Los debates en la ciencia- unsw.edu.au

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Manuel Martínez Morales

 

¿Buena salud?¿Mala salud?

Todo depende del punto de vista.

Desde el punto de vista de la gran industria farmacéutica,

la mala salud es muy saludable.

La fabricación de enfermedades, de Eduardo Galeano.

 

Imaginemos que ponemos todo nuestro empeño en fabricar una máquina que funcione casi a la perfección: que consuma eficientemente poca energía, que no sea contaminante, que requiera poco mantenimiento, etcétera. Seguramente que quien logre construir tal máquina será acreedor a numerosos reconocimientos, independientemente de que la máquina sirva para algo, puesto que el objetivo de construirla no incluía la definición de su función, sólo se especificaba que la máquina debía operar eficientemente de acuerdo a parámetros de “productividad”, o “sustentabilidad”, semejantes a los arriba apuntados.

Lo que me hace recordar aquel “culto” que los antropólogos descubrieron en algunas comunidades muy aisladas y en las que, cuando por vez primera vieron un avión cargado de mercaderías aterrizar en aquellos lares, creyeron que podían invocar su presencia simplemente construyendo algo similar a una pista de aterrizaje: un camino recto, en cuyos flancos sembraron flores de colores y colocaron antorchas que encendían por la noche. Todo lo cual construyeron con gran esmero y gusto estético. Cada cierto tiempo repetían el “culto” esperando que de nuevo llegara un avión cargado con provisiones para ellos. Nunca más se vio un avión en aquellos parajes, más los habitantes de aquella comunidad mantuvieron el “culto” por un buen tiempo.

Vivimos una confusión igual cuando –condicionados por nuestra historia- pensamos que podemos alcanzar los niveles de “desarrollo” de los llamados países avanzados calcando ciertos patrones de comportamiento –individuales y sociales- que creemos son la clave para lograr mejores condiciones de vida: copiamos sus modelos económicos y sus patrones de consumo, sus valores sociales e intentamos adoptar sus parámetros de “productividad y eficiencia” para evaluar nuestras propias acciones. Y nada significativo sucede, el avión del “desarrollo” no aterriza en las adornadas pistas de aterrizaje que hemos construido bajo la guía del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial: la pobreza sigue creciendo en el país, el sistema educativo continúa en permanente deterioro, la industria nacional es casi inexistente, el campo mexicano está en ruinas y prevalece un “culto” científico que no conduce a ninguna parte.

Tratamos de copiar las rutas de investigación científica y desarrollo tecnológico seguidas por los países “desarrollados” bajo la premisa –¿indiscutible?- de que es la única posible ya que –otra discutible premisa- la ciencia y la técnica son neutrales, es decir no dependen, por ejemplo, de ninguna valoración ética que podamos hacer sobre éstas. Así, no entendemos que la extendida mala salud del pueblo mexicano no es un asunto que pueda resolverse exclusivamente por la “aplicación” de la ciencia y la tecnología médicas, condición necesaria para la buena salud de la gran industria médica transnacional y no nos percatamos que es esta gran industria la que dicta las líneas de investigación y el rumbo que ha de seguir la ciencia en beneficio de las transnacionales desde luego, sin importar realmente si tiene un impacto en mejorar decisivamente la salud de los mexicanos.

En el fondo el dilema es ético: ¿Se trata de construir una máquina científica eficiente y “productiva”, según los parámetros definidos por la gran industria transnacional, es decir una ciencia de “culto”; o bien, en el marco de nuestra realidad histórica, orientar la generación de conocimientos –la investigación científica- en función de esta realidad?

Desafortunadamente tenemos las probabilidades en contra, puesto que la clase gobernante –servil al capital transnacional- y sus aliados en la conducción de la educación superior y la investigación científica, tratan de que se practique solamente una ciencia de aparador, una maquinita bien aceitada y funcionando eficientemente aunque no sepamos exactamente para qué sirve ni a dónde nos lleva.

Un debate reciente, sobre la conveniencia de sembrar maíz transgénico en México, escenificado por dos destacados investigadores de la UNAM: el doctor Mario Soberón, del Instituto de Biotecnología, y la doctora Elena Álvarez-Buylla, del Instituto de Ecología, muestra dos posiciones antagónicas del quehacer científico. Por un lado, un microbiólogo cuyos trabajos son realizados en laboratorio, quien hace contribuciones a favor de una tecnología impulsada por los monopolios biotecnológicos del mundo, que pertenece a un estilo especializado y estrecho de hacer ciencia y que carece de información elemental sobre la historia, las peculiaridades y los problemas del agro mexicano. Del otro lado, Elena Álvarez-Buylla, si bien se dedica a la ecología genética de manera sobresaliente, es capaz de integrarse a grupos interdisciplinarios de investigación y participa en discusiones epistemológicas sobre ciencia y complejidad. Mario Soberón está totalmente a favor de introducir el maíz transgénico en México, Elena Álvarez-Buylla está radicalmente en contra.

¿Acaso los investigadores nos preguntamos si la precaria salud de la mayoría de los mexicanos (entre cuyas condicionantes podría contarse el consumo de maíz transgénico) seguirá siendo la premisa para la buena salud de las grandes industrias?

Por supuesto que no hacemos esta clase de preguntas imprudentes, pues no solamente no dan puntos para las croquetas sino que son totalmente “anti-científicas”.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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