El mal de Graves-Basedow es una tiroiditis autoinmune de etiología no muy bien conocida, que estimula la glándula tiroides, y es la causa de tirotoxicosis más común. Se caracteriza por hiperplasia difusa de la glándula tiroides resultando en un bocio e hiperfunción de la glándula o hipertiroidismo. La enfermedad recibe el nombre del médico irlandés Robert James Graves por sus descripciones en 1835 y Karl Adolph von Basedow por sus reportes en 1840.

La enfermedad de Graves se asocia con cierto padecimiento ocular, la oftalmopatía de Graves (o oftalmopatía asociada a tiroides, ya que el 10% de los pacientes con oftamolpatía no padecen de esta enfermedad). Las primeras manifestaciones oftálmicas suelen ser sensación de arena en los ojos, molestias oculares y lagrimeo excesivo.

Robert Graves fue un sobresaliente médico irlandés, nacido a finales del siglo XVIII, cuyas investigaciones sobre las afecciones tiroideas definieron y dieron nombre a la enfermedad que lleva su apellido. Un siglo más tarde, aparece el notable poeta y novelista Robert Graves, autor de La diosa blanca, tratado poético-mitológico que estudia la naturaleza del arte que sobrevive a su tiempo.

Y en este siglo, el poeta veracruzano Francisco Hernández, por azares de la vida –su esposa padece el mal de Graves-,  se acerca a la vida y obra de Robert Graves, el investigador médico, y del otro Robert Graves, el poeta, y a partir de esa experiencia nos regala el poemario Mal de Graves (Almadía, 2013).

En esta reciente obra de Hernández, ambos personajes establecen un extraño diálogo que combina la ciencia con los sueños. Cruzado por voces -unas ajenas, otras cercanas- e imágenes llenas de símbolos, en él se materializa una mujer que, aquejada por el Mal de Graves, se adentra en la ceguera.

La imaginación del poeta combina lo histórico con lo improbable, lo terrestre con lo infinito, y de ese choque de fuerzas resulta un lenguaje insospechado y radical. Francisco Hernández pone en escena un drama que da forma a un miedo inmortal: la pérdida definitiva de la vista.

 MUJER: Tristeza y alegría/ son intocables./ Aparecen simplemente,/ llegan de alguna cúspide.// No importa si tu visión/está de fiesta o no,/ si está en pie de guerra o no.// El corazón, puño estrellado/ contra una lápida.// Floresta purificadora/ la sonrisa.

DOCTOR ROBERT GRAVES: La enfermedad rejuvenece a las/ ancianas.// Desaparecen las arrugas, los pellejos/ colgantes, las parótidas/ amoratadas y las ojeras perpetuas. Se/ extingue el olor/ a orines, el continuo gemir y la risa/ sin titubeos ante el Santísimo…

POETA ROBERT GRAVES: Las instrucciones para sobrevivir en/ la isla no llegan por correo, sino/ entrelazadas con las cañas de las/ balsas, donde al fin se sienten/ portadoras de algo similar al destino…

Sólo el poeta puede lograr esta admirable síntesis entre conocimiento, poesía y el estupor ante el drama real: la ceguera. La auténtica poesía –como lo la de Francisco Hernández- es a la vez conocimiento, revelación de lo real oculto por las sombras de la enajenación y arte que plasma la tristeza o la alegría que “llegan de alguna cúspide”.

MUJER: De madrugada reaparece la máscara.// Puedo salir a la calle con ojos/ que respiran, que duplican o/ triplican/ lo contemplado y entrar así a una/ catedral/ con la certeza de abrillantar mi/ aureola.

POETA ROBERT GRAVES: Pasos de ciego suelen dar/ los árboles en cautiverio./.. Árboles que pueden predecir/ naufragios/ con sus patas de níspero/ y sus rostros de abeto…

CORO: Bajo corrientes de aire,/ voces yendo y viniendo/ con sus cuernos de oro/ y pulseras de hueso/…Los evangelios en latín,/ hacen que un gato a mil ratas/ consagre.

RECITADO: Con el ojo izquierdo soñarás/ los aromas del amor y con el derecho/ los recortes del odio./…Espiral de cuatro centros/ donde se ajusta el oboe/ ya humedecido por los labios./… Cordaje de seis lamentos/ donde la vida no importa/ y la muerte desafina.

Quién pudiera dar lecciones de ciencia con esta vena poética. Imaginemos por un momento que logramos formar ingenieros poetas, ¡Qué pérdida de tiempo!, dirían muchos. Pero creo que esta fusión de conocimiento y poesía conduciría a la verdadera revolución educativa que necesitamos.

Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946) ha publicado más de veinte libros de poesía, entre los que sobresalen Gritar es cosa de mudos, Mar de fondo, Moneda de tres caras, Mascarón de prosa, Las gastadas palabras de siempre, Imán para fantasmas. Bajo el heterónimo de Mardonio Sinta, reunió sus coplas decimeras en el volumen ¿Quién me quita lo cantado? Ha recibido numerosos premios y distinciones y en el año 2012 el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Hace algunas semanas estuvo entre nosotros el poeta Francisco Hernández, con quien tuve la oportunidad de conversar. Un poeta de gran talla y enorme calidad humana.

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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