A los 12 años Roberto Arriaga encontró su primer libro por casualidad: un cliente del restaurante donde trabajaba lo dejó olvidado. A partir de ese momento la lectura se convirtió en una necesidad para ser feliz. Ya como adulto, él y su esposa, Olga Lidia Ramírez, tenían tantas obras acumuladas en casa que decidieron establecer una librería que llamaron Aleph, en honor al cuento de Jorge Luis Borges.

Tras 15 años de existencia, este recinto de las letras, ubicado en la calle Libertad, logró el Sexto Premio Nacional de Librería 2013, del Instituto de Desarrollo Profesional para Libreros (Indeli) y la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

Roberto Arriaga, integrante del personal de Servicios Generales de la Universidad Veracruzana (UV), empezó a leer los seis años, devorando sus libros de texto, así como los periódicos y revistas que tenía al alcance.

“En la primaria me di cuenta que el conocimiento está en los libros, que la lectura es la vía al conocimiento y por eso empecé a leer. A mi familia se le hacía muy raro, porque encontraba un cacho de periódico y lo leía. Siempre fui el bicho raro y creo que lo sigo siendo, porque mi familia no lee.”

Relató que cuando tenía 12 años una persona dejó olvidado el libro Más cornadas da el hambre (1950), de Luis Spota, en el restaurante donde trabajaba. Lo guardó por un tiempo, pero el dueño nunca apareció. Así que decidió tomarlo para sí y le impactó sobremanera.

“Probablemente hoy en día no se le considere la gran novela, para mí en ese momento lo fue, porque fue la primera novela que leí y porque me hizo entender que había mundos alternos que era posible vivir y te despegaban de tu cotidianidad, que generalmente es muy aburrida.”

A partir de ahí empezó a pedir libros prestados en la biblioteca de la primaria, “que era una cosa de chiste con cinco o 10 libros”, a comprar y sobre todo a seguir a personas lectoras.

Comparó a las personas lectoras con las asiduas jugadoras de ajedrez, “no te las encuentras cada tres o cinco minutos, son grupos muy reducidos, por eso se buscan para compartir su gusto”.

Era tal el gusto por los libros y el estudio, que pese a la difícil situación familiar logró costearse la secundaria y la preparatoria (ésta en el sistema abierto). Más adelante, a los 33 años, cursó el programa educativo de Publicidad y Relaciones Públicas, así como un posgrado en Comunicación, ambos en la UV.

“Desde chamaco se me hacía interesante hacer algo en beneficio propio  y de la sociedad. Primero pensé en la literatura, después en el Derecho, pero entre más pasaba el tiempo me fui dando cuenta del gran peso, quizá demasiado, que tienen los medios de comunicación”, de ahí que decidió dedicarse a estudiar este ámbito.

Aunque no se dedica a los medios de comunicación de manera directa, trabajó en el Dirección de Comunicación Universitaria de la UV, ha dado clases sobre el tema, y asesora a tesistas.

Mencionó como sus autores favoritos Luis Spota y las novelas Casi el paraíso (1956) y Lo de antes (1968); Paul Watzlawick y su obra ¿Es real la realidad?; Manuel Castells; Jorge Ibargüengoitia Antillón; Jorge Luis Borges, entre otros muchos más.

         “Puede ser una presunción, yo lo digo como un diagnóstico médico: algunas personas se enfermarían si les quitaran su celular última generación, su coche último modelo, el Internet; a mí, si me prohibieran leer me enfermo, porque es parte de mi vida.”

 

Del amor, los libros y el reconocimiento

Alrededor de los 25 años, precisamente en un grupo de lectores, Roberto conoció a Olga, su esposa, con quien lo primero que compartió fueron pláticas sobre libros.

“Pasado el tiempo ella me preguntaba qué íbamos a hacer con tanto libro, porque de pronto los rematábamos, y se le ocurrió poner una librería de uso.”

La librería fue establecida por primera vez (en asociación con Héctor Leonel Reyes Mora) en la calle Benito Juárez, frente a la entonces Facultad de Ciencias Administrativas y Sociales de la UV, a una cuadra del Palacio de Gobierno.

Enseguida, la pareja se mudó a la calle Clavijero y a la fecha está en la calle Libertad número 40, entre Francisco I. Madero y Rafael Lucio, también en el Centro Histórico de la capital.

La llamaron Aleph, por el gusto que Roberto y Olga tienen por el escritor argentino Jorge Luis Borges, y sobre todo por uno de sus cuentos más populares, así llamado.

En estos 15 años de dedicarse a vender libros, una de sus premisas principales es ofrecer obras a “precio popular”, sobre todo por la zona, que no es de comunidad académica, ni clase media (aunque sea el Centro de Xalapa).

De acuerdo con el comunicado, que circuló a nivel internacional, el jurado puntualizó en su dictamen que la librería Aleph obtuvo el galardón por su proyecto de remodelación, que “mejora sustancialmente la exhibición de libros y crea un nuevo espacio para la promoción y difusión de actividades culturales dentro de la librería”.

Añadió que el proyecto de remodelación destaca por ser integral, ya que contempla desde la fachada hasta los interiores. Para concretar esta propuesta, la librería Aleph recibirá un estímulo de 120 mil pesos.

Los comentarios están cerrados.