En la filosofía clásica griega…la lucha por la verdad «salva» a la realidad de la destrucción, la verdad empeña y compromete la existencia humana. Es el proyecto esencialmente humano. Si el hombre ha aprendido a ver y saber lo que realmente es, actuará de acuerdo con la verdad.

Herbert Marcuse, en El hombre unidimensional.

 

Mané observa desde lo alto la ordenada marcha de los jóvenes estudiantes que manifiestan su protesta por la cruel agresión sufrida por los estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, Guerrero.

            Con paso firme y  actitud decidida, caminan bajo la lluvia mostrando en pancartas, elaboradas por ellos mismos, frases que hablan de su indignación y solidaridad. El contingente es numeroso y, en esa mañana, se dirigen a encontrarse con otros contingentes que ya marchan hacia el centro de la ciudad.

            Conmovido, Mané recuerda muchas otras marchas –algunas en las que él mismo participó- en que jóvenes, y otros no tanto, han tomado las calles para protestar contra un sistema de dominación que por décadas sólo ha favorecido el enriquecimiento y bienestar de unos cuantos, a costa de la explotación y sometimiento de la inmensa mayoría de los mexicanos. Explotación y sometimiento que con el tiempo alcanzan niveles de desprecio y crueldad pocas veces vistos en la historia. Como en el caso del brutal ataque contra  los estudiantes normalistas –que no es el primero- que tuvo como consecuencia varios muertos, decenas de heridos y 43 jóvenes “desaparecidos”.

            Al mirar a estos jóvenes caminando bajo la lluvia, expresando con energía su descontento, Mané cae en la cuenta que este hecho –la marcha misma- tiene diferentes significados para las distintas personas que lo observan. Para algunos, estas manifestaciones son una molestia por los inconvenientes que causan a quienes transitan en ese momento por la ciudad; para otros son simplemente actos irresponsables de los marchistas “que no tienen en que ocuparse”; en tanto que para el sector de quienes se colocan del lado de los opresores, la manifestación es reprobable, puesto que afecta sus intereses, y desean que fuese reprimida por la fuerza pública.

            Mané, pretendiendo comprender la realidad con los rudimentarios instrumentos a su alcance, hace el esfuerzo –siguiendo los consejos del viejo Hegel- por pasar de la representación al concepto, del fenómeno a la esencia, de la superficie al fondo de las cosas. Y recuerda aquellas reflexiones de José Revueltas en las que éste, retomando a Marx, recomendaba que para dar tal paso debía transitarse de los sentidos ordinarios a los sentidos teóricos. No hay de otra.

            Decía Revueltas que ante un objeto o fenómeno que nos parece simple, o que la vida cotidiana ha vuelto simple (la marcha de los estudiantes) el concepto (es decir la comprensión del fenómeno) se inhibe y, si no se realiza un esfuerzo reflexivo, deja el paso a las simples representaciones sesgadas por una parcialidad extrema, representaciones interesadas que no proveen conocimiento alguno, sino que lo escamotean y ocultan bajo la enunciación de juicios simplistas. Y de lo que se trata no es de juzgar, sino primeramente de comprender.

            La realidad sensible –apunta Revueltas- (aquella que se refleja en la mente humana a través de una combinación de percepciones sensoriales, que la convierten en imagen subjetiva) nos proporciona las cualidades de las cosas, pero no lo que constituye su naturaleza esencial. Y la esencia habrá que buscarla no en el informe directo e inmediato de los sentidos sino en un vasto complejo de relaciones internas y correlaciones de muy diversa índole, contenidas en el fenómeno pero inaparentes, intangibles. Es decir, los sentidos no nos dan respuesta al por qué de las cosas.

            La marcha concreta de los estudiantes caminando bajo la lluvia es una síntesis de esa multitud de relaciones y correlaciones, de carácter histórico, que constituyen la sociedad mexicana del presente. La unidad de lo diverso.

            Entonces, la manifestación estudiantil, percibida a través de los “sentidos teóricos”, esto es mediante un proceso reflexivo, permite darnos cuenta, ser conscientes, de que los ciudadanos mexicanos estamos a merced de un sistema represivo que descansa en una estructura que incorpora una compleja red de relaciones entre grupos políticos, corporaciones diversas, contingentes del crimen organizado y aparatos de control ideológico. Estructura de poder de la cual, los ciudadanos de a pie sólo vemos partes aisladas, sin tener una perspectiva de su totalidad, tendiendo a confundir a las personas con el sistema: muerto el perro se acabó la rabia; sale Aguirre de la gubernatura y el problema en el estado de Guerrero se resuelve, quedando en la penumbra la estructura que hace posible –y la requiere para su subsistencia- la extrema violencia represiva que se aplica a quienes se oponen al proyecto de dominación actualmente en acción.

            Lo acontecido en Iguala, y sus secuelas, no puede explicarse fuera del marco de las reformas estructurales aplicadas por el actual gobierno. Mané  refiere que todas estas reformas son interdependientes; la reforma energética no puede llevarse a buen término sin las otras reformas, particularmente la reforma educativa. El sistema de educación pública tiene que adecuarse a las reformas políticas y económicas, de ahí el embate y el encono en contra de las instituciones de educación superior que se oponen a dicha reforma.

            La lucha es larga y será enconada, y tal vez lo único que puede salvarnos es el conocimiento de la verdad, por lo que hay que exigir que se conozca la verdad sobre el origen de lo acontecido en Iguala y la verdad sobre lo sucedido a  los 43 estudiantes “desaparecidos”, pues –retomando las palabras de Marcuse- la lucha por la verdad «salva» a la realidad de la destrucción, la verdad empeña y compromete la existencia humana. Es el proyecto esencialmente humano. Si el hombre ha aprendido a ver y saber lo que realmente es, actuará de acuerdo con la verdad.

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