Un pescado muerto en un estanque seco- Xinhua/Zhou Ke

Un pescado muerto en un estanque seco- Xinhua/Zhou Ke


Manuel Martínez Morales

Camino cerca del agua, miro la espuma que se mueve,

signo que busca una forma, en vano.

Yves Bonnefoy, en El territorio interior.

Contemplando el flujo y reflujo de la marea, sentado a orillas del mar, Mané medita en el propio ir y venir de la vida, de todas las vidas, de su propia vida. Un ir y venir de aquí para allá, de avanzar y retroceder, impresión que surge tal vez de que la vida toda se desenvuelve en ciclos, o de que la materia misma sea un ondular, una vibración que se extiende en el universo conocido. Más allá, quién sabe.

Pero es el agua en movimiento, el agua marina o el agua que fluye por los ríos lo que desde niño le produce un efecto hipnótico; las ondas que se forman en un tranquilo estanque al arrojar una piedra en sus aguas provocan en Mané una avalancha de imágenes y pensamientos desordenados, pero apaciguadores. El agua en movimiento lo tranquiliza. Incluso le gusta sumergirse en el agua y desde la profundidad contemplar la superficie, lo cual le permite apreciar la división del espacio que produce la superficie del agua en un contenedor cualquiera; dos mundos distintos: dentro y fuera del agua. Derecho y revés del espacio dividido por las aguas. Aguas que dan y sostienen la vida.

Alguien ha dicho que el agua es siempre dual, que tiende a representar a la pareja original –la mayoría de las veces a los gemelos que antes de la creación descansaban el uno en los brazos del otro. El agua envuelve lo que existe antes que el espacio sea. El agua es la sangre que nutre aún antes que la leche pueda fluir. Muchas cosas pueden ser aguas: hay algunas culturas en las cuales el salado océano es tan distinto de la sangre como distinto del agua que apaga la sed. Y hay culturas de la selva en las que el cielo y la tierra son percibidos como otras tantas manifestaciones diversas del agua. Así se lo dijeron.

El agua fluye y refluye, se mueve y se transforma en ciclos establecidos por causas y azares, por leyes físicas y perturbaciones imprevistas, procesos caóticos al fin: el agua en la superficie terrestre escurre al mar o se evapora, el agua de mar se evapora también y las lluvias cierran el ciclo para nuevamente engrosar el caudal de los ríos. Y en torno a esos ciclos acuáticos la vida misma fluye siguiendo sus propios ritmos, habiéndose establecido interdependencias más o menos estables entre las distintas especies animales, incluyendo al hombre mismo, la bestia inteligente.

Siendo el agua el asiento del origen de la vida en el planeta que habitamos, cuando no nos falta pasamos por alto su esencial valor y damos por un hecho su inmediata disponibilidad. Y lo que es y ha sido siempre un bien común necesario para la vida, portador de portentosos significados culturales, de pronto –en cierto momento de la historia “occidental”- se transforma en una mercancía, en un insumo cualquiera, comercializable, reducido a su dimensión utilitaria y a su simple fórmula química: H2O.

Pero la transformación de un bien común en mercancía –antes apreciado por su valor de uso material y simbólico a la vez- no se produce de golpe y porrazo, piensa Mané, ni se implanta homogéneamente. Los diversos grupos humanos, desde sus propias condiciones de existencia que incluyen la cultura específica de los mismos, se enfrentan al proceso de mercantilización del agua y lo asimilan, lo resignifican en sus términos o lo rechazan, si es que está a su alcance hacerlo.

Y resulta –deduce Mané sobresaltado- que en las condiciones de vida que impone planetariamente el capitalismo salvaje, la lucha por el agua se constituye en una vertiente de la lucha de clases. Los capitalistas de nuestros días, apurados por la enorme crisis que ya se anuncia, se aprestan –en forma organizada, económica, política y militarmente- a encontrar y abrir nuevos nichos para la expansión, reproducción y acumulación de sus capitales, pues de otra manera dejarían de existir como tales.

Ya privatizaron la tierra, el petróleo, los recursos minerales del país, y ahora vienen por el agua, por el H2O. Pronto intentarán privatizar el aire que respiramos. ¿Qué clase de locura es esta?

Pero, ¿qué puede importar al capitalista y sus empleados el agua de los sueños? Lo que les interesa es el H2O, su aprovechamiento en pesos y centavos, lo demás no importa. ¿Qué puede importarles el valor que tiene el agua que fluye por los ríos para los habitantes de sus riberas? Valor traducido no sólo en recursos económicos, sino también en el agua que los acompaña en su vida cotidiana, en sus rituales, en sus sueños.

¿Y el agua que bebemos, que usamos para la preparación del diario alimento, la que usamos para limpiar nuestro cuerpo? Ahora costará al menos un peso el litro, pues dinero hace falta a los señores para construirse otras casitas blancas.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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