Lechero, Arthur Onslow, litografía- Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, Argentina

Lechero, Arthur Onslow, litografía- Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, Argentina


Siendo la leche el primer alimento que se da a los  recién nacidos, necesario era que mi primer articulo para Caras y Caretas tuviese sabor lácteo, para lo cual ningún tipo de los que me obligaron a presentar se acomodaba tanto a mi propósito, como el del lechero.

Ya  se fue el marchante de los buenos tiempos viejos, que los niños esperábamos ansiosos por la yapa de la leche, exigua y por ello sabrosa, y los más grandecitos y traviesos, por el mancarrón cargado con los tarros, sobre cuyas tapas envueltas en trapos, se extendía el cuero de carnero que le servia de trono v sobre el cual, arrodillado y erguido el busto, marchaba a trote el lechero, como se decía, el viejo vasco cantor y alegre.

Qué famosos galopes hasta la bocacalle, con corridas de todos los perros vecinos!

Se fue el marchante y con él se ha ido una nota típica de Buenos Aires y también el arreador usado como cetro; la boina terciada sobre la oreja; el chiripá de granos de oro cayendo apenas sobre la bota de becerro chueca y embarrada; el tirador que era una especie de cafarnaún en que se hallaban botones desertores, cartas de mucamas aventureras que comenzaban con el invariable «cerido, marchante digamé ci es cierto que irle dará el ha­nivito ci le doy el veso», pesos chicos con carnerito, cabellos mezclados con flores secas, horquillas para la novia preferida -la paisana- que le esperaba entre sus patos y gallinas, allá por Morón o San justo, y a veces el papelito en que «la patrona gorda», «la flaca de Maypú», «1a vieja del Socorro», como él designaba a su clientela, le encargaban manteca fresca o huevos caseros para la niña y también las milongas en vascuence, entonadas al bordear un charco suburbano y la original «fonda de vascos» donde entre copa y copa de vino se comentaba a gritos toda la vida porteña, mirada desde la cocina.

A otros tiempos otros tipos.

Ahora tenemos el carrito con vasijas de latón, lustrosas de puro limpias: el lechero de delantal y gorro blanco, serio, grave, que no canta ni ríe, ni dice chicoleos; la manteca en panes de ilusión y la harina y el agua y la sofisticación reinando omnipotentes con        sellos, patentes, certificados químicos y tapas higiénicas!

Y ahí va la vida, siguiendo su tortuoso camino. cada día menos pintoresca, menos nacional, diremos, pero más arreglada a las leves y ordenanzas, por más que el viejo marchante desalojado, diga melancólicamente, al ver pasar uno de lo carritos triunfadores:

-¡Arodá no más… masón condenao, que ya te allegará tu hora! …

 

 

Fin

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