La ciencia desde el Macuiltépetl:  El asombro ante el mundo

Santiago inquieto


Manuel Martínez Morales

Para Santiago Gutiérrez Martínez quien, asombrado, comienza a conocer el mundo.

A mi también me han contado todos los cuentos

lo que no me dijeron es que, además,

todos los cuentos tienen copy right.

Antonio Orihuela

 

El asombro ante el mundo brota en cuanto es removida la pantalla pletórica de símbolos levantada por la cultura. Por eso el niño se asombra y emociona al escuchar cualquier sonido, al mirar un objeto cualquiera o al comprobar que puede actuar sobre el mundo; aún no es sujeto de la cultura, ignora aún los signos culturales. Una vez prisionero en la trama cultural, el adulto es ajeno al asombro o, en todo caso, acepta sucedáneos de éste; asombros artificiales mediados –ineludiblemente-   por el andamiaje cultural. Creemos admirarnos ante los avances de la ciencia y la tecnología, pero somos incapaces de sorprendernos de estar vivos… es sencillamente asombroso que exista el mundo tal como es y que existan ojos para contemplarlo.

Tal vez por esto algunas escuelas filosóficas se orientan a la contemplación del mundo más que a su descripción y análisis, enfatizando que «la verdad» se encuentra más allá de las palabras («De lo que no se puede hablar es mejor no decir nada»: L. Wittgenstein).

Pero, paradójicamente, nos es dado trascender la cultura, nuestra cultura, sumergiéndonos a fondo en ella. Es decir, avanzando más allá de los signos elementales de identidad cultural -hábitos, códigos de conducta y creencias- para llegar a la raíz del concepto mismo. Si se quieren trascender los códigos y las formas conceptuales en las cuales la ciencia refleja al mundo, será necesario calar a fondo en las profundidades de las teorías científicas. Ahí, llegando a los límites del conocimiento, se encuentran las aberturas que permiten atravesar al otro lado del espejo, al otro lado del lenguaje de la ciencia. (Los lìmites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento)

El Tao Te Ching recoge las enseñanzas de Lao-Tsé, filósofo chino que vivió entre los siglos VI y V a. C. El principio y fin de todas las cosas en el mundo es el Tao, pero éste es en esencia lo que está más allá de los constructos culturales: «El Tao que puede ser expresado con palabras no es el eterno Tao».

En alguna otra parte del sagrado libro se dice que cuando el hombre inferior oye hablar del Tao, se ríe de ello carcajadas. Si no produjera risas, no sería el Tao. El Tao Te Ching no expone doctrina alguna; el libro no sigue un orden temático, analítico o cronológico no desarrolla líneas argumentales relata historias. Todo se desenvuelve en metáforas, insinuaciones, ambigüedades y frases incomprensibles: «Cuando se considera el Tao, en su vacuidad, parece imposible llenarlo». El Tao no aprende, se practica. Es otra forma recuperar el asombro ante el mundo, otra forma de trascender las mediaciones culturales.

Asombrarse del mundo, abandonarse al Tao, no significa en modo alguno negar la materialidad de éste. Por el contrario, significa asumir la materialidad y la unidad del mundo en toda su plenitud. La exacerbación de la filosofía en su forma oriental, la meditación a fondo sobre los conceptos científicos o el ejercicio del Tao están lejos de ser formas de escapismo de la realidad. Más bien conducen al centro preciso y concreto de la vida individual y social, así como también al vil materialismo, dialéctico por supuesto.

 

A continuar, siquiera por curiosidad

por ver qué me espera

después de la siguiente puerta

del pasadizo de la izquierda…

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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