Huesos en el jardín

Huesos en el jardín


Para mejor recordar a Henning Mankel, un fragmento de una de sus grandes obras «Huesos en el jardín», precisamente en la parte que le da nombre a la obra, el final del capitulo 3 y parte del 4.

¡Disfrútelo!

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Dio otra vuelta alrededor de la casa y volvió al coche.
Acababa de abrir la puerta cuando se detuvo en seco. Allí pasaba algo. En un primer momento no supo qué lo hacía detenerse en lugar de sentarse al volante. Frunció el ceño. Había empezado a rumiar algo. Algo que había visto. Algo que no encajaba.
Se volvió a mirar la casa. Ese algo se le había quedado grabado en la memoria.
Y entonces cayó en la cuenta. Cuando llegó, al rodear el edificio, había tropezado con un objeto que había en el suelo, detrás de la casa. Los restos de un viejo rastrillo, quizá la raíz de un árbol. Eso era lo que lo retenía allí.
Algo que había visto. Sin verlo.

 

4

Wallander regresó a la parte posterior de la casa. No estaba seguro de dónde había tropezado. Tampoco comprendía por qué le importaba tanto averiguar el lugar exacto en que había dado el traspié.

Rebuscó por el suelo. Y no tardó en encontrar lo que buscaba. Se quedó un buen rato mirando lo que sobresalía de la tierra. Al principio, no se movió. Después rodeó despacio lo que tenía a sus pies. Volvió al punto de partida y se acuclilló. Sintió que le tiraban las rodillas.

No cabía la menor duda de qué era lo que yacía allí medio enterrado. No eran los restos de un viejo rastrillo. Tampoco la raíz de un árbol.

Eran los huesos de una mano. Estaban oscurecidos, pero sin duda lo que sobresalía de aquella tierra ocre y arcillosa eran los restos de una mano humana.

Wallander se enderezó. La alarma que se había disparado en su interior cuando acababa de abrir la puerta del coche no había fallado.

Miró a su alrededor. No había más restos de huesos humanos. Sólo la mano que sobresalía de la tierra. Se agachó una vez más y rebuscó entre los terrones con cuidado. ¿Habría enterrado allí debajo un esqueleto entero, o sería sólo una mano? No sabía qué pensar.

Ya no había ni una sola nube en el cielo. El sol de octubre lo entibiaba todo con un calor tímido. Las cornejas seguían chillando en el gran castaño. La situación se le antojó del todo irreal. Había ido allí en domingo para ver una casa a la que quizá pudiera irse a vivir. Y, por pura casualidad, había tropezado con los restos de un ser humano en el jardín.

Perplejo, negó con la cabeza. Después llamó a la comisaría. Martinsson respiró hondo antes de responder.

—No pienso bajar más el precio. Mi mujer dice que ya he sido más blando de la cuenta.

—No llamo por el precio.

—Entonces, ¿por qué?

—Ven aquí.

—¿Es que ha ocurrido algo?

—Tú ven. Haz lo que te digo, ven cuanto antes.

Martinsson comprendió que se trataba de algo serio y dejó de hacer preguntas. Wallander siguió rebuscando entre la tierra del jardín mientras esperaba que llegase el coche de policía.

Tardó diecinueve minutos. Martinsson había pisado el acelerador a fondo. Su colega lo recibió en la parte delantera de la casa. Y parecía preocupado.

—¿Qué ha pasado?

—He dado un traspié.

Martinsson se quedó mirándolo sin dar crédito.

—¿Y me has hecho venir aquí para decirme que has tropezado con algo?

—Bueno, en cierto modo sí. Quiero que veas con qué.

Fueron juntos a la parte trasera de la casa. Wallander le señaló el lugar y Martinsson dio un respingo.

—¿Qué coño es eso?

—Parece una mano. Pero comprenderás que no puedo decirte si debajo hay un esqueleto entero.

Martinsson miraba la mano con expresión incrédula.

—No entiendo nada.

—Bueno, una mano es una mano. Y ésa es la mano de una persona muerta. Dado que no estamos en un cementerio, es obvio que aquí hay algo raro.

Se quedaron un rato inmóviles, observando el hallazgo. Wallander se preguntaba qué estaría pensando Martinsson. Después se preguntó qué pensaba él mismo.

Había abandonado por completo la idea de comprar aquella casa.

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