El Principito, la obra francesa más traducida de todos los tiempos, fue presentado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en su versión otomí, para conmemorar los 70 años de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), cuya obra ha sido transcrita en más de 250 lenguas.

Ra zi ts’unt’u dänganda fue el título más adecuado que el profesor y traductor Raymundo Isidro Alavez encontró para describir a este inocente e inmortal personaje infantil. Los otomíes, de manera particular los del Valle del Mezquital, Hidalgo, tienen la oportunidad de acercarse y emocionarse con esta obra de la literatura universal, en su lengua materna.

Dada la importancia de la versión hñahñu de El Principito, el INAH realizó en días recientes la presentación del mismo en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH).

Erasto Antúnez Reyes, investigador de la Dirección de Lingüística del Instituto, destacó el mérito de esta versión en hñahñu, una lengua de sumo prestigio desde la época prehispánica y que se habló en importantes urbes mesoamericanas como Tula.

Entre los valores simbólicos, vasos comunicantes y universales que pueden unir a este libro, escrito originalmente en francés hace poco más de siete décadas, con los lectores otomíes del Valle del Mezquital de hoy, están “la presencia de la flor que representa la vanidad de la mujer, el zorro que es la imagen de la amistad y la serpiente como recuerdo del peligro que los humanos corremos al vivir”, refirió el también profesor de la ENAH.

Luego de llevar al otomí una de las obras cumbres de la lengua española, El llano en llamas de Juan Rulfo, el maestro Raymundo Isidro Alavez quiso también compartir, con sus hermanos de lengua, la sabiduría que Antoine de Saint-Exupéry dejó a manera de metáforas en una publicación que apenas alcanza el medio centenar de páginas.

Para ello no sólo tuvo que adentrarse en la comprensión del francés, sino de otros libros escritos por Saint-Exupéry como El aviador, Vuelo nocturno, Tierra de hombres y Piloto de guerra, así como algunos publicados de manera póstuma, entre ellos, Carta a un rehén y Ciudadela, todos ellos reflejo de un hombre que nació con el siglo (29 de junio de 1900), amante de la libertad y que supo cultivar uno de los bienes más preciados: la amistad.

No por nada —señaló Alavez— Antoine de Saint-Exupéry dedicó El Principito a Leon Werth, su mejor amigo, o como él mismo corrigió “A Leon Werth cuando era niño”, razón por la cual la obra es una invitación a recordar las virtudes de la infancia, entre ellas la generosidad. No por nada el pequeño príncipe valoraba la labor del farolero que daba luz a todos por igual.

“¿Qué hace el niño? El niño se divierte, vive su fantasía, es creativo. Fuera de su planeta, el principito se irá encontrando con personajes que le brindarán lecciones sobre la naturaleza humana; de ellas rescata en particular la enseñanza del zorro que le pide ser domesticado, querido por él: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”, dijo el profesor del Centro de Enseñanza de Idiomas de la FES-Acatlán, donde imparte clases de hñahñu.

De acuerdo con Raymundo Isidro Alavez —quien se ha especializado en psicología educativa e historia de México—, el zorro y la rosa, que son elementales dentro de la narración, también son figuras que tienen un simbolismo muy especial en la cultura hñahñu, de ahí que su lectura resultará muy cercana para los niños y adultos otomíes que lo tomen entre sus manos.

Ra zi ts’unt’u dänganda, editado por el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, y el Liceo Franco Mexicano, es una obra más que Raymundo Isidro Alavez acerca a los otomíes gracias a su labor de traducción.

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