Si las ventanas de la percepción estuviesen limpias,

cada cosa parecería al hombre como es, infinita.

Pero el hombre se ha recluido hasta no ver las cosas

sino a través de las aberturas de su caverna.

William Blake

 

Sir James se lo había advertido: Mira Mané, date cuenta que te acercas peligrosamente a los abismos del posmodernismo cuando afirmas: «La ciencia es primariamente un vigoroso acto de la imaginación, y por ello tiene bordes que la acercan a la poesía y a otras acciones imaginativas. Al igual que la poesía, tiene sus normas y su disciplina. Como en los cuentos de hadas debe estar siempre abierta al misterio, a lo inesperado, al mensaje cifrado.» Como buen matemático y lógico debes darte cuenta, Mané, que el argumento es formalmente idéntico a decir, por ejemplo: «Algunos perros blancos tienen bordes que los acercan a los gatos en el sentido de que algunos gatos son blancos, ergo, algunos perros son gatos, y ambos deben estar abiertos al misterio… pues son vertebrados, mamíferos, vivíparos, suelen ser utilizados como mascotas, etc.» Creo –finalizó Sir James- que esto te acerca peligrosamente al posmodernismo que, hasta hace poco, solíamos escarnecer a partir del axioma naolinqueño ampliamente conocido y ¿aún compartido?

            Mané examina la posibilidad de que tan peligrosas afirmaciones pudieran haber sido producto de alguno de sus frecuentes delirios pues, siendo un fan desinformado de William Blake, quizás transgredía las fronteras disciplinarias sin ser del todo consciente de ello. Ya que las afirmaciones de Sir James eran más que certeras, entonces era menester para Mané desandar las transgresiones y volver al honesto carril de los límites disciplinarios.

            Así que decidió tratar un tema de corte más clásico la próxima vez que disertara en la cantina, por cierto llamada “Las glorias de Poncho el Sabio”. Y es que para poder discurrir sobre cualquier tema había que agarrar inspiración tirándose uno o dos farolazos entre pecho y espalda.

            Entonces Mané se dispuso a elaborar una especie de radiografía numérica sobre algunos rasgos de la investigación científica en México. Tema más clásico no podía haber, muy a pesar de quienes tienen horror a los números y, en un alarde de lo que Mario Bunge llama “el facilismo”, reniegan de las cifras y sus cuentas en favor de la llamada investigación cualitativa. Aún así, pensó Mané, la imagen numérica de los fenómenos siempre nos proporciona un primer acercamiento firme hacia la comprensión de los mismos; facilitando el paso de la representación al concepto, del fenómeno a la esencia. (Abucheos indignados del público ‘cientificista’).

            Al pensar en la investigación científica, y la forma como está organizada en México, fue inevitable que en la mente delirante de Mané apareciera la imagen de la escalera de Jacob tal y como aparece en una pintura de William Blake. La escalera de Jacob es una escalera mencionada en la Biblia, por la que los ángeles ascendían y descendían del cielo. Fue vista por el patriarca Jacob durante un sueño, tras su huida por su enfrentamiento con su hermano Esaú.

            El arte prestó especial atención a esta escena, pero nadie lo había hecho nunca como William Blake, quien puso todo su peculiar lenguaje estilístico, formal y técnico para trasgredir la representación habitual, retorciendo la escala hasta convertirla en una escalera de caracol que ascendía hasta un radiante sol y por la que circulan estilizados y vaporosos ángeles. Es probable que esa imagen surgiera en la  mente de Mané pues había escuchado por ahí que para ascender a las luminosas cumbres de la ciencia había que subir por una escalera grande, o tal vez  chiquita, pero seguramente era una escalera de caracol  como en la pintura de Blake. Es decir la ruta no era directa, había que dar muchas vueltas para llegar al cielo del conocimiento científico. Y por esa escalera –cual estilizados y vaporosos angelitos- suben y bajan los investigadores.

            ¿En que se cristaliza ese subir y bajar de los investigadores mexicanos por la escalera de Jacob?

            Como Mané entiende poco fuera de datos numéricos, acudió a las cifras sobre el tema.  Y así, encontró que de acuerdo a las estadísticas de CONACYT, en el año 2012 había registrados un total de 18 mil 555 investigadores en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Aunque sabemos que no son todos los que están y no están todos los que son, tomemos las cifras oficiales como punto de partida, con la observación de que en realidad en México puede haber más de 30 mil investigadores en activo, aunque no todos miembros del SNI. Tomando estas cifras como base, entonces tenemos que hay alrededor de 2 investigadores por cada 10 mil habitantes en nuestro país, en tanto Brasil tiene 7, Cuba 20 y Bélgica 35, según datos del Banco Mundial. Sin embargo, hay que hacer notar que, de acuerdo a estos datos, en 2003 había un total 9 mil 199 miembros del SNI, lo cual muestra que en un lapso de 10 años el número de investigadores registrados se duplicó. Es decir, la escalera de Jacob es difícil de trepar, pero no tanto.

