Memoria del Fuego, de Eduardo Galeano. "Primeras voces", fragmento

Eduardo Galeano, Memoria del fuego


La trilogía «Memoria del Fuego» cuenta la historia de América Latina, desde la creación del mundo hasta nuestros días. Cada tomo está ordenado cronológicamente:

    * Los nacimientos: desde la creación del mundo hasta el siglo XVII.
    * Las caras y las máscaras: siglos XVIII y XIX.
    * El siglo del viento: siglo XX.

Su trilogía, que combina elementos de la poesía, la historia y el cuento, está conformada por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), y fue premiada por el Ministerio de Cultura del Uruguay y también con el American Book Award, distinción que otorga la Washington University. La obra es una cronología de acontecimientos culturales e históricos que proporcionan una visión de conjunto sobre la identidad latinoamericana. Por su audaz mezcla de géneros y su talante crítico es quizá una de las obras más ilustrativas de la labor de Galeano.

En Memoria del fuego, Eduardo Galeano lleva a cabo una revisión de la historia de Latinoamérica desde el descubrimiento hasta nuestros días, con el propósito de enfrentarse a la «usurpación de la memoria» que él denuncia en la historia oficial. Se trata de un texto de carácter híbrido, entre el relato y el informe, entre la recopilación de poemas y la transcripción de documentos, entre la descripción de los hechos y la interpretación de los movimientos sociales y culturales que los sustentan. La obra se estructura como un mosaico de breves textos independientes que, sin embargo, encajan y se articulan entre sí para formar un cuadro completo de los últimos quinientos años de la historia de América, siempre desde la perspectiva de los desheredados y buscando la diversidad en los temas, las voces y los estilos.

Este es el inicio del primer tomo, en su capitulo «Primeras voces»

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La creación

 

La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando.

Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio.

Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento.

La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los

creaba, y cantando decía:

—Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán.

Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.

(48)[1]

 

El tiempo

 

El tiempo de los mayas nació y tuvo nombre cuando no existía el cielo ni había despertado todavía la tierra.

Los días partieron del oriente y se echaron a caminar.

El primer día sacó de sus entrañas al cielo y a la tierra.

El segundo día hizo la escalera por donde baja la lluvia.

Obras del tercero fueron los ciclos de la mar y de la tierra y la muchedumbre de las cosas.

Por voluntad del cuarto día, la tierra y el cielo se inclinaron y pudieron encontrarse.

El quinto día decidió que todos trabajaran.

Del sexto salió la primera luz.

En los lugares donde no había nada, el séptimo día puso tierra. El octavo clavó en la tierra sus manos y sus pies.

El noveno día creó los mundos inferiores. El décimo día destinó los mundos inferiores a quienes tienen veneno en el alma.

Dentro del sol, el undécimo día modeló la piedra y el árbol.

Fue el duodécimo quien hizo el viento. Sopló viento y lo llamó espíritu, porque

no había muerte dentro de él.

El décimotercer día mojó la tierra y con barro amasó un cuerpo como el

nuestro.

Así se recuerda en Yucatán.

(208)

 

El sol y la luna

 

Al primer sol, el sol de agua, se lo llevó la inundación. Todos los que en el

mundo moraban se convirtieron en peces. Al segundo sol lo devoraron los tigres.

Al tercero lo arrasó una lluvia de fuego, que incendió a las gentes.

Al cuarto sol, el sol de viento, lo borró la tempestad. Las personas se volvieron monos y por los montes se esparcieron.

Pensativos, los dioses se reunieron en Teotihuacán.

—¿Quién se ocupará de traer el alba?

El Señor de los Caracoles, famoso por su fuerza y su hermosura, dio un paso

adelante.

— Yo seré el sol —dijo.

—¿Quién más?

Silencio.

Todos miraron al Pequeño Dios Purulento, el más feo y desgraciado de los

dioses, y decidieron:

—Tú.

El Señor de los Caracoles y el Pequeño Dios Purulento se retiraron a los cerros que ahora son las pirámides del sol y de la luna. Allí, en ayunas, meditaron.

