El juego de abalorios

El juego de abalorios


Esta gente que leía tantos ensayos y oía tantas conferencias, no se daba tiempo ni ánimo para fortalecerse contra el miedo, para combatir dentro de sí misma la angustia de la muerte: se dejaba vivir temblando y no creía en ningún mañana.
Herman Hesse

En “El juego de abalorios”, una de sus mejores novelas, Herman Hesse imagina la existencia futura de una provincia que alberga una comunidad que Hesse llama Castalia, habitada por los integrantes de una Orden dedicados a toda suerte de estudios, donde no existen lazos de familia, ni honores, ni bienes materiales. Se busca la perfección del espíritu y del alma en el estudio y la meditación, no tanto en beneficio propio como por vocación y en beneficio del mundo exterior que, en su afán de “vivir la vida”, de progreso y de comodidades, ha dejado de dedicar su atención a los problemas fundamentales de la existencia a tal punto que si el pensamiento carece de pureza y ya no se venera al espíritu, todo el mecanismo de la vida material se tambalea y la autoridad, como la matemática del banquero, marchan hacia el caos.

Los habitantes de Castalia dedican su vida a aprender y practicar el juego de abalorios. Las normas, el alfabeto y la gramática del juego representan una especie de idioma secreto muy desarrollado, en el cual participan varias ciencias y artes, sobre todo las matemáticas y la música, y que expresa los contenidos y resultados de casi todas las ciencias y puede colocarlos en correlación mutua. El juego de abalorios es, por tanto, un juego con todos los contenidos y valores de nuestra cultura; juega con ellos como tal vez, en las épocas florecientes de las artes, un pintor pudo haber jugado con los colores de su paleta. Lo que la humanidad produjo en conocimientos elevados, conceptos y obras de arte en sus periodos creadores, lo que los períodos siguientes de sabia contemplación agregaron en ideas y convirtieron en patrimonio intelectual, todo este enorme material de valores espirituales es usado por el jugador de abalorios como un órgano es ejecutado por el organista; este órgano es de una perfección apenas imaginable, sus teclas y pedales tocan todo el cosmos espiritual, sus registros son casi infinitos; teóricamente, con este instrumento se podría reproducir en el juego todo el contenido espiritual del mundo.

Dentro del complicado mecanismo de este gigantesco órgano, cada jugador posee todo un mundo de posibilidades y combinaciones, y es casi imposible que entre mil juegos severamente realizados ni siquiera dos resulten parecidos más que superficialmente. Aún cuando sucediera que alguna vez dos jugadores por casualidad dieran a su juego la misma pequeña selección de temas, estos dos juegos tendrían aspecto y curso totalmente distintos, según el modo de pensar, el temperamento, el estado de ánimo y el virtuosismo de los ejecutantes.

En este juego no se admite la innovación, todo se reduce a la búsqueda de combinaciones de elementos –científicos y/o artísticos- ya establecidos. El ejercicio del juego poco tiene que ver con la realidad, con las aplicaciones del conocimiento o con la posible utilidad del arte. Al mundo exterior sólo interesan los resultados del juego en tanto que lecciones edificantes. Los miembros de la Orden viven en aislamiento del mundo, consagrados exclusivamente a alcanzar el dominio pleno del juego.

Esta ficción de Hesse me ha hecho pensar si no es que la práctica contemporánea de la ciencia, en alguno de sus aspectos, se asemeja al juego de abalorios en el sentido que, con relativa frecuencia, los científicos nos solazamos en simples combinaciones de abstracciones aprendidas intentando alcanzar cierto grado de virtuosismo en la tarea, sin preocupación sobre su relevancia o su relación con la realidad. Circunstancia que, si bien es cierto se justifica en ciertos tipos de investigación en la ciencia básica, es favorecida por la forma en que la investigación científica se ha institucionalizado. Los sistemas de premios y recompensas al trabajo científico, imitando esquemas empleados en las naciones dominantes favorece la permanencia de una práctica científica individualista y orientada a alcanzar el virtuosismo instrumental –o metodológico- según la moda del momento.

En su novela, Hesse contrasta la idílica vida en Castalia -situada en un futuro imaginario- con el presente del siglo veinte. Llama a este tiempo la “época folletinesca”, la encuentra superficial y entre sus rasgos prominentes enumera: la falta de fe de los pueblos, la buena mecanización de la vida, la decadencia de la moral y la falta de sinceridad de su arte.

¿Ciencia o juego de abalorios en esta “época folletinesca”?

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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Vídeo e imagen de 2008 basado libremente en temas de «El juego de los abalorios» de Herman Hesse. Filmado en Michigan durante el pico de la crisis financiera del 2008, y justo antes de la elección de Barack Obama.

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