"Los grandes incendios se producen por varias causas, no por cuatro locos": Manuel Rivas

Manuel Rivas. / EFE


La carrera profesional del escritor, periodista, ensayista y poeta Manuel Rivas (A Coruña, 1957) ha estado profundamente ligada desde sus inicios al compromiso medioambiental. Socio fundador de la organización conservacionista Greenpeace en España, ha recibido numerosos premios por su activismo ecológico. Rivas se ha definido a sí mismo como ‘ecologista de la palabra’, y sus libros también guardan la esencia de su amor por el mar y la naturaleza.

 

Es escritor pero su vida está muy ligada al mar y a la conservación del medioambiente. ¿Cómo y cuándo inicia este compromiso?

De una forma práctica fue cuando empecé a publicar mis primeros trabajos periodísticos. Cuanto terminaba el bachillerato empecé a trabajar en el periódico Ideal Gallego y en una revista en los que publiqué trabajos de un fuerte conflicto medioambiental en As Encrobas. Se quería instalar (y se instaló) una central térmica. Había mucha oposición por parte de la gente que vivía en esa comarca, de los campesinos. Estábamos en el tardofranquismo, seguía coleando la dictadura, y se utilizaban procedimientos muy agresivos en las expropiaciones, sin ningún tipo de defensa legal por parte de la gente.

Lo vivió en primera persona entonces…

Recuerdo uno de los días en los que se quiso ocupar las fincas y hubo una carga brutal en el monte. En la primera línea estaban las mujeres campesinas con paraguas y la guardia civil procedió a la ocupación de la zona. Es algo que tengo grabado, es de los episodios que a uno le cambian la mirada en la vida. Fue uno de los trabajos que escribí con más conmoción e intensidad.

¿Qué otros episodios de este tipo guarda en la retina?

Este hecho coincidió precisamente en el tiempo con el intento de instalar una central nuclear en la costa de Galicia, en Xove. Se llevó adelante de forma oculta y con el procedimiento administrativo hecho y aprobada la construcción. Pero cuando salió a la luz, gracias a la oposición, a la toma de conciencia y a la movilización popular que hubo, hoy no tenemos una central nuclear en la costa norte de Galicia. Por un lado tuvo una parte de noticia siniestra, ya que se trataba de decisiones que pudieron cambiar el medioambiente del lugar donde vives. Con este episodio quedó la desconfianza que puede surgir con un mal gobierno, pero también un depósito de esperanza al ver cómo la toma de conciencia de la gente puede cambiar las medidas y conseguir evitar desastres.

Ángel Vila, capitán de el 'Xurelo', barco que se enfrentó junto a Greenpeace, a los vertidos nucleares que eran lanzados al mar frente a Galicia hace 30 años. / Flickr/Greenpeace

Ángel Vila, capitán de el ‘Xurelo’, barco que se enfrentó junto a Greenpeace, a los vertidos nucleares que eran lanzados al mar frente a Galicia hace 30 años. / Flickr/Greenpeac

 

Otro conflicto reciente, el de la oposición a la exploración y posterior explotación de petróleo en Canarias y Baleares, también ha producido una gran movilización popular. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Podremos hablar de democracia cuando se pueda hacer una consulta en este tipo de decisiones que consiguen transformar completamente el medio y afectan a la población. Son cuestiones fundamentales. La democracia no debería consistir solo en una votación cada cuatro años. Lo que no puede ser es que un gobierno elegido democráticamente actúe como una especie de gestor de una gran multinacional, y no como representante de los intereses del pueblo. Lo primero que hay que hacer es una consideración de buena gobernanza. Estamos hablando de partes del mundo donde la gente basa su modo de vida, y cada vez tendrá que hacerlo más, en el respeto a la naturaleza. Este tipo de explotación tan depredadora y agresiva, y más en estas zonas, me parece un despropósito.

En su experiencia como activista en organizaciones como Greenpace y Nunca Máis, ¿cree que existe conciencia social en España hacia los temas medioambientales?

Creo que ha aumentado, pero el proceso de destrucción va muy rápido y, en cambio, el tejido de la conciencia es muy laborioso. Los actos de gobierno son todavía más lentos. Pero la gente tiene mejor disposición y compromiso, y mayor defensa del bien público de lo que parece. No obstante, de alguna forma está sumergida y anestesiada por esta dosis de arsénico mediático que se va administrando cada día. Parece que no interesa potenciar el mejor recurso de un país: la conciencia y el compromiso de los ciudadanos.

Los libros arden mal, pero los montes arden bien cada verano. ¿Quién quema el bosque? 

Aquí puedo hablar de mi experiencia. En la propia Galicia hay lugares donde existe una cultura de respeto a la naturaleza y se mantiene la diversidad. Pero clama al cielo lo que se está haciendo con los montes donde se aprovecha la crisis agrícola y la despoblación. Aunque prospere esa idea de que hay muchos incendios porque hay mucho loco, siempre hay una causalidad. Los grandes incendios –aquí y en todas partes– se producen por múltiples causas, no por cuatro locos. Llevamos años espantosos hablando de incendios y por ahora sigue sin haber una cultura jurídica o instrucciones serias como en otros campos. Es como si ocurriese por una especie de fatalidad cíclica.

¿En qué medida la modernidad mal entendida perjudica al medioambiente, como ocurre en alguno de sus relatos?