Después los dioses juntaron leña, armaron una hoguera enorme y los llamaron.

El Pequeño Dios Purulento tomó impulso y se arrojó a las llamas. En seguida emergió, incandescente, en el cielo.

El Señor de los Caracoles miró la fogata con el ceño fruncido. Avanzó, retrocedió, se detuvo. Dio un par de vueltas. Como no se decidía, tuvieron que empujarlo. Con mucha demora se alzó en el cielo. Los dioses, furiosos, lo abofetearon. Le golpearon la cara con un conejo, una y otra vez, hasta que le mataron el brillo. Así, el arrogante Señor de los Caracoles se convirtió en la luna. Las manchas de la luna son las cicatrices de aquel castigo.

Pero el sol resplandeciente no se movía. El gavilán de obsidiana voló hacia el Pequeño Dios Purulento:

—¿Por qué no andas?

Y respondió el despreciado, el maloliente, el jorobado, el cojo:

—Porque quiero la sangre y el reino.

Este quinto sol, el sol del movimiento, alumbró a los toltecas y alumbra a los aztecas. Tiene garras y se alimenta de corazones humanos.

(108)

 

Las nubes

 

Nube dejó caer una gota de lluvia sobre el cuerpo de una mujer. A los nueve meses, ella tuvo mellizos.

Cuando crecieron, quisieron saber quién era su padre.

—Mañana por la mañana —dijo ella—, miren hacia el oriente. Allá lo verán, erguido en el cielo como una torre.

A través de la tierra y del cielo, los mellizos caminaron en busca de su padre.

Nube desconfió y exigió:

—Demuestren que son mis hijos.

Uno de los mellizos envió a la tierra un relámpago. El otro, un trueno. Como Nube todavía dudaba, atravesaron una inundación y salieron intactos.

Entonces Nube les hizo un lugar a su lado, entre sus muchos hermanos y

sobrinos.

(174)

 

El viento

 

Cuando Dios hizo al primero de los indios wawenock, quedaron algunos restos de barro sobre el suelo del mundo. Con esas sobras, Gluskabe se hizo a sí mismo.

—Y tú, ¿de dónde has salido? —preguntó Dios, atónito, desde las alturas.

—Yo soy maravilloso —dijo Gluskabe—. Nadie me hizo.

Dios se paró a su lado y tendió su mano hacia el universo.

—Mira mi obra —desafió—. Ya que eres maravilloso, muéstrame qué cosas has inventado.

—Puedo hacer el viento, si quiero.

Y Gluskabe sopló a todo pulmón.

El viento nació y murió en seguida.

—Yo puedo hacer el viento —reconoció Gluskabe, avergonzado—, pero no puedo hacer que el viento dure.

Y entonces sopló Dios, tan poderosamente que Gluskabe se cayó y perdió

todos los cabellos.

(174)

 

La lluvia

 

En la región de los grandes lagos del norte, una niña descubrió de pronto que estaba viva. El asombro del mundo le abrió los ojos y partió a la ventura.

Persiguiendo las huellas de los cazadores y los leñadores de la nación menomini, llegó a una gran cabaña de troncos. Allí vivían diez hermanos, los pájaros del trueno, que le ofrecieron abrigo y comida.

Una mala mañana, mientras la niña recogía agua del manantial, una serpiente peluda la atrapó y se la llevó a las profundidades de una montaña de roca. Las serpientes estaban a punto de devorarla cuando la niña cantó.

Desde muy lejos, los pájaros del trueno escucharon el llamado. Atacaron con el rayo la montaña rocosa, rescataron a la prisionera y mataron a las serpientes.

Los pájaros del trueno dejaron a la niña en la horqueta de un árbol.

—Aquí vivirás —le dijeron—. Vendremos cada vez que cantes.

Cuando llama la ranita verde desde el árbol, acuden los truenos y llueve sobre el mundo.

(113)

 

 

[1]Este número indica la fuente que el autor ha consultado y remite a la lista que se publica en las páginas finales.

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