La libertad como premisa de la educación

La educación como práctica de la libertad


Manuel Martínez Morales

La libertad es la celda creada

por la imaginación colectiva que compartes.

Luis Cardoza y Aragón: Dibujos de ciego.

Si aceptamos, como dice este escribiente, que la educación es el proceso mediante el cual los seres humanos aprendemos a “estar mejor en el mundo”; es decir, el proceso mediante el cual adquirimos no solamente destrezas y competencias necesarias y adecuadas para sobrevivir, sino también los conocimientos y valores indispensables para comprender el entorno natural y social en que nos ha correspondido vivir, con el fin de alcanzar una vida buena y una existencia útil y feliz, entonces podríamos concluir que para educarse se debe comenzar por ser libre y el proceso educativo debe, por tanto, desarrollarse abriendo amplios espacios de libertad individual e intelectual.  Por consiguiente, la educación debe fundamentarse en la libertad y tiene que fomentarla y alentarla  en todas sus dimensiones. De otra manera, como se avizora, se estaría conformando una sociedad de autómatas eficientes, competentes para lo que desean quienes diseñan los procesos educativos: los dueños del poder económico y político.

¿Qué es la libertad? La libertad es la conciencia de la necesidad, respondía sabiamente Carlos Marx. La necesidad propia y ajena, la necesidad individual y la que se expresa socialmente, así como las necesidades materiales y espirituales, complementa el escriba.

¿Y cómo se alcanza esta libertad?

El poeta Luis Cardoza y Aragón en una de sus obras afirma: “Para escribir libremente debes principiar por ser libre, no por el anhelo de escribir libremente. ¿Cómo ser libre si sólo es hacedera la libertad tolerada para que no atentes contra los muros rígidos y las fosas más profundas que el silencio? ¿Quién es libre?”

En el terreno de la teoría y práctica de la educación destaca, en este sentido, La educación como práctica de la libertad, obra del pedagogo brasileño Paulo Freire, en la cual  el autor se plantea la idea de educar, en medio de grandes transformaciones que se suscitaron en Latinoamérica, principalmente en la segunda mitad del siglo xx. La verdadera educación, según Freire, consiste en el accionar del hombre, y para eso necesita reflexionar y transformar el mundo, siendo un sujeto activo. Además, considera que no hay que adaptarse a las sociedades sino transformarlas y considera que todo cambio es necesario para el fortalecimiento social. La conciencia crítica posibilita integrarse a una sociedad en transición que se contradice y cambia. Ayudar al hombre y recuperarse es el principal objetivo, haciéndolo partícipe de sus propios problemas, negando la política asistencialista  que limita la capacidad de responsabilidad del individuo.

De acuerdo con esta concepción, la educación de las masas es el problema fundamental de los llamados países en desarrollo, una educación que, liberada de todos los rasgos alienantes, constituya una fuerza posibilitadora del cambio y sea impulso de libertad. Sólo en la educación puede nacer la verdadera sociedad humana y ningún hombre vive al margen de ella. Por consiguiente, la opción se da entre una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad. Educación para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto. El autor considera que dentro de las condiciones históricas de la sociedad es indispensable una amplia concienciación de las masas que a través de una educación haga posible la autorreflexión sobre su tiempo y su espacio. Está hondamente convencido de que la elevación del pensamiento de las masas comienza exactamente con esta autorreflexión que los llevará a la consecuente profundización de su toma de conciencia y de la cual resultará su inserción en la historia, no ya como espectadores, sino como actores y autores. La pedagogía de Paulo Freire es, por excelencia, una pedagogía del oprimido, que no postula modelos de adaptación ni de transición de nuestras sociedades, sino modelos de ruptura, de cambio y de transformación total. La alfabetización, y por consiguiente toda la tarea de educar sólo es auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida en que pierda el miedo a la libertad: en la medida en que pueda crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda, de independencia y, a la vez, de solidaridad.

Es absolutamente claro que en nuestro país toda la oleada de “nuevos modelos educativos”, que comenzaron a implantarse en América Latina -por mandato de los jefes del imperio- a partir de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet, tiene precisamente como objetivo coartar la libertad de individuos y sociedades para que no se atente contra los muros rígidos y las fosas más profundas que el silencio, como decía el poeta.