            Ahora bien, si atendemos a la forma en que se distribuyen los 18 mil 555 investigadores según el área en que trabajan, notamos que el mayor número se concentra en Biología y Química (3,162; 17 por ciento del total), seguido del área de Ciencias Fisicomatemáticas y de la Tierra (3,004; 16%). Luego siguen la Ingeniería y el área de Humanidades y Ciencias de la Conducta (con aproximadamente el 14% cada una). El área con menor número de investigadores es la de Medicina y Ciencias de la Salud (1,914; 10.3 %).

            Estos números indican por un lado la desigual distribución de investigadores por áreas del conocimiento, pero también –a juicio de Mané- apuntan a la ausencia de una política científica nacional, de la que se desprendan estrategias puntuales que fijen prioridades en cuanto al impulso de las distintas áreas del conocimiento. Política y estrategias que a su vez respondan a un diagnóstico previo,  nacional y regional, basado tanto en la importancia per se de cada una de las ciencias, como en las necesidades sociales que demanden la intervención del conocimiento científico y las aplicaciones tecnológicas.

            En cuanto a la distribución de investigadores por entidad federativa, no resulta sorprendente que sea en el Distrito Federal donde se concentra el mayor número de investigadores (6,853; 37%), y que el Estado de Guerrero tenga el menor número de investigadores (61; menos de 1% del total). Veracruz tiene 530 investigadores, lo que constituye  el 2.8 por ciento del total de investigadores registrados en el SNI. Todas son cifras del año 2012.

            Cabe observar que si bien a nivel nacional, el número de investigadores se duplicó entre los años 2003 y 2012, en ese mismo periodo en el Estado de Veracruz el número de investigadores se triplicó (181 en 2003, 530 en 2012), lo cual refleja que en ese lapso tuvo lugar un proceso que facilitó el ascenso por la escalera de Jacob. Pero, si tomamos en cuenta que a nivel nacional hay 2 investigadores por cada 10 mil habitantes, en el Estado de Veracruz hay menos de un investigador por cada diez mil habitantes, lo cual refleja la aún insuficiente atención que se ha prestado a la ciencia y al desarrollo tecnológico en nuestro estado.

            Pero Mané sufre delirios y la reflexión sobre estos datos duros, le produce alucinaciones, pues por alguna misteriosa razón vienen a su mente los versos de Blake, tal vez invocados por la imagen de la escalera de Jacob, el camino al luminoso cielo del conocimiento:

Ayer sumiso, en el sendero peligroso

El hombre justo tomó su camino a través

Del valle de la muerte.

Donde crecía la espina han plantado las rosas,

Sobre la tierra estéril

Canta la abeja.

Entonces, el sendero peligroso fue plantado de árboles

Y un río y una fuente

Brotaron en cada roca y tumba;

Y sobre los huesos blanqueados

Brotó la roja arcilla.

            A Mané le parece que estos versos remiten al sinuoso camino de la investigación científica, o más bien a la patafísica, la ciencia de lo particular y las excepciones, diría Sir Arthur.

Visión memorable

Mientras paseaba entre llamas del infierno, deleitado con

los goces del genio que a los ángeles parece tormento y

locura, recogí algunos de sus proverbios pensando que,

así como los dichos de un pueblo llevan el sello de su

carácter, los proverbios del Infierno muestran la naturaleza

de la sabiduría infernal mejor que ninguna descripción de

edificios o vestiduras.

Cuando volví a mi casa, sobre el abismo de los cinco

sentidos, allá donde una doble llanura se desploma sobre

el presente mundo, vi un poderoso demonio envuelto en

nubes negras, aleteando en las paredes de las rocas; con

llamas corrosivas escribió la sentencia siguiente,

comprendida por el cerebro de los hombres y leída por

ellos en la tierra.

¿No comprendes que cada pájaro que hiende el camino del aire

es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco

sentidos?

Usa número, pesa y medida en un año de escasez…

William Blake

            Sobre el abismo de los cinco sentidos… meditó Mané… deleitado con los goces del genio que a los ángeles parece tormento y locura, ¿No será que la escalera de Jacob no es ascendente sino descendente, y que el conocimiento no se encuentra en el cielo sino en lo profundo del infierno?  Pues, según Blake,  “los proverbios del Infierno muestran la naturaleza de la sabiduría infernal mejor que ninguna descripción de edificios o vestiduras.”

            Veremos que aconseja Sir James.

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