Introducción

Alguna vez Alfred Hitchcock dijo: “La televisión ha hecho mucho por la psiquiatría al divulgar información sobre ella, así como al hacerla más necesaria”. Como profesional de la salud mental comparto su opinión, y creo que la televisión, en particular los dibujos animados juegan un papel importante en la formación de los niños que merece la atención no sólo de psiquiatras y psicólogos, sino también de comunicólogos, filósofos, mercadólogos y sociólogos. Desde pequeños; niñas y niños pasan varias horas al día frente al televisor absorbiendo y asimilando la información mostrada indiscriminadamente, sin poder distinguir lo real de lo ilusorio y lo “bueno” de aquello que no lo es.

El problema que surge de esta situación es que sólo un grupo reducido de especialistas la considera preocupante, mientras que los padres de familia no entienden ni intentan comprender cómo las caricaturas educan a sus hijos. Así pues, los pequeños aprenden conceptos erróneos y desarrollan conductas repletas de estereotipos inadecuados o propensos a reacciones violentas.

Dibujos animados 1

Por ende, el objetivo de este breve artículo es que la información sobre el tema llegue tanto a los especialistas como a los padres de familia. Con ello se pretende que estos últimos hagan consciencia acerca de la importancia de los dibujos animados y su influencia educativa y funjan como tutores del aprendizaje mediando con el televisor. Se abordarán tres subtemas nucleares; a) el alcance real de los dibujos animados en el público infantil, b) su papel en la formación de roles de género y c) la influencia que tienen en  el desarrollo de conductas violentas.

 

Alcance de los dibujos animados

TV dibujos animados

Muchos padres de familia tienden a despreciar el poder que ejercen las caricaturas sobre sus hijos al verlos como meros “caricaturas o entretenimiento inocente”. Sin embargo, la realidad es otra, pues lo cierto es que la tendencia actual es que un niño aprenda mucho más de la televisión que de sus profesores en las escuelas y de sus padres en los hogares. Al respecto, según un estudio realizado en el año 2000 por la psicóloga estadounidense Susan Witt de la Universidad de Akron, los niños pre-escolares pasan alrededor de 30 horas la semana viendo televisión. Esto, para cuando cumplan 16 años, significará que habrán invertido más tiempo sentados frente al televisor que asistiendo a clases.

            No obstante, lo peor del caso no es el tiempo de ver caricaturas, sino la edad a la que empiezan a sentarse frente a las cajas tontas de la televisión. El resultado de varios estudios (Baker y Ball, 1969; Thompson y Zerbinos, 1997) muestran que los niños empiezan a ver televisión entre el año y medio y los dos años, y que a esa edad tienen dificultad en distinguir la realidad de la fantasía, llegando a pensar que los animales tienen características humanas o que los títeres pueden tener vida y sentimientos. Sin la adecuada clarificación paterna, estas ideas erróneas pueden traer consigo situaciones problemáticas.

            Un ejemplo real puedo citarlo mediante mi propia experiencia cuando siendo un pequeño de cinco años creí que podía “volar” como Superman o Batman, así que me puse una sábana como capa y salté al vacío desde una barda cayendo estrepitosamente zafándome un hombro que a la fecha todavía llega a doler bastante. Sobre el mismo tema, puedo decir que una falacia en la que tienden a incurrir ciertas personas es la prueba subrrogativa al hablar sobre casos de niños que se suicidaron por culpa de caricaturas como Dragon Ball, sin mencionar nombres ni fechas. Sin embargo, dichas falacias no llegan hasta los medios de comunicación, pues realmente no tienen sustento del cual apoyarse, y por ende debemos ser cuidadosos en que las fuentes no contengan falacias de este tipo, por lo que mi anécdota es sólo una buena oportunidad de catarsis.

