El hombre bicentenario, fotograma

El hombre bicentenario, fotograma


Manuel Martínez Morales

Cuando el tiempo rasguña,

la eternidad en tajo

deja pasar fragmentos de poesía.

Diana Pizarro: Ojos de gata

Hay días que caen como plomo derretido sobre el corazón del hombre. Recuerdas la frase con la que comenzaba una obra de teatro ya casi olvidada. Y en estos días así cae el plomo derretido, consumiendo el corazón humano, con el miedo atravesando transversalmente nuestra vida social. Cortando la convivencia como un cuchillo corta la mantequilla.

O será tal vez que ya nuestro mismo corazón se fundió en plomo, insensible a la crueldad con que el sistema social se impone sobre la vida, en nombre de un dios abstracto que no tiene más realidad que un unicornio desplazándose en las profundas corrientes marinas, en busca de una sirena.

Pero ese dios quería ser caballo y lo más que alcanzó fue la forma de un billete verde; pero aún en esa forma degradada es aceptado por la mente y el corazón congelados de la mayoría de los hombres y mujeres que habitan este planeta.

Como todo intentas explicar racionalmente, echas mano de la teoría de autómatas finitos y te dices que los hombres son nada más que eso, o aceptan así definirse. Un autómata finito cuyo comportamiento se rige solamente por dos funciones simples: una que induce su siguiente acción, a partir de su estado presente y de los estímulos y percepciones que en este momento recibe; la otra define su transición a un nuevo estado a partir de su estado actual y de sus percepciones presentes. Así va la maquinita funcionando, cumpliendo su quehacer cotidiano.

Pero, ¿qué es un estado interno? Un estado interno, nos dicen los algebristas dedicados al tema, no es más que la condensación de la historia pasada del autómata. Y la historia pasada es todo lo que le ha ocurrido al autómata desde que arrancó su existencia. ¡Abrón!

Cómo es eso de toda la historia pasada, pues para un autómata finito es imposible recordarlo todo. El truco que los matemáticos se sacaron de la manga es que el autómata sólo puede recordar “clases” de historias, es decir, la posible infinitud de eventos de su historia es condensada –agrupada- en conjuntos que constituyen su “memoria”, resumida en sus estados internos, así los denominan.

Lo que aquí interesa es que, conociendo el estado inicial del autómata y las dos funciones aludidas, el comportamiento del humilde autómata finito está totalmente determinado. Se puede

predecir su comportamiento ad infinitum. Por supuesto que realizando los cálculos correspondientes.

“Es cierto –dice John Fante en su novela Camino a Los Ángeles-, mi tío tenía razón en lo del trabajo. Era trabajo que se hacía sin pensar. Para desempeñarlo no hacía falta sacar el cerebro de casa, Lo único que hacíamos todo el santo día era estar allí de pie, moviendo brazos y piernas. De vez en cuando cambiábamos de postura y nos apoyábamos en el otro pie…No hacía falta ningún jefe con aquellas máquinas en marcha.” No hacía falta, los trabajadores mismos son autómatas finitos, con todos los movimientos y tiempos calculados y determinados en función de tal condición.

En los tiempos actuales, como señala Byung-Chul Han en la Sociedad del Cansancio, la progresiva positividad de la sociedad ha provocado que “no solamente el multitasking, sino también actividades como los juegos de computadora suscitan una amplia pero superficial atención, parecida al estado de vigilancia de un animal salvaje. Los recientes desarrollos de sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo. Mientras tanto, el acoso laboral por ejemplo alcanza dimensiones pandémicas. La preocupación por la buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una preocupación por la supervivencia.”

Acoso laboral, preocupación por la buena vida, dos formas del miedo que recorre transversalmente la sociedad actual que convierte a hombres y mujeres en entidades duales contradictorias: el ser humano a la vez comportándose como un autómata finito y por otra parte empujado a hundirse en un salvajismo que lo atemoriza. Pues una sociedad del rendimiento produce cansancio, un cansancio a solas que aísla y divide, dice Han. Y estos cansancios, agrega, son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía.

Todavía podemos superar la contradicción, la sociedad del rendimiento y el cansancio y miedo que produce, abriendo ámbitos de libertad donde hombres y mujeres puedan encontrar su felicidad por ejemplo, como sugiere el autor citado, en el ámbito de la creación y recreación cultural, en el arte, la ciencia y el juego. Actividades improductivas o de bajo rendimiento según la ideología dominante.

“Yo trabajaba mucho –dice un personaje de la novela de Fante- porque tenía que trabajar mucho, y no me quejaba porque no había tiempo para quejarse. Pasaba casi toda la jornada alimentando la máquina y pensando en dinero y mujeres. El tiempo pasaba mejor con tales pensamientos…Pasaba de una fantasía a otra, y así discurrían las horas, yo pegado a la máquina y procurando concentrarme en la faena para que los demás no supieran en que estaba pensando. A través de la cortina de vapor veía la puerta del otro extremo de la galera. Ahí estaba la bahía azul, peinada por centenares de gaviotas sucias y perezosas…”

¿Qué somos: autómatas, salvajes, payasos o todo lo contrario?

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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