Camino cerca del agua, miro la espuma que se mueve,

signo que busca una forma, en vano.

Yves Bonnefoy, en El territorio interior.

Contemplando el flujo y reflujo de la marea, sentado a orillas del mar, Mané medita en el propio ir y venir de la vida, de todas las vidas, de su propia vida. Un ir y venir de aquí para allá, de avanzar y retroceder, impresión que surge tal vez de que la vida toda se desenvuelve en ciclos, o de que la materia misma sea un ondular, una vibración que se extiende en el universo  conocido. Más allá, quién sabe.

            Pero es el agua en movimiento, el agua marina o el agua que fluye por los ríos lo que desde niño le produce un efecto hipnótico; las ondas que se forman en un tranquilo estanque al arrojar una piedra en sus aguas provocan en Mané una avalancha de imágenes y pensamientos desordenados, pero apaciguadores. El agua en movimiento lo tranquiliza. Incluso le gusta sumergirse en el agua y desde la profundidad contemplar la superficie, lo cual le permite apreciar la división del espacio que produce la superficie del agua en un contenedor cualquiera; dos mundos distintos: dentro y fuera del agua. Derecho y revés del espacio dividido por las aguas. Aguas que dan y sostienen la vida.

            Alguien ha dicho que el agua es siempre dual, que tiende a representar a la pareja original –la mayoría de las veces a los gemelos que antes de la creación descansaban el uno en los brazos del otro. El agua envuelve lo que existe antes que el espacio sea. El agua es la sangre que nutre aún antes que la leche pueda fluir. Muchas cosas pueden ser aguas: hay algunas culturas en las cuales el salado océano es tan distinto de la sangre como distinto del agua que apaga la sed. Y hay culturas de la selva en las que el cielo y la tierra son percibidos como otras tantas manifestaciones diversas del agua. Así se lo dijeron.

            El agua fluye y refluye, se mueve y se transforma en ciclos establecidos por causas y azares, por leyes físicas y perturbaciones imprevistas, procesos caóticos al fin: el agua en la superficie terrestre escurre al mar o se evapora, el agua de mar se evapora también y las lluvias cierran el ciclo para nuevamente engrosar el caudal de los ríos. Y en torno a esos ciclos acuáticos la vida misma fluye siguiendo sus propios ritmos, habiéndose establecido interdependencias más o menos estables entre las distintas especies animales, incluyendo al hombre mismo, la bestia inteligente.

            Siendo el agua el asiento del origen de la vida en el planeta que habitamos, cuando no nos falta pasamos por alto su esencial valor y damos por un hecho su inmediata disponibilidad. Y lo que es y ha sido siempre un bien común necesario para la vida,  portador de portentosos significados culturales, de pronto –en cierto momento de la historia “occidental”- se transforma en una mercancía, en un insumo cualquiera, comercializable, reducido a su dimensión utilitaria y a su simple fórmula química: H2O.

            Pero la transformación de un bien común en mercancía –antes apreciado por su valor de uso material y simbólico a la vez- no se produce de golpe y porrazo, piensa Mané, ni se implanta homogéneamente. Los diversos grupos humanos, desde sus propias condiciones de existencia que incluyen la cultura específica de los mismos, se enfrentan al proceso de mercantilización del agua y lo asimilan, lo resignifican en sus términos o lo rechazan, si es que está a su alcance hacerlo.

            Y resulta –deduce Mané sobresaltado- que en las condiciones de vida que impone planetariamente el capitalismo salvaje, la lucha por el agua se constituye en una vertiente de la lucha de clases. Los capitalistas de nuestros días, apurados por la enorme crisis que ya se anuncia, se aprestan –en forma organizada, económica, política y militarmente- a encontrar y abrir nuevos nichos para la expansión, reproducción y acumulación de sus capitales, pues de otra manera dejarían de existir como tales.

            Y ahora vienen por el agua, por el H2O.

“Siguiendo río arriba las aguas del sueño, el historiador aprenderá a distinguir el vasto registro de sus voces. Conforme su oído se entone con la música de las aguas profundas, oirá un sonido discordante que es ajeno a las aguas y reverbera por las cañerías de las ciudades modernas. Reconocerá que el H2O que gorgotea por las tuberías de Dallas no es agua sino una materia que la sociedad industrial crea. Se dará cuenta de que el Siglo XX ha realizado una metamorfosis grotesca del agua en un fluido con el cual las aguas arquetípicas no se pueden mezclar. Con suficiente dinero y amplios poderes para desalojar y derrumbar, un grupo de arquitectos podría muy bien crear con el drenaje un monumento líquido que satisficiese sus propias aspiraciones estéticas. Pero ya que las aguas arquetípicas son tan opuestas a este nuevo ‘material’ como al petróleo, me temo que el contacto con tal monumentalidad líquida podría hacer a las almas de los niños de Dallas impermeables al agua de los sueños.” (Iván Illich: El H2O y las aguas del olvido. Editorial Joaquín Mortiz, 1993)

            Pero, ¿qué puede importar al capitalista y sus empleados el agua de los sueños? Lo que les interesa es el H2O, su aprovechamiento en pesos y centavos, lo demás no importa. ¿Qué puede importarles el valor que tiene el agua que fluye por el río Los Pescados para los habitantes de sus riberas? Valor traducido no sólo en recursos económicos, sino también en el agua que los acompaña en su vida cotidiana, en sus rituales, en sus sueños.

Mané ha gozado de las aguas de ese río, las ha contemplado en su incesante fluir, ha mojado sus pies en ellas, ha disfrutado  deliciosas comidas en sus orillas; se ha maravillado con el paisaje a su alrededor.

            No han bastado las gestiones, ni las numerosas y pacíficas manifestaciones realizadas por los lugareños opuestos a la construcción de una presa en ese lugar. Embalse que causaría un enorme daño a la flora y fauna de la región, provocaría problemas de contaminación de las aguas, cambiaría drásticamente la forma de vida de los pobladores de la región, afectaría su economía. Nada de eso importa a los señores del gran capital ni a quienes avalan tal despropósito. El agua irá al mejor postor.

            El H2O y el agua se han convertido en opuestos –dice Illich-: el H2O es una creación social de los tiempos modernos, un recurso que es escaso y que requiere un manejo técnico. Es un fluido manipulado que ha perdido la capacidad de reflejar el agua de los sueños.

            Mané intenta consolarse. Enciende la computadora y busca un video que muestre el vaivén de olas marinas, para apaciguarse mientras escucha el son Los juiles.

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