La manera más primitiva de acaparar el conocimiento

es negarse a compartirlo, tapiar las puertas y ventanas por donde

la gente común puede asomarse a los hallazgos de la secta privilegiada.

Enrique Serna, en Genealogía de la Soberbia Intelectual.

-Estimados compañebrios, acérquense por favor, que quiero solicitar su amable contribución para una noble causa.

-¿Y ora que te traes Mané? Se me hace que nos quieres transar, como la otra vez que nos hiciste el cuento de que ya habías encontrado la fórmula matemática para ganar el Melate, le entramos a la quiniela y ni un rabito vimos del premio.

-Por favor Chon –responde Mané- no dudes de mi integridad, debidamente documentada por el título de Doctor en Ciencias Estrambóticas, otorgado por la Universidad de Miskatonik que, por si no lo sabes, se encuentra en la ciudad de Arkham, Massachusetts. Fue fundada en 1690 y su lema es: \’Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras\’ (De la Ignorancia a la Sabiduría; de la Luz a la Oscuridad). Además, mi título es reconocido por el Promec, pues tengo la cédula respectiva emitida ahí afuerita de la SEP, en la Plaza de Santo Domingo.

-Entonces ya la hiciste Mané, ni caso tiene que te juntes con el vulgo, sobre todo el que frecuenta esta modesta cantina.

-Para que  mejor me entiendan, compañeros de farra, de lo que se trata es precisamente de que los privilegiados que hemos tenido acceso a una educación avanzada, descendamos de nuestro bien merecido pedestal y compartamos nuestro conocimiento con las masas. En pocas palabras, que salgamos del closet de la academia y difundamos el saber científico por calles y mercados.

-¿Y nosotros, humildes beodos, como podemos colaborar con tan noble causa?

-Muy sencillo, amigos, basta con que acepten pagar  derecho de piso cada vez que entren a la cantina y lo que se recaude lo destinaremos a enriquecer la biblioteca de doña Olimpa Lozada, quien vive a unas cuadras de aquí, bajo el puente sobre el periférico. Si bien su casa consiste en un montón de láminas y pedazos de hule tendidos sobre lo que alguna vez fueron una mesa, dos sillas y un sofá, también cuenta con una pequeña biblioteca. En unas tablas sostenidas por tabiques, doña Olimpa tiene ahí una pequeña colección de libros para sus hijos y otros jóvenes que se acercan a leerlos. En su biblioteca puede encontrarse alguna edición de El Quijote y libros de ciencia ficción, de Julio Verne e Isaac Asimov, y otros de divulgación de la ciencia, como algunos de Carl Sagan. Y vieran que a los chamacos les encantan. A veces se juntan y uno de ellos lee en voz alta y entre todos comentan lo leído. Lo malo es que ya los leyeron todos y algunos hasta dos veces, por lo que se me hace justo que colaboremos con un impuesto para acrecentar la biblioteca bajo el puente. Además, les propongo que voluntariamente nos presentemos en casa de doña Olimpa y que el Profe Malacates y yo, los supersabios del contingente, condescendamos a impartir algunas pláticas sobre ciencia  a los chavos. ¿Qué les parece?

-Para empezar, a mí lo que no me gusta es el pago por derecho de piso y, en segundo lugar Mané, ¿por qué si Malacates y tú pertenecen al exclusivo club de quienes saben algo de ciencias, deben empeñarse en divulgar lo que la masa jamás comprenderá? Ese tiempo mejor inviértanlo en jugar  dominó con nosotros y al calor de unas chelas divulgan sus discretas  andanzas con las hermanitas de la vecindad. Es más divertido que una disertación sobre biología molecular.

-Puede ser -responde Mané- que, como señala Enrique Serna, en los institutos científicos, y en los cenáculos académicos, sigue habiendo mucha gente obstinada en exagerar la complejidad de sus disciplinas para crear feudos impenetrables, y no se ha erradicado el viejo egoísmo de las castas sacerdotales, menos aún la soberbia que viene aparejada con la erudición, la capacidad analítica o la destreza verbal. Pero yo los exhorto, comparsas de cantina, a que haciendo a un lado esa perniciosa soberbia nos demos  la tarea de sacar a la ciencia del closet elitista y la llevemos a pasear bajo el puente.

(Doña Olimpa Lozada es una persona real, ese es su verdadero nombre, vive bajo el puente con sus cuatro hijos y mantiene una pequeña biblioteca en su precaria vivienda.)

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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