 

Divulgación de estereotipos de género

Chicas superpoderosas

Mark Barner (1999), psicólogo de la Universidad de Niágara llegó a la conclusión de que la televisión es el medio más importante con el que cuentan los niños para aprender de que forma los sexos encajan en la sociedad. Esto quiere decir que, de las caricaturas, los niños aprenden cómo se supone que debe comportarse un hombre y cómo debe hacerlo una mujer. Sus personajes animados favoritos les muestran lo que los demás esperarán de ellos a lo largo de sus vidas. Otros estudios (Courtney y Whipple, 1983) muestran que la manera de representar a los géneros, y en particular a las mujeres, ha cambiado favorablemente en las caricaturas para niños. Las mujeres tendían a ser representadas como débiles, poco inteligentes, miedosas, con faltas de iniciativa, demasiado sensibles, y poco exitosas en los raros casos en que tenían un trabajo (Thompson & Zerbinos, 1997). Actualmente se encuentran dibujos animados en los que personajes femeninos están a la par de los varones en todos los aspectos, aun en aquellos en donde la “superioridad” masculina era más marcada antiguamente, como en los deportes.

Sin embargo, algunas ideas estereotípicas persisten. En el caso particular de los personajes animados de Disney, la investigadora estadounidense Jill May (1981) nos dice que la representación de estereotipos se ve claramente al comparar la manera en que los personajes masculinos y femeninos resuelven sus problemas. Los primeros lo hacen valiéndose de sus astucia y su ingenio, mientras que ellas dependen de sus características innatas, como “sus bellos rostros, sus pequeños pies o su placentero temperamento”. Así pues, niñas que crecieron viendo sólo a Blancanieves o a Cenicienta podrían esperar que sus problemas se resuelvan por sí mismos o que su “príncipe azul” llegue a salvarlas. No obstante, esta ya no es una situación común, y es mucho más fácil ver a niños que se sienten obligados a ser fuertes y valientes que a niñas que crean que lo apropiado es que sean débiles y miedosas.

En el estudio realizado por Gelsey Wallner (2001) acerca del cambio en la representación femenina en programas de Nickelodeon, podríamos considerar como una falacia parte de su conclusión al referirse a que “Nickelodeon sí logra la actitud neutral con respecto al género que se precia de tener”. Si la consideramos como tal, sería una falacia correspondiente a estereotipo, pues sólo analizó cuatro series de televisión y todas ellas estaban enfocadas a niñas, olvidándose del resto de los dibujos animados de la cadena que están enfocados a niños o a niños y niñas por igual. Tal vez debería concluir especificando que Nickelodeon logra su objetivo en aquellas de sus series dirigidas a un público femenino.

 

Aprendizaje de conductas violentas

            De acuerdo con la teoría del aprendizaje social (Bandura, 1977), los niños modelan conductas agresivas en base a lo que ven en la televisión tanto como en lo que ven a su alrededor. Tomando en cuenta que en las caricaturas para niños aparece más violencia que en las series de drama o las comedias para adultos (Potter y Warren, 1998), no es de sorprenderse que a los dibujos animados se les adjudique el desarrollo de comportamiento violento en los pequeños televidentes.

Tomy y Daly

            En defensa de las caricaturas podemos postular dos argumentos, ambos sustentados en los estudios de Potter y Warren (1998). En primer lugar, la violencia y la muerte, cuando llega a suceder, son más “sanas” que en otro tipo de programas, puesto que no se muestra a víctimas sufrir de manera realista ni se ven baños de sangre como en las series policíacas o criminales. En segundo lugar, la violencia en los dibujos animados suele ser acompañada por comedia para suavizarla, la cual hace que los niños no perciban las agresiones como tales. Sin embargo, ninguna de las dos son reglas universales, pues sí existen series en donde se pelea sin ningún motivo, sin incluir comedia para atenuar el conflicto.

Las consecuencias de este tipo de influencia violenta en los niños son sin lugar a dudas las más obvias, y las que preocupan hasta a los padres más distraídos. Cuando sus dos hijos juegan a golpearse mientras ven pelear a Goku y a Vegeta de Dragon Ball Z, cualquier padre reaccionaría apagando el televisor inmediatamente y regañando a los combatientes. A esta imitación de la conducta violenta vista en televisión se le denomina desinhibición (Kirsch, 2006), y no sólo sucede al momento de estar viendo el comportamiento agresivo, sino que se vuelve parte del niño. Por eso no me sorprende que el juego favorito de los niños pequeños que conozco y con los que a veces juego sea “la guerra” o “las luchas” cuyo único objetivo es golpear a los demás con puños, pies o lo que se tenga a la mano.

