Madagascar cobra conciencia de sus crisis


En medio siglo Madagascar ha visto caer un tercio su PIB por habitante, mientras que en el África subsahariana casi se ha triplicado. Desde su independencia en 1960, cada periodo de crecimiento ha sido brutalmente liquidado por una crisis sociopolítica, poniendo en peligro cualquier esperanza de reactivación económica. ¿Por qué un país con tantos activos –recursos naturales y humanos, etc.– no consigue salir de esta dinámica regresiva? Es un enigma que los investigadores del IRD y sus colaboradores malgaches se esfuerzan por resolver.

A partir de encuestas estadísticas originales y a través de una síntesis crítica de los trabajos de investigación existentes, los científicos del IRD y sus colaboradores malgaches proponen una relectura, bajo un ángulo económico y sociopolítico, de la historia de Madagascar. Así explican sus insuficiencias por tres características estructurales: la fragmentación social, la dispersión geográfica de la población y la ausencia de cuerpos intermedios entre los ciudadanos y la cúpula del Estado. Todas estas particularidades perpetúan la fuerte concentración de poder, pero también, paradójicamente, debilitan los sucesivos regímenes y permiten su caída.

Una sociedad fragmentada

La sociedad malgache está muy dividida en grupos estatutarios (castas) dominados por «grandes familias», sistema que se ha perpetuado a lo largo de la historia. Incluso hoy en día, a pesar de la abolición oficial de las castas a principios del siglo XX, este principio jerárquico desigual sigue profundamente arraigado. Como atestiguan las encuestas estadísticas entre las élites malgaches: más del 50% de los miembros de la clase dirigente desciende de esta oligarquía, que sin embargo constituye apenas el 1% de la población total.

A pesar de la democratización iniciada en la década de 1980, el poder ha permanecido en manos de esta oligarquía político-económica. En la cima del poder, los presidentes y su entorno cercano no han descansado hasta extender su control sobre la sociedad. Hoy en día, más del 80% de los miembros de la élite posee cargos en al menos dos esferas de influencia entre el ejército, los negocios, la política e incluso la religión, manteniendo su dominio sobre la población que, a pesar de sus reivindicaciones democráticas, respeta este orden jerárquico tradicional.

Una población desperdigada y una ausencia de oposición

La población de la isla, rural en su mayoría, está muy dispersada por el territorio. En su análisis, los investigadores destacan el efecto determinante de esta dispersión de la población sobre el funcionamiento de la sociedad malgache. La escasa densidad y el aislamiento de las poblaciones en las zonas rurales se traducen en una atrofia de los cuerpos intermedios, el eslabón vertical ausente entre los ciudadanos y las élites, fundamentalmente urbanas. Ni las autoridades locales ni los partidos políticos ni las asociaciones, sindicatos y demás organizaciones de la sociedad civil actúan como una verdadera oposición. En ausencia de estos enlaces entre la población y los dirigentes, estos últimos no se ven obligados ni incitados a tener en cuenta los intereses de la mayoría ni a adoptar una visión a medio o largo plazo para el país, de forma que sólo atienden intereses particulares a corto plazo.

La paradoja malgache

La brecha entre la población y el clan presidencial, así como la concentración extrema del poder, han conducido inevitablemente a lo largo de la historia a la caída de los regímenes. El escaso apoyo popular de los gobiernos acarrea de hecho su debilitamiento, en un contexto de mayores aspiraciones, que alimenta las protestas populares. El reparto desigual en los periodos de crecimiento, aprovechados esencialmente por una pequeña fracción de la sociedad urbana y en los que aumentan las desigualdades, generan un profundo descontento entre la sociedad. Este sentimiento, agravado por las vicisitudes electorales y las corruptelas, ha provocado sistemáticamente la caída de los equipos dirigentes.

Esta relectura de la historia malgache muestra que, detrás de los discursos y las ideologías vistas que han podido variar, el sistema y las prácticas de la cúpula del Estado han evolucionado poco, manteniendo las desigualdades multiformes entre herederos estatutarios y clases populares, regiones costeras y tierras altas, zonas rurales y urbanas. No obstante, Madagascar ha dado muestras de ser capaz de superar estos obstáculos: episodios de alternancia democrática, emergencia de una clase de emprendedores abiertos al exterior, control de la violencia y aumento de las aspiraciones ciudadanas. El verdadero desafío para las autoridades malgaches consiste en conservar estas transformaciones al tiempo que se instaura un nuevo contrato social entre las élites y la población.

(Institut de Recherche pour le Développement (IRD))

 

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