El día que la Tierra se tiñó de rojo: La gran tormenta solar de 1859

Paisaje en rojo por tormenta solar


En la mañana del 1 de septiembre de 1859 el astrónomo aficionado Richard Carrington estaba elaborando unos bocetos de un grupo de manchas solares y para continuar con su trabajó subió a su observatorio a las afueras de Londres, a a las 11:18 de la mañana, para ver lo que describió como «dos parches de luz intensamente brillante y negro». Quiso compartir el espectáculo con alguien pero no había nadie más en el observatorio. Sin saberlo había presenciado la mayor erupción solar de la que se tiene constancia.

Había descubierto la también denominada Llamarada de Carrington, en su honor, por ser el primero en observarla.

Esas manchas cinco minutos más tarde desaparecieron, pero su impacto se sentiría por todo el globo sólo 17 horas y 45 después de que Carrington las observó. La explosión solar, la eyección, llegó a la Tierra con partículas de carga magnética muy intensa que provocarían que el sistema telegráfico  (invento que había empezado a funcionar en 1843 en los Estados Unidos y que por lo tanto todavía no estaba muy desarrollado), sufrieran cortes y cortocircuitos que provocaron numerosos incendios, tanto en Europa como en Norteamérica. Igualmente todos los pocos aparatos eléctricos que existían en esa época dejaron de funcionar.

Si esa eyección ocurriese hoy, todo nuestro sistema basado en los flujos eléctricos colapsarla y provocaría un daño gigantesco en todo el planeta.

Ese fue el día que la Tierra se tiñó de rojo.

Arcos coronales en una región activa del Sol- NASA/Solar Dynamics Observatory

Arcos coronales en una región activa del Sol- NASA/Solar Dynamics Observatory

Pero el fenómeno no comenzó tampoco el 1 de septiembre, si no que desde el 28 de agosto, aparecieron numerosas manchas solares y en la Tierra se observaron auroras borealesintensas cortinas de luz, por todo Norte América, desde Maine hasta Florida. También se observaron auroras en zonas de latitud media, como Roma o Madrid  incluso en zonas de baja latitud como La Habana, las islas Hawái y hasta en la ciudad de Montería,​ en Colombia, entre otras. En Cuba los capitanes de barco registraron en los cuadernos de bitácora la aparición de luces cobrizas cerca del cenit.

El 2 de septiembre, el campo magnético terrestre se deformó completamente y esto permitió la entrada de partículas solares hasta la alta atmósfera, donde provocaron extensas auroras boreales, incluso en zonas de latitud media, como Roma o Madrid.

El 2 de septiembre de 1859, el Southern Cross, un veloz clíper de tres mástiles y 170 pies, lidiaba con un temporal frente a las costas de Chile. Cuando la tormenta cedió, los marineros  pensaron que estaban navegando sobre un océano de sangre. Al levantar la vista observaron que todo el cielo estaba bañado de rojo.

Se trataba de una aurora austral, un fenómeno nada frecuente en la latitud en la que se encontraba el navío. No fue, ni mucho menos, la única consecuencia de aquella tormenta. El fenómeno provocó el fallo de los sistemas de telégrafo en toda Europa y América del Norte. Se vieron intensas cortinas de luz, desde Maine hasta Florida. Incluso en Cuba los capitanes de barco registraron en los cuadernos de bitácora la aparición de luces cobrizas cerca del cenit.

Ese 2 de septiembre se podía leer el periódico bajo la luz entre roja y verdosa de las auroras, mientras que los mineros buscadores de oro de las Montañas Rocosas (EEUU) se levantaron y desayunaron de madrugada, creyendo que el Sol salía detrás de una cortina de nubes.

Si el evento –conocido por los especialistas como tormenta de Carrington– no tuvo consecuencias brutales fue debido a que nuestra civilización tecnológica todavía estaba en sus inicios: si se diese hoy los satélites artificiales dejarían de funcionar, las comunicaciones de radio se interrumpirían y los apagones eléctricos tendrían proporciones continentales y los servicios quedarían interrumpidos durante semanas.

Según los registros obtenidos de las muestras de hielo, una fulguración solar de esta magnitud no se ha producido en los últimos 500 años, aunque se producen tormentas solares relativamente fuertes cada cincuenta años, la última el 13 de noviembre de 1960.

Las Causas de la Llamarada de Carrington

La gran tormenta de 1859 fue precedida de la aparición, en el Sol, de un grupo numeroso de manchas solares cercanas al ecuador solar, casi en el momento de máxima actividad del ciclo solar, de una magnitud tan grande que se podían ver a simple vista, con una protección adecuada.

La interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra- NASA

La interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra- NASA

La tormenta solar tuvo un gran impacto en la Tierra también porque en el momento de la eyección de masa coronal el grupo de manchas estaba frente a la Tierra, y cuando la materia coronal llega a la órbita terrestre abarca una extensión de 50 millones de kilómetros, miles de veces la dimensión de la Tierra.

La intensa llamarada de 1859 liberó dos eyecciones de materia coronal: la primera tardó entre 40 y 60 horas para llegar a la Tierra (tiempo habitual) mientras la segunda, liberada por el Sol antes de que se llenase el vacío dejado por la primera, solamente tardó unas 17 horas para llegar a la Tierra. La primera eyección iba acompañada de un intenso campo magnético helicoidal, según los datos de los magnetómetros de la época. Esta primera etapa quedó registrada en los magnetómetros de superficie como un inicio brusco de actividad, pero no tuvo otros efectos. Al principio apuntaba al norte, pero después de 15 h en lugar de reforzar el campo terrestre se oponía al campo mencionado. Esta oposición liberó gran cantidad de energía, que comenzó a interrumpir las comunicaciones telegráficas y formar auroras boreales, hasta pasados uno o dos días, en que, una vez que el plasma pasó más allá de la Tierra, dejó que el campo magnético de la Tierra volviese a la normalidad.

La llamarada de Carrington del primero de septiembre debió tener temperaturas de 50 megakelvin, por lo que es probable que no sólo emitiera radiación visible, sino también radiación gamma y rayos X.

En el momento del impacto con la Tierra de la segunda llamarada el campo magnético del plasma apuntaba hacia el sur, con lo que el caos geomagnético no tardó en manifestarse: la magnetosferaterrestre que suele estar a unos 60,000 kms de la Tierra fue comprimido hasta llegar a unos 7000, hasta alcanzar, quizá, la estratosfera. Cuando el cinturón de radiación de Van Allen desapareció temporalmente, gran cantidad de protones y electrones se descargaron hacia la atmósfera, lo que podría haber sido la causa de las auroras boreales observadas.

Aurora boreal desde Tromsø, NoruegaAurora boreal desde Tromsø, Noruega

La intensidad de las llamaradas solares se clasifica con letras, A, B, C, M y X, seguidas de un número en una escala del 1 al 9.

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