La ciencia desde el Macuiltépetl: El impacto social de la técnica


Manuel Martínez Morales

Todo progreso técnico crea nuevas complicaciones

en la máquina económica, hace aparecer nuevos factores

y nuevos procedimientos, que las masas tardan cierto tiempo en penetrar.

Arthur Koestler

En una de sus mejores novelas –El cero y el infinito– Arthur Koestler hace algunas reflexiones sobre el impacto de las innovaciones técnicas en la conciencia social. Afirmaba que la aparición de cualquier nuevo artefacto técnico producía un efecto  que tardaba en asimilarse socialmente: «La invención de la máquina de vapor abrió un periodo de proceso objetivo y, en consecuencia, de regresión política subjetiva con una rapidez igual. La era industrial todavía es joven en la Historia, y sigue siendo considerable el desacuerdo entre su estructura económica extremadamente compleja y la comprensión de esta estructura por las masas. Se explica, pues, que la madurez política relativa de las naciones durante la primera mitad del siglo XX sea menor que doscientos años antes de Cristo, o que en el final del feudalismo.»

La novela mencionada fue publicada en 1941, en pleno auge del fascismo,  unos años antes de la denotación nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki y cuando las computadoras sólo existían en la mente de unos cuantos científicos.

Koestler parece sugerir que no solamente hay un retraso subjetivo en la asimilación de las consecuencias que trae consigo una innovación técnica, sino que parece implicar que hay una regresión subjetiva, en cuanto a que aparece un desacuerdo entre una estructura económica extremadamente compleja -inducida por el progreso técnico- y la comprensión de esta estructura por la sociedad, lo que a su vez redunda en una especie de «inmadurez política» de las naciones.

¿Cómo interpretar esta idea en nuestros días, cuando se anuncia la demostración empírica de la existencia del «bosón de Higgs», una partícula elemental cuya existencia sólo había sido deducida teóricamente? Más aún, cuando la detección de esta partícula -llamada también la partícula de Dios- dependió de la operación del más grande acelerador de partículas jamás construido, una proeza técnica notable en sí misma.

Empero, la construcción del gran acelerador de hadrones que permitió la detección de esta partícula esencial requirió de la existencia previa de una colosal infraestructura técnica y científica, lo cual a su vez da cuenta de una sociedad altamente tecnificada y nos hace preguntar -a partir de lo que plantea Koestler- qué tan retrasados, subjetivamente, nos encontramos hoy en día con respecto a estos formidables avances técnicos.

¿Hasta dónde alcanzamos a comprender la compleja estructura económica que es la base sobre la que es posible construir artefactos que nos permiten penetrar en los más íntimos rincones de la estructura de la materia? Pues notemos que esto sólo ha sido posible gracias al manejo de energías de enorme magnitud y gracias también a la existencia de aparatos de gran precisión y de formidables sistemas computacionales. Todo lo cual sólo puede existir en una sociedad con un gran desarrollo tecnocientífico.

Esto  indica un enorme dominio técnico presente en una sociedad inmadura para comprenderlo y, por tanto, en peligro de ser víctima de sus propias creaciones. Y créanme que no hay ningún fatalismo en esta consideración. Recuerden que se ha especulado sobre la posibilidad de una mega explosión producida por la operación del acelerador de hadrones, lo cual, si bien esta lejos de ser cierto apunta a situaciones que pudieran suscitarse cuando se maneja energía en esos niveles.

No son sólo los experimentos cruciales de naturaleza física los que demandan un alto grado de desarrollo técnico y científico, sino que todos los aspectos de la vida contemporánea están permeados por  la técnica, desde los múltiples artefactos que usamos para comunicarnos hasta los alimentos que consumimos, todo -en alguna parte de su producción- marcado por procesos técnicos de alta complejidad, no sólo en cuanto a los procesos particulares y concretos de la producción de artículos específicos, sino en cuanto a la tecnicidad organizada del sistema global que los produce.

Estamos inmersos en un sistema altamente tecnificado cuyos procesos y productos determinan no sólo las condiciones de nuestra sobrevivencia, sino que además moldean las relaciones sociales, modifican la cultura y nuestra percepción del mundo, empujando nuestras acciones y pensamiento en direcciones que no elegimos.

La pregunta de fondo -más allá de coyunturas específicas- es si seremos capaces de comprender la compleja estructura económica (que actualmente depende significativamente de la técnica y la integra) que sustenta la vida social o si permaneceremos indefinidamente en el retraso subjetivo, del que hablaba Koestler, que  puede conducir también a la inmadurez política.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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