Cada vez que un aparato tecnológico sale al mercado es una gran noticia, casi una revolución. Pero el verdadero revulsivo sería que estos dispositivos y cada medio de comunicación incluyese un sistema operativo que, acudiendo a la poesía clásica china ‘lavara los ojos’, es decir, que cuando ocurra algo indignante, nos lavara los ojos para poder ver mejor. Esa aplicación está pendiente, aunque existe a través de la solidaridad y la participación presencial de la gente. Es muy importante no estar solos, no aislarse cada uno es un reducto o en una guarida. Al pensar en ecología y medioambiente estamos hablando de una cultura alternativa, no solo de cuestiones de índices de contaminación química o de afectación del territorio. También de formas de vivir.

Manifestación en Palma de Mallorca contra la realización de sondeos y prospecciones petrolíferas en el mar balear que ha sido convocada por "Mallorca diu No" y "Marea Azul". / EFE.

Manifestación en Palma de Mallorca contra la realización de sondeos y prospecciones petrolíferas en el mar balear que ha sido convocada por «Mallorca diu No» y «Marea Azul». / EFE.

 

¿Qué le sugieren nombres como Fosa Atlántica, mar Egeo, Urquiola, Casón o Prestige?

En un periodo muy corto de tiempo, en un cuarto de siglo, hemos vivido catástrofes de enormes dimensiones. El Prestige fue como un último asalto, pero también una especie de metáfora de la responsabilidad y de un modo de capitalismo criminal. Aparte de la dimensión de la catástrofe hubo un ‘contranaufragio’. Lo que lo hace diferente fue la inmensa movilización de la gente, la protesta y la solidaridad, no solo en el lugar más afectado de Galicia. Hay que situarlo en un lugar de honor en un calendario de apoyo a las luchas medioambientales y, en general, de la humanidad. El antes y después del desastre tiene que ver con la actitud de la gente que ahora se levanta y lucha por el mar y la Tierra. Ya no nos sentimos como especie al margen del hogar donde vivimos.

Existe un precedente sin el cual no hubiera existido un Nunca Máis. Fue una lucha anterior, de principios de los años 80, pero sigue siendo desconocida porque hay bastante interés en borrar esa memoria de insurgencia y rebeldía por un mundo mejor. Fue la movilización contra el cementerio de residuos radioactivos que había en la Fosa Atlántica.

¿Qué ocurría con esos residuos?

En los años 60 se vertía ahí la basura nuclear de prácticamente toda Europa occidental. También se hacía en secreto. Ese tipo de violencia contra la naturaleza suele ir acompañada con la ocultación. Hubo una rebelión cuando se conoció esa práctica que empezó con un pequeño barco pesquero gallego que se llamaba ‘Xurelo’. Hizo vibrar muchas conciencias y acabó con una victoria. Fue una lucha que empezó siendo local, en Galicia, pero que terminó unos años después con el acuerdo de la Organización Marítima Internacional de prohibir todos los vertidos de residuos radioactivos en el mar en todo el planeta. No han pasado tantos años, pero si miramos hacia atrás y vemos que esto se hacía con el apoyo y el respaldo de gobiernos e instituciones internacionales, vemos hasta qué punto existe esa criminalidad ambiental y como, muchas veces, queda impune.

Balada nas praias do Oeste y Costa da morte blues son otras obras suyas. Precisamente después del resultado de sentencias como las que recibió el caso del Prestige, ¿cree que el mar de las playas del oeste sigue teniendo alma de blues o canta baladas malditas? 

Lo fundamental es ver lo que está pasando porque a veces no nos dejan. La contaminación afecta también a la información de fondo. Hay muchas cosas que pasan en el mundo y que no sabemos. Es el propio mar el que, a veces, nos ayuda a conocer la realidad. Expulsa lo que lo está matando. No hay que entender la mirada de la naturaleza como una especie de reducto de lo bucólico. La naturaleza es todo. Podemos admirar el mar y sentir esa música que puede sonar a blues, pero también contiene mucho dolor. A la naturaleza le pasa lo mismo que a los animales que hablan pero no los entendemos. Uno de los problemas que tenemos en esta época es que el daño ambiental supone también un deterioro humano. Últimamente lo que ha predominado en los campos del pensamiento, la economía y la política son ideas asociadas a la codicia y la velocidad, en definitiva al desprecio de lo público. A esto no le pondría calificativos como los de la vieja política e ideología, sino que hablaría de ecología y modo de vida. Al final solo hay dos grandes partidos: la inhumanidad y la humanidad. Esta última es inconcebible si no es como parte de la naturaleza.

Nació en la ciudad de A Coruña pero vive en el campo. Alguien habló de un «macondo gallego» y de «neo-ruralismo» en sus relatos. ¿Qué opina del éxodo rural?

Si la gente se va es porque hay un descontento. No hay servicios ni condiciones de vida que permitan ver con esperanza el futuro. Es un factor fundamental y volvemos al tema de las causalidades. La alternativa no es una idealización. Una aldea puede ser un buen lugar donde estar, pero también puede ser un infierno. No tengo una visión idílica. Además, hoy en día no existe una frontera claramente delimitada entre lo rural y lo urbano. Tendríamos que hablar de una nueva, por llamarlo así, ‘psicogeografía’. Se puede vivir en un medio natural y tener hábitos culturales semejantes o más de vanguardia que alguien que viva en una metrópoli. La despoblación aceleradísima del campo va acompañada de un modelo económico como el de la construcción masiva en el litoral, que es de usar y tirar. La alternativa es otra forma de vida centrada en el potencial del medio y de los recursos propios. Esto nos llevaría a cuestionar no solo el modelo económico, sino también el modelo de vida. Las cosas que funcionan bien son ajenas a ese capitalismo impaciente en el que vivimos.

(Eva Rodríguez Nieto/SINC)

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