Otra educación es posible

Símbolos que se muestran con las gafas inteligentes para profesores


Manuel Martínez Morales

     La vida social es un gran teatro donde cada uno adopta el papel que la misma vida se encarga de asignarle. Sería muy divertido si pudiésemos escoger el papel que nos gustaría desempeñar y si se nos permitiese participar en la elaboración del guión, en la dirección y en el montaje de la obra. Todo sería alegría en tanto esperamos lo irremediable, si no fuera porque prevalecen las escenas trágicas y macabras llenas de miedo, dolor y sufrimiento. Aún en aquellas esferas de la vida social -aparentemente alejadas de la brutalidad- donde parece prevalecer la buena voluntad y el entendimiento entre las personas, resulta que no somos más que marionetas movidas por hilos invisibles, participando en una obra absurda cuyo guión es, en verdad, incomprensible. Día a día, en el gran teatro de la pseudoconcreción, repetimos el papel que el destino nos ha impuesto, sin comprender como nos ha sido asignado.

En el gran teatro de la vida social, las formas de lo cotidiano se imponen con toda naturalidad. Las instituciones sociales que nos envuelven y moldean nuestra conducta y nuestra conciencia parecen naturales y necesarias, sin que notemos que forman parte del tinglado. Así, creemos que la escuela es la institución natural para educarnos, que el sistema médico y los hospitales son la única manera de atender nuestra salud y actuamos en consecuencia, creyendo firmemente en todo lo que se cuenta sobre las bondades de la escuela y a institución médica. Con toda seriedad los actores asumen sus roles: el estudiante va a la escuela a aprender, el profesor va a enseñar, la autoridad va a vigilar y a castigar. El paciente enferma y el médico cura.

Desentrañar el significado y las funciones reales de las instituciones que ordenan la vida social no es una tarea sencilla, puesto que implica la crítica a fondo de la vida cotidiana y la elaboración de conceptos que permitan comprenderla en su dinámica histórica, esto es, en su esencia. En el caso de la escuela y, en general, del sistema escolar, la situación se complica ya que prevalece la noción de la escuela como una institución necesaria en todo tiempo y lugar, cuyo propósito –educar (¿?)- se considera indiscutible e independiente del contexto social en que se inserta.

Iván Illich, pensador de origen austríaco ya finado, dedicó una buena parte de su obra a la crítica de la escuela y el sistema escolar, mostrando cómo en la época contemporánea la función real de la escuela y el sistema escolar se ha vuelto en contra de la educación, asimilándose a objetivos sociales de control y promoción social de corte clasista. El pensamiento de Illich, en el campo de la educación, se emparenta con los trabajos de Aníbal Ponce, Louis Althusser y Paulo Freire, quienes también calaron hondo en la crítica al sistema educativo.

En una obra que es ya un clásico –considerada con menosprecio en los circuitos académicos-, La sociedad desescolarizada (Joaquin Mortiz, 1985), Illich desentraña los mitos que sustentan los rituales de la escolarización en la sociedad contemporánea. Es particularmente crítico acerca de la función que cumple la educación universitaria: “El graduado en una universidad ha sido escolarizado para cumplir un servicio selectivo entre los ricos del mundo. Sean cuales fueren sus afirmaciones de solidaridad con el Tercer Mundo, cada estadounidense que ha conseguido su título universitario ha tenido una educación que cuesta una cantidad cinco veces mayor que los ingresos medios de toda una vida de media humanidad. A un estudiante latinoamericano se le introduce en esta exclusiva fraternidad acordándole para su educación un gasto por lo menos 350 veces mayor que el de sus conciudadanos de clase media. Salvo muy raras excepciones, el graduado universitario de un país pobre se siente más a gusto con sus colegas norteamericanos o europeos que con sus compatriotas no escolarizados, y a todos los estudiantes se les somete a un proceso académico que les hace sentirse felices sólo en compañía de otros consumidores de los productos de la máquina educativa.”

Iván Illich sostiene una posición autogestionaria con respecto a la educación: el curriculum formal constata que su poseedor cumplió los requisitos del ritual escolástico, sin que su posesión sea necesaria o suficiente para garantizar la adquisición de conocimientos y habilidades relevantes para la persona. Dado el desarrollo tecnológico presente, y la versatilidad en el manejo de información, las escuelas deberían sustituirse por centros de autoaprendizaje donde el educando tuviera a su alcance todas las facilidades para educarse según sus deseos, intereses y necesidades. Esta propuesta implica una subversión del orden social, pues obviamente atentaría contra la función que en el presente cumple el sistema escolar que es sobre todo de control y adoctrinamiento.

El sistema escolar de hoy en día -asevera Illich- desempeña la triple función que ha sido común a las iglesias poderosas a lo largo de la historia. Es simultáneamente el depósito del mito de la sociedad, la institucionalización de las contradicciones de este mito, y el lugar donde ocurre el ritual que reproduce y encubre las disparidades entre el mito y la realidad. Sin embargo, el sistema escolar presente, y en particular la universidad, proporciona hoy grandes oportunidades para criticar el mito y para rebelarse contra las perversiones institucionales. Pero el ritual exige tolerancia para con las contradicciones fundamentales entre mito e institución, sin ser puesto en tela de juicio, pues ni la crítica ideológica ni la acción social pueden dar a luz una nueva sociedad. Sólo el desencanto con el ritual social central, el desligarse del mismo, y reformarlo puede llevar a cabo un cambio radical, concluye Illich.

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