Presunto migrante detenido, Arizona, Xinhua/Will Seberger/ZUMAPRESS (archivo)

Presunto migrante detenido, Arizona, Xinhua/Will Seberger/ZUMAPRESS (archivo)


Manuel Martínez Morales

El mundo que está fuera de mi cerebro

transforma mi cerebro en mercancía,

y para el mundo que está fuera de mi cerebro

mi cuerpo completo es mercancía.

Antonio Orihuela, en De persona constitutio.

Los lastimados pies de los migrantes, moviéndose cansadamente sobre los durmientes de la vía férrea, apenas cubiertos por lo que alguna vez fueron zapatos. El caminar acompasado, lento, sin otro rumbo que el marcado por la vía. Aunque Mané quería reflexionar tranquilamente sobre la relación entre arte y ciencia, tema de actualidad y con buen ranking en los medios académicos, no puede quitar de su mente la imagen de la larga marcha de los migrantes moviéndose de un lado a otro del planeta en busca solamente de un poquito de bienestar para ellos y sus familias. Derecho al bienestar que en sus países de origen les es negado, producto de un mundo movido por “las leyes del mercado”, que invariablemente conduce a guerras terribles. El mundo de las cosas por encima del mundo de los hombres o, visto de otra manera, hombres y mujeres reducidos a la condición de mercancías.

-¿Por fin, en qué quedamos?- se pregunta Mané: según los defensores de la libertad de mercado, se aboga por la libre circulación de mercancías pero se limitan los flujos, la circulación pues, de seres humanos. En todo caso esta última está regulada por la demanda de mano de obra barata por parte de los dueños del dinero.

Fíjense -continúa Mané- los granjeros red necks del sur de los Estados Unidos, que vociferan en contra de los migrantes ilegales y hasta organizan cacerías de éstos, hace unos días se lamentaban de la escasez de mano de obra barata para levantar sus cosechas. Un llamado indirecto para que ingresen más migrantes ilegales a pizcar en sus campos, desde luego a cambio de salarios de hambre.

¿Hambre? ¿Alguien ha dicho hambre? Quien verdaderamente ha padecido hambre difícilmente pronuncia la palabra.

-¿Sabes Mané cuál es el recuerdo que tengo de mi infancia? preguntó una de sus amigas: hambre, siempre tenía hambre, creo que siempre siento hambre.

Mi nacimiento fue un naufragio el agua/ me inundó cuando salí a la luz. Agua es futuro./ De mi madre quedó una ruina que bufaba,/ a veces sonreía. Al salir quedé errante/ y el mundo no bastó para frenar mi caos.

Al recordar estos versos, Mané ve como en un destello que en un mundo como éste todos somos migrantes, vivimos errando de un lado a otro –quizás en la imaginación solamente- vagabundos en busca de un destino mejor, parecido al sueño de los migrantes de carne y hueso, abrigando la esperanza de vivir mejor, de que todos vivamos mejor.

Y Mané se reconoce como un migrante, moviéndose de un territorio de la experiencia a otro, buscando respuestas a algunas interrogantes que han surgido en su conciencia desde que era muy joven. El tránsito ha sido a veces penoso, pues al igual que con los migrantes de carne y hueso, no siempre le es permitido cruzar alguna frontera, así que –en ocasiones con ayuda de algún pollero, a veces en solitario- pasa de mojado.

Lacónico deshebré mi presente/ que amaneció erosionado por la cal/ payaso de circo en pueblo polvoriento/ Indeciso, te seguí estrella de mar/ para perderme aún más.

Quien fue su guía y tutor en su formación como matemático alguna vez le aconsejó: el que nada sabe nada teme y por eso puede decir pendejada y media. Y ha de ser por eso que Mané, en su ignorante errar, transita de la matemática a la poesía, de la poesía a la física cuántica, de la física cuántica a la ecología (¿saben que existe la ecología molecular?), de la ecología a la teoría de la computación, de la teoría de la computación a la arqueología, de la arqueología a la neurociencia, de la neurociencia al Kama Sutra (¿Cama qué?), y de ahí a su sillón favorito para adentrarse en la lectura del libro más reciente de Stanislaw Lem.

-Pinche Mané, eres aprendiz de todo y oficial de nada, por eso y por los caimanes en pantaletas que dices haber visto en la Laguna de Alvarado (y que confundiste con sirenas), no podrás ingresar jamás al salón de la fama de la ciencia –bien resguardado por el SNIFF- y tendrás que seguir en tu interminable andar, sufres porque quieres. Mira, todo se reduce a que aprendas a fabricar pasteles sin harina, sin mantequilla y sin huevos. Sobre todo procura no pasarte de estos últimos y pórtate bien, llena diligentemente todos los formatos que harán constar tu nivel intelectual y, si ya le haces al payaso, ningún esfuerzo te costará hacerle al doctor en ciencias: bata blanca, anteojos gruesos, barbita freudiana, haces como que la virgen te habla y ya la hiciste mi buen: directo al SNIFF sin pasaporte.

Pues si no me creen, pregunten a los expertos, dice el aprendiz de todo.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

(Los versos intercalados en el texto han sido tomados del poemario AQUARIO, de Isis Samaniego.)

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