La ciencia desde el Macuiltépetl: Ensayo sobre la ceguera (moral)


Manuel Martínez Morales

Pero esa esperanza se acabó cuando se enteraron

de que el mal había afectado a todos, sin dejar a nadie libre,

que no había quedado vista humana para mirar por la lente

de un microscopio, que habían sido abandonados los laboratorios,

donde no le quedaba a las bacterias más solución,

si querían sobrevivir, que devorarse entre sí.

José Saramago: Ensayo sobre la ceguera.

Confieso que la lectura de la novela Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, me produjo pesadillas. La situación era recurrente: se interrumpía el servicio de energía eléctrica y, en la profunda oscuridad, mi hermano y yo -como los personajes ciegos de la novela-   nos debatíamos por encontrar nuestro camino, presas del pánico. Gracias a la terrible lucidez de Saramago, reflejada en su obra, no tardé en darme cuenta de la espantosa metáfora encerrada en esa novela: la imagen aterradora y conmovedora de los tiempos sombríos que estamos viviendo.

Un hombre ante un semáforo en rojo queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una ceguera que se expande, como epidemia, de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Diga el lector, si no es tal la descripción del momento por el que atraviesa la nación: cegados por las ilusiones mediáticas, por la pirotecnia de los saltimbanquis de la política y por los chorros de gas pimienta que desde el poder arrojan sobre nuestros ojos, los ciudadanos deambulamos por la vida sin atinar a ver lo que a nuestro alrededor sucede, tratando de sobrevivir a cualquier precio. Y, como en aquellas pesadillas que tuve, equivocamos el camino recorriendo a tientas un sendero sembrado de cadáveres.

(Andan por ahí, sin saber qué hacer, vagan por las calles, pero nunca mucho tiempo, andar o estar parado viene a ser lo mismo para ellos, salvo encontrar comida no tienen otros objetivos, la música se ha acabado, nunca hubo tanto silencio en el mundo…)

De Ensayo sobre la ceguera se ha dicho que es la ficción de un autor que nos alerta sobre “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron”. Pero el poderoso se afana –y ufana- en sacar los ojos a quienes aún pueden ver. Y así,  ¿quién se anima a ser un rey tuerto en el país de los ciegos?

¿O es que tenemos que aprender –enseñándonos unos a otros- a ver de nuevo? Porque hay ahí una realidad independiente de la que formamos parte y que parece imponérsenos con  fatalidad similar a la del mito edípico: realizamos nuestro destino en el intento de evadirlo. A lo que puede responderse, o aclararse, que los hombres con sus actos crean destino. ¿Cómo aceptarlo cuando somos víctimas de los actos de otros?

(Las mujeres, todas ellas, estaban gritando, se oían golpes, bofetadas, órdenes. A callar, a callar, so putas, todas son iguales, siempre tienen que gritar. Dale con fuerza, verás como se calla… La ciega de los insomnios aullaba de desesperación bajo un ciego gordo, las otras cuatro estaban rodeadas de hombres con los pantalones bajados que se empujaban unos a otros como hienas en torno a la carroña…)

El recuerdo del asesinato de la periodista Regina Martínez me ha provocado estas reflexiones, pues ella se distinguió en su quehacer profesional precisamente por hacernos ver por encima de la ceguera oficialmente impuesta, a la que muchos tan alegre y ventajosamente se someten.

Me parece que el periodismo de investigación –como el practicado por Regina- se emparenta con la investigación científica, en cuanto a que su objetivo es la búsqueda de la verdad por muy cruda que esta pueda ser, en el sentido apuntado por Henri Poincaré quien en una de sus obras más significativas, El Valor de la Ciencia, afirma que  la búsqueda de la verdad debería ser la meta de nuestras actividades como científicos, y que es el único fin digno de ellas.

Cuando hablo de la verdad -dice Poincaré- me refiero en primer lugar a la verdad científica, pero también me refiero a la verdad moral, de la que eso que llamamos justicia es sólo un aspecto; no puedo separarlas, y quienquiera que ame  la una no puede evitar amar a la otra. Para encontrar la una, como para encontrar la otra, es necesario liberar por completo el alma del prejuicio y de la pasión; es necesario alcanzar la sinceridad absoluta…

Periodistas como Regina buscan la verdad en este doble sentido: la verdad objetiva apegada a los hechos y ligada a la verdad moral,  al sentido de justicia. Por eso, en un medio donde prevalece la impunidad, es decir la injusticia, la simple exposición de esta doble verdad molesta a quienes conviene la ceguera social.

Adquirir este compromiso con la verdad –la verdad objetiva y la verdad moral- no es nada fácil, pues muchas veces la verdad nos asusta.

Aquellos que temen una, también temen la otra; porque son quienes se preocupan sobre todo por las consecuencias personales que el afirmar la verdad les traería. Equiparo las dos verdades, porque las mismas razones nos hacen amarlas y las mismas razones nos hacen temerlas -concluye Poincaré.

(Si una persona mata a otra, por ejemplo, sería mejor enunciarlo así y confiar que el horror del acto, por sí solo, fuese tan impactante que nos liberase de decir que fue horrible, Quiere decir que tenemos palabras de más, Quiero decir que tenemos sentimientos de menos, O los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, Y, en consecuencia, los perdemos…)

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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