El jocote y el umbú, dos árboles comunes en el semiárido del nordeste brasileño, y el sucupira, del Cerrado ‒la sabana‒, forman parte de un grupo de plantas del país que podrán desempeñar un papel importante para la agricultura en el combate contra las consecuencias del cambio climático. Estos árboles se encuentran entre las especies brasileñas que poseen gran capacidad adaptativa, pues son tolerantes a la escasez hídrica y a temperaturas elevadas.

De acuerdo con Eduardo Assad, investigador del Centro Nacional de Investigación Tecnológica en Informática para la Agricultura (CNPTIA) de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), el estudio del genoma de dichas especies puede ayudar a lograr que cultivos tales como la soja, el maíz, el arroz y el frijol se vuelvan tan resistentes como éstas con respecto a los eventos climáticos extremos. Assad fue uno de los disertantes en el cuarto encuentro del Ciclo de Conferencias 2014 del programa BIOTA-FAPESP Educación, realizado el día 22 de mayo en São Paulo.

“El Cerrado fue en otros tiempos mucho más cálido y seco, y árboles como el pau-terra [Qualea grandiflora], el pequí y el carcuero, aparte del sucupira, sobrevivieron. Debemos estudiar el genoma de esos árboles, e identificar y aislar los genes que los hacen tan adaptables. Esto puede significar algún día la posibilidad de mejorar genéticamente cultivos tales como la soja y el maíz para que se vuelvan igualmente resistentes”, dijo. ‘»No es fácil, pero debemos empezar a hacerlo.'»

Assad destaca que Brasil es líder en especies resistentes. “El mayor almacén del mundo de genes tolerantes al calentamiento global se encuentra aquí, en el Cerrado y en el semiárido del nordeste brasileño”, dijo en su conferencia, intitulada El impacto potencial de los cambios climáticos en la agricultura.

Los modelos de investigación elaborados por Embrapa, muchos de ellos en colaboración con instituciones de otros 40 países, apuntan que la disminución de la productividad de cultivos tales como el maíz, la soja y el arroz, como consecuencia de los cambios climáticos, se acentuará durante las próximas décadas. “Esto vale para las variedades genéticas actuales. Una de las soluciones consiste en buscar genes alternativos para trabajar en el mejoramiento”, dijo Assad.

Otras plantas del Cerrado con gran capacidad adaptativa que mencionó el investigador son la dedalera y los frutos del almendro baru y de la cagaiteira [Stenocalyx dysentericus]. En el semiárido nordestino, árboles como el jocote, el umbú y la cajazeira [Spondias mombin] fueron apuntadas como opciones importantes, no sólo para la realización de estudios genéticos, sino también para la implementación de programas orientados a la generación de ingresos para la población local.

“En lugar de producir cultivos exóticos en la región, hay que invertir en aquéllos que forman parte de la biodiversidad nordestina y que cuentan con potencial como para superar las consecuencias del calentamiento global”, adelantó Assad.

Con la mira puesta en el mejoramiento de especies de manera tal que se vuelvan tolerantes al estrés abiótico, Embrapa planea lanzar en 2015 una soja resistente a la deficiencia hídrica, elaborada a partir de un gen existente en una planta de Japón. “Probamos esa variedad este año en el estado de Paraná, durante un período sin lluvias. Debemos realizar estudios todavía, pero está yendo muy bien”, dijo el investigador.

Assad también mencionó avances provenientes del Instituto Agronómico de Paraná (Iapar), que ha lanzado cuatro variedades de frijol con tolerancia a las temperaturas elevadas, además de investigaciones realizadas en el municipio de Varginha (Minas Gerais) en busca de variedades de café más tolerantes.

Las pérdidas y los cambios en el sistema productivo

Cálculos de Embrapa realizados con base en la productividad promedio de la soja muestran que solamente ese grano acumuló más de 8.400 millones de dólares en pérdidas relacionadas con el cambio climático en Brasil entre 2003 y 2013. En tanto, la producción de maíz perdió más de 5.200 millones de dólares en idéntico período.

El área considerada de bajo riesgo para el cultivo del cafeto arábigo se reducirá un 9,45% hasta 2020, lo que ocasionará pérdidas por valor de 882 millones de reales, y un 17,15% hasta 2050, lo que elevará dichas pérdidas a 1.600 millones de reales, de acuerdo con análisis realizados en Embrapa y en la Universidad de Campinas (Unicamp).

Frente a estos perjuicios, otra solución que apuntó Assad consiste en la revisión del modelo productivo agrícola. “La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha aumentado más de 20% en los últimos 30 años, lo que torna indispensable la implementación de sistemas productivos más limpios”, declaró a Agência FAPESP.

“Brasil es muy respetado en este tema, especialmente porque ha reducido el desmonte en la Amazonia y, al mismo tiempo, ha incrementado la productividad en esa región”, dijo.

Según Assad, esto abre canales de diálogo sobre la sostenibilidad en la agricultura y sobre la implementación de estrategias tales como la integración entre cultivos, ganadería y selva, el cultivo directo sobre paja, el uso de bacterias fijadoras de nitrógeno en el suelo, el empleo de la técnica de roca molida [rochagem en portugués; stonemeal en inglés], con utilización de micro y macronutrientes para mejorar la fertilidad de los suelos y la aplicación de abonos organominerales, además del mejoramiento genético.

“El confinamiento del ganado es otro punto que se encuentra en discusión entre investigadores y criadores en diversas partes del mundo. Puede resultar en una menor emisión de gases de efecto invernadero, pero la hacienda se vuelve más vulnerable a la enfermedad de la vaca loca. En ese caso, una alternativa radica en la recuperación de pastos degradados”, afirmó Assad.

Estudios realizados en Embrapa Agrobiología muestran que un kilo de carne producido en pasto degradado emite más de 32 kilos de CO2 equivalente por año. En tanto, en pasturas recuperadas con base en lo que la agricultura de baja emisión de carbono preconiza, la emisión por kilo de carne puede reducirse a tres kilos de CO2 equivalente anuales.

“Esto muestra que los ambientalistas, los ruralistas, el gobierno y el sector privado deben sentarse y decidir qué hacer de ahora en adelante: ¿qué sistema de producción implementar? ¿Con o sin pasto? ¿Con o sin árboles? ¿Con o sin rotación? Son cambios difíciles, a largo plazo, pero muchos agricultores están preocupados con estas cuestiones, con los perjuicios que el calentamiento global puede ocasionar, y están empezando a buscar soluciones”, dijo.

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