Cómete un volován

Cómete un volován


Manuel Martínez Morales

1,500 millones de primera clase han alcanzado los botes,

4,500 millones se están ahogando,

pero eso no es problema…

El problema que no ven

es que

el que se hunde

es el planeta.

Antonio Orihuela

Afuera, bajo la intensa lluvia y el viento frío, por la calle desierta, camina un hombre entrado en años. Escucho con tristeza su cansado pregonar: “¡Hay caracoles y volovanes!” Sin haber vendido nada en esta cuadra, da vuelta a la esquina. Bajo techo, a buen resguardo del clima, tratando de apaciguar mi escurridiza conciencia me digo que la desigualdad tan profunda que hay en México nos lastima a todos.

 

Ante esta desigualdad tan lacerante, ¿qué caso tiene preguntarnos aquí y ahora por la relación entre ciencia, tecnología y sociedad? ¿Acaso no existen asuntos de mayor importancia sobre los cuales discutir o disertar en estos tiempos de penuria? Tal vez revisando lo aseverado por quienes han reflexionado con profundidad en estas cuestiones sea posible orientarnos. “La ambición última de la ciencia entera es fundamentalmente, como creo, dilucidar la relación del hombre con el universo”, dice Jacques Monod, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1965, autor de El Azar y la Necesidad: Ensayo sobre la Filosofía Natural de la Biología Moderna.

 

Mas esta relación del hombre con el universo, digo yo, se da mediada por la historia, por las relaciones de los hombres entre sí, es decir, la relación está condicionada por el ser social del hombre, no es una relación puramente individual. Observo el universo a partir de mis sentidos cultivados, es decir, socializados; me oriento en el mundo empleando el lenguaje –creación eminentemente social–; exploro la naturaleza utilizando la ciencia y los instrumentos técnicos a mi alcance, elementos culturales por excelencia.

 

Entonces, infiero, dilucidar la relación del hombre con el universo es, en parte, dilucidar la mediación social que permite al hombre el conocimiento del mundo. En otras palabras, no puedo acercarme al universo tal cual es en sí, sólo me aproximo al mundo a través de mi cultura y de mi situación en una sociedad particular.

 

Desde esta circunstancia, de la cual parte mi reflexión y la condiciona, intento imaginar cómo perciben el universo material y el mundo social los hombres y mujeres que se cuentan entre los cincuenta millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema. Qué sentido tiene la ciencia para este hombre que tiene que caminar por la noche bajo la fría tormenta, ofreciendo, sin mucha esperanza de vender, caracoles y volovanes, intentando desesperadamente obtener algunos centavos para poder llevar algo de comer a su familia. ¿De qué chingaos le sirven las eruditas disertaciones de Monod?

 

El nombre de Monod y las brillantes teorías de la biología contemporánea son ajenos a ese universo que se experimenta en la carencia de lo más elemental: comida, techo, vestido, salud, educación. La miseria material induce un deterioro general del individuo; la miseria conlleva la pobreza cultural de quien la sufre, limitando sus posibilidades de desarrollo personal y de participación social. El hambre, la enfermedad y la ignorancia crónicas convierten a los hombres en guiñapos, susceptibles de ser sometidos y manipulados con facilidad.

 

La ciencia y la técnica per se, no tienen ni pueden tener como objetivo el abatimiento de la pobreza o la consecución de mayor igualdad social. Las desigualdades y la pobreza desaparecerán sólo si se transforman las relaciones entre los hombres. Mas en un proceso de auténtica transformación social, obligadamente revolucionario, la ciencia y la técnica juegan un papel subsidiario pero indispensable, ya que el conocimiento técnico-científico puede contribuir a acelerar los procesos de transformación en diversos ámbitos (en la producción industrial y agrícola, en la planificación económica, en la educación, etcétera). También la difusión y la divulgación del pensamiento científico acercan al hombre –como señala Monod– a comprender su relación con el universo, con los demás hombres, enriqueciendo sustantivamente su vida concreta y cotidiana.

 

¿Por qué meditar sobre la ciencia y la técnica? ¿Acaso la técnica, como producto de la actividad de los hombres, no es algo inmediato y transparente? Debe meditarse sobre la esencia de la técnica, sostiene Heidegger, precisamente porque esa esencia no está dada en los objetos técnicos ni puede ser definida tampoco en el seno de límites exclusivamente antropológicos.

 

¿Y eso qué? Acudo con mis dudas a la sabiduría cantinflesca de Mané, quien, haciéndome una señal obscena con la mano, me dice: “Mira, pendejo: vamos en el mismo barco que ya se hunde, la suerte de uno es la suerte de todos; tu suerte y la de tus congéneres depende de la de ese hombre que, sin esperanza alguna, ofrece en venta caracoles y volovanes a esta hora de la noche bajo la lluvia fría”.

 

La distancia y el sonido de la tv van desvaneciendo, bajo la indiferente noche, el desolador pregón: “¡Quiere caracoles, volovanes!”

 

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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