Esta circunstancia que pasa mayormente desapercibida para los especialistas en educación tiene graves consecuencias para el presente y el futuro de la nación. Aunque algunos de ellos ya lo advierten, como lo hace el profesor Hugo Aboites, Rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Dice Aboites: “La preocupación del gobierno y la sociedad mexicana por Trump seguirá siendo incompleta si se limita a la paridad peso-dólar, tratado de libre comercio, muro fronterizo y eventual deportación de cientos de miles de mexicanos. Nos es vital tener en cuenta, además, varias lecciones que ya se perfilan en el terreno cultural-educativo.

La primera consiste en constatar que estamos frente a un proceso cultural muy profundo. No es casual la irrupción triunfante de un discurso tan insólitamente burdo y agresivo como el de Trump y, peor aún, tampoco que pueda ser retomado y premiado con el nivel más alto de confianza –la Presidencia– que un país puede dar a un individuo. Que se encumbre a un personaje que se enorgullece de meter la mano en la entrepierna a las mujeres, que estereotipa e insulta a los mexicanos, que actúa como un perdonavidas arrogante que desprecia la historia de luchas de las minorías, no es un accidente; expresa una arraigada cultura machista y xenófoba que se está fortaleciendo en Estados Unidos y en otros países como parte del avance de la derecha y consecuencia del despojo que para muchos implicó la llegada de la avalancha neoliberal.

La segunda es que esa expresión cultural no es fruto de la desinformación o ignorancia. Estados Unidos es un país donde lo que menos ha faltado es escolaridad: nueve de cada diez adultos cuenta por lo menos con educación media superior; en México, poco más de tres. Tiene un poderoso sistema público-privado de ciencia y tecnología, prestigiadas universidades, centros de investigación social, artistas, escritores, agudos intelectuales.

La tercera, derivada de la anterior, es que se trata de un fenómeno cultural que claramente muestra los límites de la tesis de que la escuela civiliza. Nos muestra que la escolaridad no necesariamente significa educación en sentido amplio ni menos y automáticamente civilidad. Sobre todo ahora que la educación ha sido despojada de su sentido humanista y concebida como mera transmisión de conocimiento, o simple entrenamiento. Si hasta en el adiestramiento de animales la relación afectuosa e integral con el humano tiene un impacto importante, con mayor razón, entre humanos. Aprender a usar el lápiz o a realizar una sofisticada investigación puede ser también, si se quiere, una manera de aprender a ser humano, social, tolerante, respetuoso y solidario; precisamente todo lo que al nuevo modelo educativo en boga no le interesa y lo que a Trump tanta falta le hace.” (Trump, cultura y educación; La Jornada 12/11/16)

Es en este contexto inmediato en el cual resulta pertinente retomar los conceptos propuestos por pensadores como Freire que insisten en rehacer la educación como práctica de la libertad, para así poder confrontar amenazas como la que Trump, como presidente de la nación más poderosa del mundo, representa para México. Sólo un pueblo educado en libertad y para la práctica de la misma puede afirmar su soberanía y trazar el rumbo hacia el destino que mejor convenga a la mayoría de sus integrantes y no solamente a las minorías que detentan el poder.

El mismo Aboites, abundando en el tema, también apunta que habrá que reconocer el enorme poder de las raíces culturales en los grupos sociales y, por lo tanto, la urgencia e importancia de repensar la educación. Para México, la gran lección es la necesidad de anticipar. Porque desde hace décadas, acá se construye una convergencia cultural distinta a la estadunidense, aunque no menos preocupante. Por una parte, la guerra al narcotráfico, la presencia extensa y preponderante del Ejército en las calles, los tiroteos, las desapariciones masivas, las innumerables muertes violentas, la corrupción galopante y desenfrenada de funcionarios públicos, la narco cultura cada vez más difusa y, por otra, la marea neoliberal del gane gane, que juntas están arrasando y despojando de tierras y recursos a la otra gran base cultural –la comunitaria y familiar– que durante siglos ha sido la fortaleza de este país.

Esta combinación es preocupante, concluye Aboites, por lo que está pasando en la escuela: en lugar de generar dispositivos que permitan a niños y jóvenes identificar y mirar críticamente esta confrontación de culturas y armar alternativas locales y nacionales, lo que tenemos es una reforma educativa que reproduce en la escuela lo que ocurre fuera de ella al abonar a la cultura persecutoria y agresiva yendo contra los maestros, estudiantes y jóvenes que buscan un lugar en la universidad.

            En tanto, en la mayoría de las  instituciones de educación superior los académicos parecemos formar una multitud silenciosa, acrítica y conformista, aceptando y aplaudiendo todo lo que viene de arriba sin importar las consecuencias y sin atrevernos a atentar contra esos muros rígidos y esas fosas más profundas que el silencio.

Los comentarios están cerrados.