Manuel Martínez Morales

La noche del 1 de mayo de 1915, Clara Haber se disparó con la pistola de su marido, Fritz Haber, despertando a su hijo de catorce años, que la encontró en el jardín en un charco de sangre. Unos días antes el ataque con gas tóxico -invento de Fritz- sobre las fuerzas aliadas había causado 15 mil víctimas, 5 mil de ellas fatales. Algunos biógrafos de Clara y Fritz atribuyen su suicidio al disgusto por las actividades de Haber, que incluían experimentos con cloro y otros gases tóxicos en animales, que se practicaban en el Instituto dirigido por el investigador.

También se ha consignado que Clara había quedado desolada desde que el joven químico Otto Sackur, un amigo de su juventud, murió en una explosión en el Instituto cuando se realizaba uno de los experimentos mencionados.

Fritz Haber fue un químico alemán nacido en 1868, famoso por ser el primer científico que sintetizó amoníaco a partir del nitrógeno en el aire, lo que abrió el camino hacia la síntesis de fertilizantes nitrogenados, que incrementarían dramáticamente la producción agrícola en todo el mundo. También carga con la triste fama de haber introducido el gas venenoso en la Primera Guerra Mundial. Se describía a sí mismo como uno de los hombres más poderosos de Alemania: «Yo era más que un gran líder de ejércitos, más que un capitán de industria. Mi obra llevó a la expansión militar e industrial de Alemania. Todas las puertas se abrían ante mí.» (Ver: Amigo o enemigo de la humanidad, en Los científicos, la ciencia y la humanidad, de Max F. Perutz. Granica, 2006)

En 1901, Haber se casó con Clara Immerwhar, hija de una respetada familia de Breslau, a quien conocía de la adolescencia. Ella igualaba a Fritz en ambición y determinación; había luchado contra los prejuicios y oposiciones hasta convertirse en la primera mujer con un doctorado en ciencias de la Universidad de Breslau. El júbilo de Clara por su unión con Haber duró poco tiempo pues, según confesó a una amiga, «la conducta de Fritz respecto del matrimonio y la casa resulta tan agobiante, que destruye a cualquiera que no se haga valer tan implacablemente como él. Me pregunto si la inteligencia superior hace a una persona más valiosa que otra, y si mucho de lo mío que se ha ido al demonio, porque fue dado al hombre equivocado, no es más valioso que la teoría electrónica más importante.»

Durante más de un siglo muchos químicos intentaron obtener amoniaco a partir de nitrógeno e hidrógeno pero fallaron, principalmente porque las leyes que gobiernan las reacciones químicas no eran completamente comprendidas. Haber, un teórico excelente y a la vez un hábil experimentador, con uno de sus colaboradores, hizo un cuidadoso estudio y encontraron que la formación de amoníaco a partir de la combinación de nitrógeno libre y gas hidrógeno, requería una presión de los dos gases de más de doscientas veces la de la atmósfera al nivel del mar y una temperatura de 200°C, condiciones extremas que nunca antes se habían reproducido en un laboratorio. Con inigualable persistencia en el trabajo experimental descubrieron que se requería un catalizador que resultó ser un polvo del metal raro osmio, que aceleró la reacción de manera espectacular. Lo cual significó traducir el descubrimiento en la producción industrial del compuesto. Haber fue premiado con generosas regalías y el premio Nobel de química en 1918.

Los nitratos son parte esencial de los explosivos, y cuando estalló la guerra en 1914, el bloqueo cortó el suministro de salitre chileno, la fuente tradicional de nitratos. Y aquí entra el soberbio Haber, pues de no haber sido por su descubrimiento de la síntesis de amoníaco las reservas de nitrato se hubieran agotado y Alemania hubiera debido suplicar la paz.

Fritz se ofrece como voluntario para el ejército, donde se convirtió en el director de la sección de química del Departamento de Materias Primas para la Guerra. Ahí puso su conocimiento al servicio de la guerra: al asistir a una prueba de artillería de cilindros cargados con gas lacrimógeno, encontró que el gas se dispersaba demasiado como para surtir efecto. Haber sugirió que una descarga de cloro gaseoso sería más efectiva, pues es más pesado que el aire e inmediatamente produce accesos de tos violenta, es corrosivo para los ojos, nariz, boca, garganta y pulmones. Al ser inhalado termina por causar asfixia. Si se descargaba sobre las líneas enemigas por su peso se hundiría en las trincheras haciendo salir a los soldados, a los que entonces se podría disparar fácilmente.

En Haber, el Alto Mando, halló una mente brillante y un organizador extremadamente enérgico, decidido y, probablemente, también inescrupuloso. Así, Haber fue sin duda el iniciador de la guerra química.

Fritz se dio por completo a la tarea. Trabajó hasta el agotamiento organizando la fabricación de toneladas de cloro gaseoso y miles de cilindros para el gas; entrenó tropas especiales para probarlos, y supervisó la instalación en las trincheras del frente, sin tener en cuenta su seguridad personal. Este sería el mismo gas que habría de aplicarse más tarde en el exterminio de judíos en los campos de concentración nazis.

Fritz Haber: Nunca, jamás, fue mi intención, provocar más muertes a través de mi invención.

Clara Haber: Tu proceso condujo a la muerte y la devastación.

Fritz Haber: Salvó al mundo, que se estaba precipitando hacia el hambre.

El quehacer científico y el relato de su devenir son algo más que una sucesión de descubrimientos e invenciones -y su descripción- que se suceden siguiendo una «lógica» propia. Pueden ser el camino empedrado al infierno, producto de las ambiciones, pasiones y enamoramientos de quienes realizan estas tareas. Se requiere de un temple muy peculiar para incursionar en estos dominios de la praxis humana. Pues hay que estar dispuestos a visitar los oscuros y a veces siniestros subsuelos de la ciencia.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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