Octavio Paz, ese poeta que “con fina sensibilidad, privilegiada inteligencia y una enorme capacidad espiritual, supo hacerse dueño de esa maldición (familiar) y transformarla en una obra ejemplar y en un ser único”, es el que Enrico Mario Santí, de la Universidad de Kentucky, repasó, hurgando en su biografía, recobrando detalles, con los cuales ilustró cómo vivió la extranjería de su persona, la iniciación a la poesía y los claroscuros de su familia.

Enrico Mario impartió la conferencia “Cuchara”, titulada así por una anécdota del poeta relatada en El peregrino en su patria, donde si bien exhibe cómo vivió su “extranjerismo”, también cómo, desde la infancia, lo distinguió el lenguaje.

La platica la impartió en el VI Congreso Internacional de Otoño y Poesía “Taller y otros papeles”, que organizó el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (IIL-L) de la Universidad Veracruzana (UV).

“Los azares de la guerra civil llevaron a mi padre a Estados Unidos. Se instaló en Los Ángeles, en donde vivía una numerosa colonia de desterrados políticos. Un tiempo después lo seguimos mi madre y yo. Apenas llegamos, mis padres decidieron que fuese al kindergarten del barrio. Tenía seis años y no hablaba una sola palabra de inglés. Recuerdo vagamente el primer día de clases: la escuela con la bandera de Estados Unidos, el salón desnudo, los pupitres, las bancas duras y mi azoro entre la ruidosa curiosidad de mis compañeros y la sonrisa afable de la joven profesora, que procuraba aplacarlos.”

Más adelante el texto indica: “Al cabo de una eternidad llegó la hora del recreo y del lunch. Al sentarme a la mesa descubrí con pánico que me faltaba una cuchara; preferí no decir nada y quedarme sin comer. Una de las profesoras, al ver intacto mi plato, me preguntó con señas la razón. Musité: “cuchara”, señalando la de mi compañero más cercano. Alguien repitió en voz alta: “¡cuchara!”. Carcajadas y algarabía”.

El suceso llegó a los golpes, él no volvió a la escuela durante 15 días y poco a poco todo se normalizó. “Ellos olvidaron la palabra cuchara y yo aprendí a decir spoon”, indica Octavio Paz.

Para Enrico Mario Santí, la violencia de esta anécdota, “que es un ritual de iniciación”, sugiere la insólita herencia de anteriores retos a los que ya se habían enfrentado el padre y el abuelo, sólo que en el caso de Octavio Paz hay marcas de diferencia, una de ellas es la posesión simbólica del lenguaje: “Una palabra, ‘cuchara’, como germen de la diferencia, diferencia que nutre la separación del niño en términos no sólo lingüísticos, sino de encarnación corporal, la palabra hecha carne.

”Si la violencia centrada en el lenguaje ocurre fuera de México, la más actual e igualmente violenta entrada en el mundo social ocurre adentro, en casa, haciéndolo así el peregrino en su patria”, añadió Mario Santí.

Al respecto leyó la continuación de esa anécdota, en la que Paz relata cómo le fue a su regreso a México, donde sus compañeros no tardaron en decir que era un extranjero, pues además de ser un recién llegado de Estados Unidos, tenía una facha que respaldaba tal señalamiento: pelo castaño, tez y ojos claros.

El estudioso de la obra de Paz también habló de la “nefasta reputación” de su familia en Mixcoac, donde fue criado, pues tan sólo el abuelo, Ireneo Paz, mató en duelo a un colega periodista, hermano de Justo Sierra, el más importante intelectual de la época y amigo de Porfirio Díaz.

Citó que el propio Ireneo también fue partidario del dictador Porfirio Díaz, “cuyo retrato a caballo siempre se negó a bajar de las paredes de su biblioteca”; y la no menos sonada reputación de Octavio, su padre, como faccioso zapatista y alcohólico (cuyo presunto origen era una serie de consecutivos fracasos en la vida familiar, profesional y política).

“Nunca fue más cierto, como en el caso de Octavio Paz, el viejo y cínico dicho de que ‘todos sobrevivimos a nuestros padres’. Pero si bien no tenemos que ser tan cínicos, porque como todos, nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron, tampoco hay que idealizarlos. El abuelo Ireneo, el papá Octavio, la madre Pepa, la tía Amalia, todos fueron seres humanos, con todos sus defectos y grandezas”, dijo el académico de la Universidad de Kentucky.

“Las grandezas tal vez no fueron, y sólo llegaron a la altura de lo que llamamos cualidades: la bondad de Ireneo, el profundo sentido de justicia social de Octavio, el lirismo maternal de Pepa, la excentricidad de la tía Amalia. En cambio los defectos fueron los suficientemente graves para que el niño Tavo, y luego el poeta mayor, soliese percibirlos, pocas pero significativas veces, como si fuesen condenas a una diferencia maldita.”

Pero esa maldición es la que supo transformar en su obra magistral, insistió.

La conferencia fue moderada por la profesora investigadora del IIL-L de la UV, Leticia Mora Perdomo.

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