Juan Pablo Villalobos- Fotografía de Ana Schulz

Juan Pablo Villalobos- Fotografía de Ana Schulz


Hace siete años, Juan Pablo Villalobos envió a Editorial Anagrama su primera novela, Fiesta en la madriguera, para postularla al reconocimiento que desde 1983 otorga dicha editorial. No ganó, pero el propio Jorge Herralde se comunicó con él para decirle que sería publicada, y así fue. Unos días antes del 7 de noviembre pasado, cuando se dio a conocer al ganador, el escritor fue contactado por ese sello para anunciarle que había ganado el Premio Herralde de Novela 2016 –que consiste en 18 mil euros y por el cual concursaron 512 obras literarias– por «No voy a pedirle a nadie que me crea», que aparecerá el 30 de noviembre en España.

Villalobos, quien estudió en la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana (UV) entre 1999 y 2002, compartió en entrevista qué etapa fue decisiva para convertirse en escritor, su sentir sobre el reconocimiento otorgado y su teoría acerca de por qué Donald Trump fue elegido como próximo presidente de Estados Unidos.

¿Cómo recibes la noticia del premio? Muy contento, es motivo de orgullo para mí porque es un premio que han otorgado a escritores que admiro, especialmente los mexicanos, como Sergio Pitol o Daniel Sada, que son para mí dos de los escritores más importantes de los últimos 30 o 40 años en México. Entonces, estar en esa lista de escritores por supuesto que es motivo de felicidad.

¿Representa algún tipo de compromiso, tal vez mayor exigencia contigo mismo como autor? No, la exigencia ya la tengo desde antes. Creo que cualquier autor, una vez que publica, siempre intenta escribir, no diría que algo mejor que lo anterior, porque lo mejor y lo peor es algo que está sujeto al criterio del lector, pero sí –por lo menos en mi caso– algo nuevo, algo diferente, algo que signifique cierto tipo de evolución respecto de su trabajo anterior y que sea coherente con su trayectoria.

A mí me interesa mucho un cierto sentido de coherencia, que tu obra pueda ser vista como un todo y no solamente como trabajos aislados. No me parece muy atractiva la obra de autores que varían mucho de un libro a otro y que parece que están dando palos de ciego. Me interesa la obra que es como una especie de mosaico, donde cada libro se va colocando y lo que importa es el total, no cada uno aislado.

Llevas más de una década viviendo fuera del país, pero en tus novelas éste siempre está presente. ¿Cómo resuelves eso? En realidad ahora esta novela, la que ganó el premio, es distinta en ese sentido, porque es la primera que está situada principalmente en Barcelona, y justamente la idea de escribirla surgió porque empezaba a sentirme incómodo escribiendo sobre México como si fuera un escritor mexicano que vive ahí, siendo que mi realidad cotidiana hace bastante tiempo dejó de ser la mexicana.

Me sentía incómodo porque sentía que quizá corría el riesgo de empezar a idealizar o folklorizar a mi país, y por eso es que me pareció que necesitaba asumir una posición más coherente, más honesta y que mi posición como narrador también fuera la misma que como persona en el mundo. Al fin y al cabo soy un expatriado, soy un inmigrante en el caso de mi posición en España, y me gustaba mucho la idea de escribir una novela que incorporara estos aspectos de mi propia vida a la novela, por eso es que acabé desplazando el escenario de México a Barcelona, aunque eso no quiere decir que no sea una novela mexicana. Es una novela mexicana sobre Barcelona y también es una novela barcelonesa sobre México.

¿A qué alude el título No voy a pedirle a nadie que me crea? A una especie de experimento con el realismo y con el humorismo. Hay una frase de Augusto Monterroso que está como epígrafe de la novela y que dice: “El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias”. Todas mis novelas son, de alguna manera, un experimento con el realismo, y esta frase es como una bravuconada, decir “si no me quieres creer, si te parece muy absurda, muy inverosímil o muy colgada la historia, no me importa”. Es un poco esa suspensión de la incredulidad que es necesaria en la literatura para que el lector acepte que lo que está leyendo puede ser verosímil aunque sea una novela de ciencia ficción o muy absurda, como es el caso de mi literatura que constantemente es muy exagerada, hiperbólica.

Aunque el triunfo de Donald Trump, que muchos veían lejano, tal vez demuestra que todo puede suceder… Sí, pero al final es posible porque estamos viviendo una época en la que un modelo económico, político y social ha llegado a un estado de descomposición tal que los populismos de derecha fácilmente encuentran terreno fértil para que su discurso florezca. En una sociedad totalmente descompuesta, con pocas oportunidades de trabajo, de estudio, de salud –que es el mismo capitalismo el que ha acabado con ellas–, surgen estos populistas de ultraderecha con un discurso muy simplista, realmente muy estúpido.

Donald Trump no ha dicho absolutamente nada más, sólo que él volverá a hacer fuerte a América, a que sea de nuevo un gran país, y no ha explicado cómo ni por dónde, con un discurso tan simple, tan hitleriano en muchos sentidos. Esto la gente lo escucha porque necesita creer en algo, porque se ha sentido abandonada durante mucho tiempo y de pronto estos discursos le suenan atractivos o esperanzadores, eso es lo verdaderamente peligroso.

