La idea de “una identidad mexicana única” –expresada por determinados símbolos, sobre todo de aquellos que salieron de la capital del país para difundirse por todo el territorio como la bandera y el himno nacionales–, afortunadamente se ha ido erradicando, consideró el doctor Enrique Florescano Mayet, quien sostuvo que con este predominio se ignoraban las historias de otras comunidades, a las que se les dejó de estudiar, proque además también había una falta de medios de las instituciones para realizarlo, con lo que se alimentó una concepción muy etnocéntrica de nuestra identidad y memoria como país.

El historiador, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, explicó que ahora ya se están revalorando las tradiciones y la historia de cada región, lo que ha ayudado a un resurgimiento extraordinario de la memoria local, regional, de las identidades indígenas y de la diversidad que tiene México –tan compleja que a veces choca una tradición con otras–, pero la mayoría se van fundiendo, se entrelazan hasta crear lo que se conoce como “visiones criollas” o “mestizas” del pasado, donde un pasado interactúa con otro. Eso hace que la historia, la antropología y la indagación de los etnólogos sea cada vez más interesante y complicada, porque ahora se tiene que abundar en los componentes básicos de los pueblos de manera conjunta o contextual.

“Eso nos ha hecho reconocer que no tenemos una identidad absoluta ni única, sino que tenemos muchas identidades que conviven en una sola persona, o en un solo grupo. Unos pueden ser partidarios del equipo de futbol América, otros del Guadalajara y al mismo tiempo ser guadalupanos o ateos, y también a la vez sentirse mexicanos porque están identificados con distintos símbolos de lo que es la mexicanidad”, explicó.

Generalmente esas ideas sobre el pasado las construye el Estado, los gobiernos. Se fabrica una idea del pasado, del patrimonio, de la identidad, de la nación, pero como nos ha enseñado la historia a través de los siglos, dijo el investigador, esas ideas no son fijas, ha cambiado nuestra noción del pasado, de los orígenes, del patrimonio.

“En la actualidad se habla de otros patrimonios, por ejemplo, el gastronómico cuando antes solo era el histórico o el monumental, o bien la geografía; ahora, gracias a esta universalidad y ampliación de las fronteras del conocimiento sabemos que tenemos diversos patrimonios y a cada uno lo valoramos de diferente manera”, dijo el también coordinador nacional de Proyectos Históricos del Conaculta.

Resaltó la necesidad de llevar a cabo una tarea de revalorización de las distintas formas de transmitir el pasado: “Mientras no transmitamos lo mejor, lo más avanzado de la tecnología al sistema educativo, estaremos mal enseñando nuestro pasado, mal formando al pueblo mexicano y mal informando a nuestros conciudadanos sobre qué es lo realmente importante y significativo de ese pasado, sobre todo el cómo nuestros antepasados construyeron lo que hoy es México, el cual está conformado de una enorme variedad de regiones y de riquezas ecológicas, geográficas, artísticas y culturales, entre otras”.

Explicó que para abrir ese gran universo, además se tiene que disponer de los mejores medios de difusión para poder transmitirlo a las nuevas generaciones, que al conocer más esos valores estarán en condiciones de conservarlos mejor.

Recordó que a lo largo de la historia han evolucionado las formas de transmitir ese pasado y señaló cuatro principales: la tradición oral, el rito, la pintura (las imágenes) y la escritura, las cuales han permitido volver a los orígenes, rehacer, revivir el pasado y fueron adoptadas por todos los pueblos. Pero ahora, dijo el científico social, los antropólogos, los etnólogos, los historiadores y los epigrafistas han recuperado las virtudes del mensaje oral, del ritual y de la imagen: “Ahora podemos reconstruir la historia del pasado mezclando esas cuatro grandes tradiciones y eso es lo que ahora está renovando nuestra idea de la historia mexicana”.

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