Hórmiga- Pocho Lepratti

Hórmiga- Pocho Lepratti


Manuel Martínez Morales

El hormiguero nos ayudará más pronto y más eficazmente a descifrar el pensamiento y la intención oculta de la Naturaleza y algunos de sus secretos, que, en la Tierra y en el Cielo son en todos los casos idénticos.

Mauricio Maeterlinck: La Vida de las Hormigas.

Cualquier objeto, material o ideal, puede ser puerta de entrada a las maravillas de la Naturaleza sobre todo si se penetra en ésta con la mirada de un niño; con una mirada todavía libre –hasta cierto punto- de los moldes culturales e ideológicos que todo medio social  impone.

Así, aquel niño que alguna vez fui, en compañía de hermanos, primos y amigos, gozábamos de explorar libremente nuestro medio sin  la autoritaria guía de adulto alguno. Los sábados por la mañana, mi padre nos dejaba desde temprana hora en casa de mi tía abuela, Pascuala Martínez,  a donde también acudían algunos de mis primos y, bajo la vigilancia discreta de algún adulto, salíamos a la calle para entretenernos y divertirnos observando y experimentando libremente con lo que nos rodeaba.

Podíamos desplazarnos hasta dos o tres calles sin temor alguno hasta llegar a La Alameda, parque que  ocupa aproximadamente seis hectáreas, plenas de vegetación, regada por acequias y  donde se disfrutaba también de la Fuente del Pensador y el Lago central, cuyo contorno correspondía al del Estado de Coahuila. Solíamos pasar horas explorando aquel hermoso lugar.

Mas no había que ir tan lejos; justo fuera de la casa de mi tía Pas, se encontraba un árbol de lilas asentado sobre un piso de tierra con escaso pasto, donde era común encontrar  algún hormiguero. Nos gustaba contemplar el comportamiento de las hormigas cuando excursionaban fuera de su guarida, así como a otros insectos que de pronto aparecían en aquel sitio, tales como libélulas y chapulines. Además éramos diestros en atrapar, sin maltratarlos, a cualquiera de estos insectos para mirarlos de cerca, examinarlos, y tratar de adivinar cómo eran sus estructuras internas, por ejemplo especular si tenían algún tipo de cerebro o no.

Pero las hormigas, tal vez por su abundancia, eran nuestros sujetos experimentales favoritos. Si salíamos en su busca alrededor del hormiguero y nos percatábamos que aún no salían, simplemente aplicábamos una medida dictada por la tradición: acercando nuestra boca a la entrada del hormiguero gritábamos a todo pulmón: “¡Se queman los frijoles!”. Lo cual era suficiente para que, de inmediato, las hormigas salieran en tropel corriendo en todas direcciones, aplacándose en 15 o 20 segundos  y organizándose para realizar su diaria faena  colectiva.

Para ese momento ya teníamos preparado algún experimento ideado por nosotros mismos, chamacos entre los 5 y los 8 años aproximadamente. Por ejemplo, habíamos oído decir que las hormigas eran muy territoriales y no permitían que hormigas de otros hormigueros se acercaran. Así que, para comprobarlo, corríamos a la vuelta de la esquina donde se encontraba otro hormiguero, albergue de hormigas negras, y atrapábamos algunas. Las llevábamos al primer hormiguero y las soltábamos entre las locales, desatándose un combate a muerte en el cual, por su número, triunfaban siempre las locales. O bien, en una cajita sin tapa, que imaginábamos un coliseo o un ring de lucha libre colocábamos a un par de hormigas, una de cada hormiguero, y veíamos como se enfrascaban, cual gladiadores, en una lucha a muerte en la cual el vencido resultaba literalmente despedazado.

Nuestra fascinación por las hormigas se acrecentó cuando mi padre nos compró un pequeño microscopio y pudimos observar su anatomía con gran detalle; además en su ir  y venir fuera del hormiguero nos echábamos pecho a tierra para observar cómo se movían entre el pasto en busca de alimento y trozos de vegetación que luego trasladaban de regreso hacia el interior de su morada. Preguntándonos que harían con esos elementos al interior del hormiguero se nos ocurrió construir un formicario, tomando un gran frasco vacío, de cristal, de los muchos que mi tía almacenaba en su cocina. Lo rellenamos de tierra y echamos un montón de hormigas dentro, para observar como construían su hormiguero, arrojando dentro del frasco ramitas y hojitas, así como restos de comida desmenuzada. Y así observamos en vivo la estructura del hormiguero y el comportamiento de las hormigas en su interior, que años más tarde habríamos de encontrar descrito científicamente en el libro de Maeterlinck.

Otro notable experimento que ideamos, luego de enterarnos de que se había lanzado un cohete al espacio llevando un tripulante humano, fue el investigar si una hormiga podría sobrevivir un vuelo espacial. Con lo que teníamos a nuestro alcance –una pequeña cajita de plástico transparente (la cápsula espacial) y un globo de gas (la nave) de los que vendían en La Alameda-  realizamos el experimento: capturamos una hormiga colocándola en la cápsula, atando ésta  a la nave, la cual controlábamos con hilo que íbamos soltando de un carrete a medida que la nave se elevaba. Cuando consideramos que la nave había alcanzado la máxima altura, jalamos del hilo hasta traerla de vuelta a tierra y verificamos si el pasajero había sobrevivido o no al vuelo espacial. Ya comprobado que la hormiguita había sobrevivido, la devolvíamos a su hormiguero, llevando como nombre el de Yuri Gagarin, en honor al primer cosmonauta humano.

De esa manera, y sin la supervisión engorrosa de ningún adulto, continuamos nuestros experimentos con otros animalitos –chapulines, renacuajos, libélulas, gusanos de seda, los pollitos que mi tía criaba en su corral- lo cual nos costó más de una reprimenda, como la vez que el formicario, que escondíamos bajo la cama en que dormíamos uno de mis hermanos y yo, se rompió escapando las hormigas, las cuales  en su huída  subieron a la cama invadiendo y picando por todas partes nuestro cuerpo, lo cual nos hizo gritar despertando la alarma de mis padres quienes, en medio de la noche acudieron en nuestro auxilio. Al darse cuenta de la situación, más tarde nos dieron una reprimenda que por supuesto no hizo que detuviéramos nuestro libre observar y experimentar en el medio natural a nuestro antojo. Y que poco tiempo después nos hiciera gustar y comprender mejor  libros como los de Maeterlinck, además de despertar futuras vocaciones científicas.

¿Contarían esos juegos, libres y espontáneos y que nos abrieron la puerta al estudio de la naturaleza, como lo que ahora pomposamente llaman los reformadores educativos: experiencias educativas?

La reforma educativa  es otro gran fraude de este nefasto gobierno, pues la propuesta se basa en la repetición de lugares comunes, como eso de “nuevo modelo educativo” y “aprender a aprender”, cuando la fórmula es muy sencilla: dar la libertad y el espacio para que el educando explore, pregunte y experimente, proporcionándole los medios que requiera y el apoyo y acompañamiento del maestro.

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