En los últimos 30 años la actividad humana en el Caribe mexicano ha reducido 80 por ciento la acreción natural de arrecifes, hogar de los corales y ecosistemas fundamentales en la diversidad marina. Dicha actividad es más dañina para ese ecosistema que el cambio climático, alertó Juan Pablo Carricart Ganivet, investigador de la Unidad Académica Sistemas Arrecifales Puerto Morelos, del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de la UNAM. 

El crecimiento desmedido y sin planeación de las zonas hoteleras en las costas de Quintana Roo, el consumo excesivo de agua–que alcanza mil 500 litros per cápita en Cancún, mientras en la ciudad de México es de 400–, la contaminación debida al desagüe que se vierte al mar y el daño directo a los arrecifes por parte de turistas que bucean para conocerlos, tocarlos y a veces extraerlos, son las agresiones más severas.

Equilibrio fracturado

A nivel global, los arrecifes coralinos ocupan el 0.2 por ciento del área oceánica mundial, pero contienen el 30 por ciento de la diversidad marina y mantienen el nueve por ciento de las pesquerías del planeta, destacó el doctor en biología por esta casa de estudios.

“Para México el turismo es muy importante; el 30 por ciento de las divisas que entran al territorio lo hacen por el norte de Quintana Roo (Cancún, Cozumel, Isla Mujeres y Puerto Morelos), zonas de arrecifes que ofrecen paisajes atractivos”.

Las aguas cristalinas de varios tonos de azul turquesa y las arenas blancas del Caribe existen por los arrecifes de coral. Las arenas son restos de las conchas de habitantes del arrecife que por erosión natural se han formado, indicó.

Pero esa condición de playas blancas y aguas cristalinas está en riesgo, junto con estos ecosistemas. “Urge modificar la manera en que usamos nuestros recursos naturales y el consumo de energía”, resaltó Carricart, quien realizó estudios posdoctorales en el Instituto Australiano de Ciencias Marinas, en otra de las regiones del mundo más favorecidas por los sistemas arrecifales.

En muchos casos el daño ya está hecho, alertó. Por ejemplo, el género Acropora, un coral ramificado y el más importante en términos de la cantidad de carbonato de calcio que aporta de manera anual, tuvo una muerte masiva en la década de 1980 en la región y los científicos desconocen la causa.

“De tener coberturas de 40 a 50 por ciento de Acropora en el Caribe, hoy tenemos menos del cinco por ciento y no sabemos por qué se murieron, pero coincide con los índices del desmedido crecimiento turístico”, comentó.

Existe una enfermedad recién descrita para el coral Acropora palmata, causada por una bacteria entérica humana (Serratia marcescens) que los destruye. “Más que la pérdida de corales, lo preocupante es la del ecosistema arrecifal como lo conocemos y de los servicios ambientales que proporciona”.

Tasa de calcificación, indicador ambiental

Carricart utiliza la tasa de calcificación de los arrecifes como un indicador ambiental. “Hemos observado que en los últimos 20 a 30 años, con el aumento de la temperatura del agua superficial del océano, hay una caída de la tasa de calcificación de los corales. Según la especie, esa descenso va del 20 al 30 por ciento en las últimas tres décadas”, explicó.

En un artículo publicado el año pasado, el universitario documentó que el efecto térmico del agua superficial afecta de manera distinta a cada género coralino.

Tienen dos estrategias de crecimiento. Cuando hay recursos extra de calcificación, los del género Porites aprovechan para crecer más rápido, mientras los Orbicella (antes Montastraea) hacen los esqueletos más densos, de más gramos por centímetro cúbico. Se defienden de manera distinta: uno opta por crecer más rápido y otro por ser más robusto.

“Los corales Porites son porosos y los Orbicella sólidos; bajo el tejido tienen una placa que impide llegar al esqueleto. Ambos están afectados por el calentamiento y por la intervención humana. El primero es más sensible al estrés térmico. Otro género, Diploria, es intermedio y hace esqueletos más densos”.

Orbicella es uno de los constructores de arrecifes principales en el Caribe, junto con Diploria, mientras Porites es importante como constructor en el Indo-Pacífico, detalló.

“Las consecuencias del cambio climático son variadas. Los corales Porites del Indo-Pacífico cada vez van a crecer en menor proporción, pues tienen menos recursos de calcificación. Mientras los otros dos van a formar esqueletos menos densos o robustos. En esa región habrá arrecifes más planos y en el Caribe menos fuertes. Son dos efectos muy nocivos y presentes”, resumió.

Carricart mencionó que en el Indo-Pacífico existen cerca de 400 especies de coral, así que unas sustituyen a otras. En el Caribe hay alrededor de 50, de las que tres o cuatro forman el arrecife y el resto son de acompañamiento. “Son muy relevantes. El aporte de carbonato de calcio de estos corales es de suma importancia”, subrayó.

En la naturaleza hay un balance entre la construcción de arrecifes (en los que los corales son sus ladrillos) y la destrucción natural por oleaje, marea, vientos y huracanes, una erosión natural que deriva en arenas blancas. Pero el balance entre construcción y destrucción es frágil.

“A nivel global, por cada 10 kilogramos de arrecifes que se construyen al año nueve se destruyen de manera natural, así que es fácil que el balance pueda pasar a ser negativo con cualquier alteración, por mínima que sea”, destacó.

Esclerocronología, análisis del pasado

Las conchas y esqueletos duros de organismos, formados principalmente de carbonato de calcio, tienen una huella química de cómo era el ambiente marino al formarse. Esa huella se estudia desde la esclerocronología.

“En su esqueleto, los corales tienen dos bandas, una de baja y otra de alta densidad, que juntas representan un año de crecimiento. Son análogas a los anillos de crecimiento de los árboles y se ven si se radiografía el esqueleto”, dijo.

Las bandas se ven en lajas de coral de al menos siete milímetros, en corales completos o en núcleos, que se obtienen al taladrar con barrenos. Permiten fechar el coral de manera retrospectiva y conocer el registro de la química del agua que existía al momento que se formaron. “Pueden ser isótopos estables, metales pesados o nutrientes. Fechado esto, es factible hacer una historia de cómo era la química del agua”, reiteró.

Además del ambiente que los rodeó en el pasado, con el bandeo se obtienen dos parámetros de crecimiento: la tasa de extensión esqueletal, que evidencia cuántos centímetros crecieron los corales por año, y la tasa de calcificación, que revela cuánto carbonato de calcio se depositó por unidad de área anual; se mide en gramos de carbonato de calcio por centímetro cuadrado por año.

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