            Antes de terminar este apartado y comentar las conclusiones, cabe señalar que en la información acerca del tema en cuestión se encuentran falacias de tipo innuendo con relativa facilidad. Por ejemplo, Gerard Jones comenta en su libro “Killing Monsters” (Jones en “The Wandering Cactus”, 2009) que hubo quienes quisieron adjudicar la matanza de Columbine o los asesinatos perpetrados por Kip Kinkel a las caricaturas violentas que pudieron haber visto durante su niñez, sin tener ninguna prueba de ello.

 

Conclusiones

            La influencia de los dibujos animados en la formación de la personalidad de los niños es innegable. Constituyen una fuente de información antes de que se comience la educación escolar, y están a sólo un clic de distancia las 24 horas, los 7 días de la semana. Las caricaturas les muestran como deben comportarse niños y niñas, lo que los demás esperan de ellos e incluso a lo que deben dedicarse cuando crezcan. Algunas series también les enseñan cosas útiles y lecciones morales importantes, mientras que otras sólo les muestran violencia.

            No todas estas lecciones son igual de valiosas, correctas o útiles, pero ciertamente todas hacen mella en la mente infantil, y colaboran en el proceso de formación de la conducta y la personalidad de los pequeños televidentes. Así pues, la televisión es para muchos niños una “segunda escuela” y para algunos incluso un “segundo padre”. Y ésa es la terrible consecuencia del problema planteado al inicio de este texto, pues sin un guía que les diga qué es real y qué no lo es, qué es correcto y qué no, un niño puede perderse en un mundo repleto de conceptos tangenciales de la realidad y que pueden ocasionarle graves problemas en su desarrollo moral y social.

            Para evitar que la televisión eduque a las nuevas generaciones, la preocupación debería extenderse de los especialistas a los padres comunes y corrientes. Así tal vez comprenderían la importancia de supervisar lo que sus hijos ven, pero no para prohibirles algunos programas, sino para explicarles realmente cómo funcionan las cosas en la vida real. Para decirles que ellos no tienen que comportarse como sus personajes favoritos de televisión, y para poder rescatar aquellas lecciones valiosas que algunas series intentan enseñar.

Quiero concluir con un cita: “Toda la televisión es educativa, la única pregunta es: ¿qué nos está enseñando?”. Esto lo dijo hace algunos años el entonces Comisionado Federal de Comunicaciones de Estados Unidos Nicholas Johnson. Sin embargo, nosotros, como profesionales de la salud mental o como padres de familia podemos discriminar la información que no muestra la televisión. La pregunta realmente preocupante sería ¿qué estamos dejando que le enseñe a nuestros niños?

Referencias

  • Baker, R. Ball, S. (1969). Mass media and violence: A staff report to the National Commission on the Causes and Prevention of Violence, 9, Washington, DC: U.S. Government Printing Office.
  • Bandura, A. (1977). Social learning theory. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
  • Barner,  M. (1999). Sex-role stereotyping in FCC-mandated children»s educational television. Journal of Broadcasting & Electronic Media Fall , 551-564.
  • Courtney,  A., Whipple, T. (1983). Sex stereotyping in advertising. Lexington, EUA: Lexington Books.
  • Kirsh, S. (2006). Children, adolescents, and media violence. A critical look at the research. Thousand Oaks, CA: Sage.
  • May, J. (1981). Walt Disney’s interpretation of children’s literature. Language Arts, 58 (4), 463-72.
  • Potter, W., Warren, R. (1998). Humor as a camouflage of televised violence. Journal of Communication, 48, 40−57.
  • The Wandering Cactus (2009, Abril 17). How children cope with reality. Socyberty. Recuperado el 10 de mayo de 2009 de http://www.socyberty.com/ Society/How-Children-Cope-with-Reality.655483
  • Thompson, T., Zerbinos, E. (1997).  Gender roles in animated cartoons: has the picture changed in 20 years?. Sex Roles: A Journal of Research. Recuperado el 10 de mayo de 2009 de FindArticles.com.
  • Wallner, G. (2001). Gender role stereotyping on nickelodeon programming. Thesis. Connecticut: Western Connecticut State University. Photocopied.
  • Witt, S. (2000). The influence of television on children»s gender role socialization. Childhood Education Annual Theme, 322-324.
 

Héctor Cerezo Huerta. Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Profesor de Cátedra de la División de Profesional y Posgrado del Departamento de Estudios Humanísticos y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla.

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Twitter: @HectorCerezoH

Blog:  http://docenciaydocentes.blogspot.com

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