En múltiples ocasiones se ha dicho que la literatura puede cambiar a las personas. Ante el escenario que planteas, ¿crees que esto sea posible, que a través de ella se llenen vacíos? Sí, creo que la lectura y en particular la lectura de literatura ayuda a formar una conciencia crítica, que es lo que hemos perdido en nuestra época. No hay conciencia crítica, en muchas escuelas y universidades ésta no se forja. Las instituciones se han convertido en formadoras de técnicos, de personas que están capacitadas para trabajar pero no saben pensar, que carecen de criterio para elegir y esto es muy cómodo para el poder. Porque para quien quiere manipular a una población, nada mejor que ésta no tenga conciencia crítica.

En este sentido, la literatura –que parece que no sirve para nada–, por supuesto que sirve para algo que es importantísimo, ayudar en la formación de esos criterios, ideas u opiniones que un ciudadano, que va a tomar decisiones en una democracia, necesita.

Hoy vivimos en sociedades en las que desgraciadamente muchos carecen de conciencia crítica y son carne fácil de estos discursos.La literatura tiene una enorme aportación, pero está claro que a muchas instancias del poder –económico y político– no les interesa que ésta se divulgue o difunda. Y también es por eso que en muchos programas de estudio de escuelas públicas o privadas han desaparecido las asignaturas de filosofía, literatura, sociología y antropología, porque son las que forman esa conciencia.

¿Por qué quisiste estudiar en la Universidad Veracruzana? Crecí en Jalisco, en Lagos de Moreno, y después me fui a Guadalajara. Cuando iba a estudiar Letras, porque antes había estudiado Administración, me parecía que necesitaba irme para hacer un cambio y evitar tentaciones de la rutina, los amigos… quería irme. En ese momento investigué sobre las facultades de Letras, qué opciones había en otras ciudades, valoré Guanajuato, Tijuana y también Xalapa. Fui ahí, conocí la ciudad, me gustó, hice el examen de admisión a la UV, me admitieron y tenía buenas referencias de la Facultad. Por eso me fui a Xalapa y me parece que fue la mejor opción.

Pasé cinco años muy buenos, siempre digo que ahí me hice escritor, porque fue en la Universidad donde acabé de formarme como lector, de llenar un montón de huecos que estaban en mi formación lectora. Ahí leí a los clásicos, a los griegos, a los latinos, la literatura medieval española, el Siglo de Oro, El Quijote, la literatura del siglo XIX mexicano. Ahí acabé de llenar mis lagunas de literatura europea, mexicana y latinoamericana del siglo XX; aprendí crítica y teoría literaria, y ahí me hice escritor. Sin haber pasado por Xalapa no hubiera podido escribir los libros que escribí. También conocí a mucha gente que influyó de manera decisiva en mi formación, profesores y también alumnos que se volvieron amigos, que se han vuelto parte importante de mi carrera.

¿Cómo influye lo académico en tu narrativa? Del tiempo que comenzaste a la fecha, ¿ha cambiado tu proceso creativo? En realidad decidí estudiar la carrera y después un doctorado, aunque este último no lo terminé, porque lo que siempre había querido era escribir, no había pensado en ser investigador o profesor de literatura. Mucha gente me decía: “para escribir no necesitas estudiar Letras” y yo creía que sí. Que por el estado en el que se encuentra la literatura y la tendencia que sigue la historia literaria, me parecía que no hay lugar para escritores ingenuos, es decir, que sin conocer la tradición y la teoría literaria no creo que hoy en día nadie pueda escribir algo interesante sin ese conocimiento.

Creo que las épocas de los genios espontáneos que a los 16 o 17 años escribían grandes obras que salían de la nada, en la actualidad son prácticamente imposibles. Por eso fui a estudiar y fue fundamental para escribir mis libros. Lo único que ha cambiado en los procesos creativos es que la primera novela (Fiesta en la madriguera, 2010) la escribí en la computadora, y a partir de la segunda empecé a hacerlo a mano. Entonces, Si viviéramos en un lugar normalTe vendo un perro y la nueva (que aparecerá en unas semanas), las he escrito a mano.

Para mí es un cambio fundamental porque me parece que el proceso mental es muy distinto. Es más reflexivo escribir que teclear, incluso se vuelve un esfuerzo físico. Después, cuando paso del papel a la computadora ya es una primera reescritura, una primera corrección. Casi nunca lo que está en el cuaderno pasa idéntico a la computadora.

¿Qué te interesa hacer en esta etapa de tu vida? Me he vuelto un poco conservador, tengo que decirlo. Y quiero hacer lo que he hecho los últimos años, seguir escribiendo, seguir teniendo tiempo para leer, que para mí es la actividad más gozosa que existe en la vida. Mientras tenga tiempo para leer y escribir, todo está bien.

¿Qué estás leyendo ahora? La revuelta del pueblo cucaracha, de Óscar Zeta Acosta, un escritor chicano (desaparecido en 1974) que descubrí hace poco. Leí su anterior novela, Autobiografía de un búfalo pardo, que me encantó, y que además para estos tiempos de Donald Trump creo que es una lectura muy adecuada.

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