Niños construyen Qbots durante el XXII Encuentro de Cómputo Infantil y Juvenil en el Faro de Oriente- Elizabeth Ruiz Jaimes/AMC

Niños construyen Qbots durante el XXII Encuentro de Cómputo Infantil y Juvenil en el Faro de Oriente- Elizabeth Ruiz Jaimes/AMC


Manuel Martínez Morales

Es un lugar común decir que la pobreza predominante en vastas regiones del mundo proviene de un supuesto atraso en el desarrollo económico de estas zonas –denominadas, con sesgada intención, “subdesarrolladas”- que a su vez se origina en una incapacidad de estas poblaciones para desarrollar ciencia y tecnología. Incapacidad que, en los tiempos del imperialismo británico, se atribuía a una inventada inferioridad racial. Ahora, en tiempos del imperialismo norteamericano, esta incapacidad se atribuye más bien a la ineptitud de los grupos gobernantes de estas empobrecidas naciones para planificar el desarrollo técnico y científico vinculado al crecimiento económico.

Es fácil darse cuenta que este argumento pone la carreta  delante de los bueyes, pues sucede precisamente lo contrario: el escaso desarrollo tecno-científico obedece a las determinaciones de una estructura económica nacional deformada por su subordinación a los intereses del capitalismo transnacional. Incluso me atrevo a sostener que existe una cierta intencionalidad para que la ciencia y la tecnología no se desarrollen en las naciones latinoamericanas, contando con la complicidad de los gobiernos autóctonos, y de lo cual pueden encontrarse variados ejemplos en el último siglo. Si nuestras naciones realmente alcanzaran un desarrollo económico independiente y soberano y, concomitantemente, un alto nivel en la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación, entonces serían vigorosamente competitivas económicamente a nivel internacional. Lo cual obviamente no conviene a los intereses imperialistas que hacen todo lo que está a su alcance para mantener su hegemonía mundial, tanto en lo económico como en lo científico y tecnológico.

Es precisamente suponer que vivimos en ese país imaginario -donde la ciencia, la tecnología y la innovación resolverán los “grandes problemas nacionales”- lo que dio origen hace algunos años a la propuesta, por parte del entonces candidato a la presidencia Enrique Peña Nieto, de una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación.

Los intentos –al menos declarativos- por planificar el desarrollo científico y tecnológico en torno a necesidades y objetivos nacionales se inician a principios de los 80, durante el sexenio de Miguel de la Madrid. Fue entonces que se elaboró el primer Programa Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico para aplicarse en el transcurso de ese lapso sexenal. Recuerdo que aquel documento fue recibido con grandes expectativas, particularmente por quienes  realizábamos –como podíamos- actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico.

Desde entonces, los programas para el desarrollo científico se han elaborado y presentado periódicamente y, aunque limitadamente, han impulsado algunos cambios positivos en el quehacer científico: ha aumentado sensiblemente el número de investigadores y la cantidad de centros de investigación, tanto pertenecientes a universidades como aquellos autónomos; se han multiplicado –aunque aún no lo suficiente- los apoyos para la realización de proyectos de investigación a través de CONACYT y otras instancias y se ha dado mayor reconocimiento a las tareas de los propios investigadores creándose mecanismos de estímulo individual, a través del Sistema Nacional de Investigadores, etcétera. Aunque todavía no se alcanza una inversión satisfactoria en ciencia y tecnología. La promesa repetida durante treinta años es que “ahora sí alcanzaremos el 1 por ciento del PIB”, cuando en ese lapso no ha pasado del 0.5 por ciento. Desde hace tres décadas la inversión en ciencia y tecnología no ha aumentado en términos del PIB, a pesar de las recurrentes promesas demagógicas.

Aún no existe una real articulación de las actividades científicas y de desarrollo tecnológico vinculadas efectivamente a la producción de bienes y servicios o a la educación y a la esfera cultural, ni que la inversión en estos rubros sea la suficiente y necesaria. Debe reconocerse que todavía no rebasamos la etapa de “la copia simiesca de los adelantos que difunden las grandes corporaciones”, según ha dicho Eduardo Galeano. No hemos sido capaces  de abordar nuestra realidad por nuestra propia cuenta, sacudiéndonos la colonialidad del saber a la que también nos somete el imperio. Volviendo a la Agenda Nacional en CTI, ésta comienza proponiendo un “Objetivo Estratégico para una Política de Estado 2012-2018”, definido como: “Hacer del conocimiento y la innovación una palanca fundamental para el crecimiento económico sustentable de México, que favorezca el desarrollo humano, posibilite una mayor justicia social, consolide la democracia y la paz, y fortalezca la soberanía nacional.”

¡Pa’ su mecha! No se si reír o llorar, pues esta sola definición del “objetivo estratégico” de la tal Agenda bastaría para descalificarla, ya que simplemente muestra que los autores de dicho documento ponen de nuevo la carreta delante a los bueyes. La risa me viene de que me parece increíble que los distinguidos personajes que redactaron el documento aparentemente creen que la ciencia y la tecnología son como una varita mágica que lo resolvería todo: desde el desarrollo económico y sustentable hasta la soberanía nacional, pasando por la democracia, la paz, la justicia  y el desarrollo humano.

La ausencia de democracia, paz y justicia obedece sobre todo a las relaciones de dominación que unas clases sociales ejercen sobre otras, tanto a nivel nacional como internacional y es uno de los factores que impide el desarrollo de ciencia y tecnología. A menos que se considere –como sería mi opinión- que el conocimiento científico nos proporciona elementos para entender nuestra realidad social y, a la vez, pone a nuestro alcance los recursos técnicos –materiales y sociales- para transformar dicha realidad. Si es esto lo que implícitamente se quiere decir, entonces me abstengo de llorar. Aunque debo decir que en ninguna parte del documento se alude a este valor del conocimiento científico.

Precisamente para defender el derecho a la educación pública y gratuita, cimiento del desarrollo científico y tecnológico nacional, lo invito a acompañarnos en la marcha por la defensa de la Universidad Veracruzana que tendrá lugar el viernes 26, partiendo del Estadio Xalapeño a las 12 horas

Demandamos que el gobierno estatal entregue los recursos que ha escamoteado. y que  por ley corresponden a la Universidad Veracruzana, ¡Ya!

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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