Mané le gana la tristeza cuando percibe las grandes dificultades que entraña el intentar que la ciencia se oriente hacia el bienestar de todos y no sea guiada y condicionada por intereses de grupos o clases que detentan el poder económico y político y que se adueñan de la ciencia y los científicos para que trabajen en torno a sus propios intereses.

            Hace unos días se enteró que en 2012, un equipo científico liderado por Gilles-Éric Séralini publicó un artículo mostrando que ratas de laboratorio alimentadas con maíz transgénico de Monsanto, durante toda su vida, desarrollaron cáncer en 60-70 por ciento (contra 20-30 por ciento en el grupo de control), además de problemas hepato-renales y muerte prematura. Ahora, la revista que lo publicó se retractó, en otra muestra vergonzosa de corrupción en los ámbitos científicos, ya que las razones esgrimidas no las aplica a estudios iguales de Monsanto. El editor admite que el artículo de Séralini es serio y no peca de incorrecto, pero que los resultados no son concluyentes, algo que atañe a gran cantidad de artículos y es parte del proceso de discusión científica.

La retractación viene luego de que la revista contratara como editor especial a Richard Goodman, un ex funcionario de Monsanto, y como corolario de una agresiva campaña de ataque contra el trabajo de Séralini, orquestado por las trasnacionales. El caso recuerda la persecución que sufrió Ignacio Chapela cuando publicó en la revista Nature que había contaminación transgénica en el maíz campesino de Oaxaca. (Silvia Ribeiro: Maíz, censura y corrupción en la ciencia, La Jornada, 13/12/13)

¿Pos no que la investigación científica debe practicarse libremente para rinda frutos?

La materia/ forma del espíritu./ Una ordenación no casual de átomos y fotones./ O como si la materia fuera hecha de espíritu./ “Los físicos hablan de partículas subatómicas como si tuvieran una realidad objetiva.”/ Materia siempre en movimiento./ Y nunca descansa. / Si los átomos fueran inmutables, tan sólo habría/ un universo muerto./ Nada es ni no es, todo en proceso de ser./ ¿Y qué es real?/ ¿Son reales los celos?/ El amor es real. (E. Cardenal)

El estudio de Séralini –continúa Ribeiro- es muy relevante para México, porque las ratas fueron alimentadas con maíz 603 de Monsanto, el mismo que las trasnacionales solicitan plantar en más de millón de hectáreas en el norte del país. Si se aprobara, este maíz entraría masivamente en la alimentación diaria de las grandes ciudades del país, cuyas tortillerías se abastecen principalmente en esos estados. Como México es el país donde el consumo humano directo de maíz es el más alto del mundo y durante toda la vida, el país se convertiría en una repetición del experimento de Séralini, con gente en lugar de ratas, con altas probabilidades de desarrollar cáncer en algunos años, en un lapso de tiempo suficiente para que haya cambiado el gobierno y las empresas nieguen su responsabilidad, alegando que fue hace mucho y no se puede demostrar el maíz transgénico como causa directa.

El artículo de Séralini fue publicado en la revista Food and Chemical Toxicology, luego de una revisión de meses por otros científicos. A horas de su publicación y en forma totalmente anticientífica (no podían evaluar los datos con seriedad en ese tiempo) científicos allegados a la industria biotecnológica comenzaron a repetir críticas parciales e inexactas, curiosamente iguales, ya que provenían de un tal Centro de Medios de Ciencia, financiado por Monsanto, Syngenta, Bayer y otras multinacionales.

Para retractar el artículo, ahora se alega que el número de ratas del grupo de control fue muy bajo y que las ratas Sprague-Dawley usadas en el experimento tienen tendencia a los tumores. Omiten decir que Monsanto usó exactamente el mismo tipo y la misma cantidad de ratas de control en un experimento publicado en su revista en 2004, pero sólo por 90 días, reportando que no había problemas, logrando la aprobación del maíz Mon603. Séralini prolongó el mismo experimento y lo amplió, durante toda la vida de las ratas, y los problemas comenzaron a aparecer a partir del cuarto mes. Queda claro que la revista aplica doble estándar: uno para Monsanto y otro para los que muestran resultados críticos.

El equipo de Séralini explicó que el número de ratas usadas es estándar en OCDE en experimentos de toxicología, pero para estudios de cáncer se usan más. Pero su estudio no buscaba cáncer, sino posibles efectos tóxicos, lo cual quedó ampliamente probado. El mayor número de ratas en estudios de cáncer es para descartar falsos negativos (que haya cáncer y no se vea), pero en este caso la presencia de tumores fue tan grande que incluso para esa evaluación sería suficiente. Igualmente su equipo señaló desde el inicio que se deben hacer más estudios específicos de cáncer.

A nivel global hay varios comunicados firmados por cientos de científicos defendiendo el estudio de Séralini, pero en México la Cibiogem (comisión de bioseguridad) haciendo gala de su falta de objetividad y compromiso con la salud de la población, solamente publica el lado de la controversia que favorece a las trasnacionales, ignorando las respuestas de numerosos científicos independientes.

Entonces, Mané se da cuenta que ya no puede seguir haciéndose pendejo, tiene que ver la realidad lo mejor que se pueda evitando al máximo colorearla según su gusto o ideología. Así se lo enseñaron sus mejores maestros de ciencias.

Bajo esa premisa y la información consignada en el artículo de Ribeiro, Mané se pregunta: A fin de cuentas, ¿ciencia, para qué? Si terminamos siendo conejillos de indias de Monsanto, o de cualquier otra transnacional, dueñas del conocimiento científico y las tecnologías derivadas; si a Monsanto, con tal de incrementar fabulosamente sus ganancias, le vale madres que miles de mexicanos mueran de cáncer por consumir su maíz transgénico, ¿qué caso tiene discutir sobre el gran abismo o pendejadas del mismo estilo? ¿La vida no vale nada?

Tú. Tu cuerpo late rítmicamente, tus moléculas/ ondulan, tus átomos vibran,/ dentro de tus átomos danzan tus partículas/ Y más abajo tuyo está el espacio vacío/ lleno de oscilantes campos de energía./ Del vacío brotan soles, flores y muchachas. (E. Cardenal)

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