Laberinto

Laberinto


Manuel Martínez Morales

Tal vez fue la tristeza de las coliflores sembradas en campos contaminados, o las sirenas que provocan tormentas lo que, sin advertirlo, me llevó al laberinto 28 de mi vida terrenal. Laberinto interminable, bifurcante, recursivo, en donde la salida de cualquier pasillo conduce a otro laberinto que es réplica del ya recorrido, interminable e indeterminado con rutas iluminadas con tenues luces opacas y fosforescentes. Recorro el laberinto casi sin esperanza de encontrar la salida porque tal vez no hay salida y porque sencillamente así es la vida, mi vida: un laberinto sin salida que conduce a ninguna parte, más que a otro pasillo que de igual manera habrá que recorrer, laberinto recursivo que es metáfora de la autoreferencia, origen de la paradoja en que se afirma la existencia, toda existencia, no sólo la de lombrices, primates y caracoles, sino también de los minerales cristalinos y el agua sagrada, fuente de la vida en este planeta que también gira interminablemente trazando su propia laberíntica ruta.

Y no sabes que hacer pues en alguna bifurcación del laberinto te enteras que el proceso llamado fracking consiste en perforar un pozo vertical hasta alcanzar la profundidad deseada para extraer el gas shale –o gas de pizarra o de lutita- que se encuentra atrapado en sedimentos de rocas en las que abunda un mineral llamado esquisto, a profundidades de mil a cinco mil metros. Para alcanzar tales profundidades se realizan varias perforaciones horizontales que pueden extenderse hasta 1.2 kilómetros. Es necesario fracturar la roca mediante la inyección de una mezcla de enormes cantidades de agua, arena y sustancias químicas a elevada presión, para permitir el flujo y la salida del gas. Complicado proceso altamente redituable para las compañías que lo explotan, aunque después de fracturar y al disminuir la presión de los equipos de bombeo, el gas liberado sale a la superficie arrastrando gran parte de los fluidos inyectados. Entre el 15 y 80% del fluido se colecta en balsas de evaporación, con evidente peligro de contaminación atmosférica, es llevado por tanques colectores para inyectarlo después al subsuelo –con el riesgo de contaminación de suelos- o para ser tratado en plantas de depuración pública, que normalmente no están preparadas para procesar este tipo de residuos. La parte no recuperada de fluido permanece en el subsuelo, desde donde puede migrar hacia la superficie o los acuíferos. El fluido es altamente tóxico y sigue emergiendo durante un prolongado período. Laberinto de enormes ganancias monetarias que conduce a un laberinto de destrucción y muerte, pues los químicos utilizados en el líquido de perforación afectan directamente la piel, ojos, sistema respiratorio y gastrointestinal; al sistema nervioso inmunológico, cardiovascular y los riñones; puede provocar cáncer y mutaciones genéticas.

Huyes de esta parte tenebrosa del laberinto sólo para desembocar en otro pasillo donde a lo lejos distingues a dos niños que comparten la única camisa disponible para asistir por turnos a la escuela: el menor la viste para asistir por la mañana a la escuela y, llegando a casa, la pasa a su hermano mayor que acude al turno vespertino, en tanto a unos cuantos kilómetros del humilde caserío donde habitan, el imparable fracking sigue su marcha, envenenando y destruyendo el entorno y engordando las bolsas de los grandes capitanes de la industria que no tienen que compartir camisas con nadie, mas que  con sus amantes de ocasión.

Hago un alto en la bifurcación en busca de las sirenas que alguna vez alimentaron mis sueños de apio y ajonjolí. En este sitio tengo todavía puesta mi camisa que no comparto más que conmigo mismo y en el vecindario no hay señales de fracking, así que con la vista pregunto a Tomás –el gato negro que me acompaña en la travesía- sobre la ruta a seguir. Su mirada me interroga: ¿De qué se alimentan las sirenas? Le acerco el dibujo de Silvia Santos que muestra a una sirena comiendo un pez y el camarada Tomás, indiferente, se aleja un poco en una clara muestra de escepticismo burlón.

A veces me canso y deseo no seguir en el absurdo recorrido, pues cualquier punto es casi idéntico a cualquier otro punto del laberinto. Sin embargo, la música que llega de alguna parte cercana me alienta a seguir adelante. Canto de sirenas anunciando una ilusoria esperanza de encontrar la salida. ¿Salida de qué? ¿Salida hacia dónde, que no sea el Mictlán? Es por estas dudas que me acompaña Tomás pues es y será un guía confiable bajo cualquier circunstancia.

No se por qué me digo que, en el trayecto, tal vez podríamos admirarnos –al igual que von Humboldt- ante lo desconocido, si supiéramos que muchas epífitas, grupo de plantas especializadas que, con limitadas condiciones para la sobrevivencia forman ese segundo piso en las alturas de bosques y selvas, nos dan un ejemplo de lo fascinante y extraño que puede ser el mundo vegetal. Otro laberinto dentro del laberinto, y no olvido que el clima global ha sufrido cambios a lo largo de toda la historia, pero son ya notables las tendencias al calentamiento de los últimos veinticinco a treinta años, según se ha documentado. Y los sistemas biológicos han respondido a estos cambios en varias formas. Cientos de estudios han cuantificado efectos en: 1) la fenología y la fisiología de los organismos; 2) su rango geográfico y su distribución; 3) las interacciones entre especies y sus comunidades; y 4) la estructura y dinámica de los ecosistemas.

-¿Y qué?- como decía retadoramente mi amigo el poeta Ramón Rodríguez, cada vez que en el Café pedía una Coca Cola.

Realmente no se el qué, ni el por qué y ni siquiera el cómo pero sigo el camino casi sonámbulo, al igual que la multitud que en ordenada formación pasa  a mi lado, sin importarle hacia dónde se dirige, la atención fija en sus dispositivos móviles, y los dedos pulgares presionando compulsivamente las teclas del artefacto, desentendida del laberinto para sumergirse en otro de silicón, virtual, donde pueden crearse personalidades al  antojo sin arriesgar nada excepto el robo de la virtual identidad: nada a cambio de nada pues en realidad los bits que por ese laberinto circulan en su mayor parte son solamente un ruido adormecedor, ruido blanco, sin sentido, según aprendiste de la teoría matemática de la información que ya casi nadie recuerda ni conoce. ¿Y qué? Si ya muertos los sueños, repicamos desde nuestras jaulas de latón barato. Tanta gente saltando hacia ninguna parte, sin objeto, sólo porque el vecino salta, tanto cordero llevado al matadero y tanto domingo de resurrección.

En cualquier punto del laberinto, y cuando más cogido de los huevos me tienen, busco la ventana virtual por donde se ve más lejos y me quedó ahí, con la nariz aplastada contra la pantalla led esperando siempre unos pájaros que nadie ha visto pero se que existen, porque acuden a mi ventana en tiempos de penuria alegrándome el día con su canto llamándome con su picoteo sobre el cristal de la ventana, sé que existen pero ya no vienen,

Dentro del laberinto la vista poco cuenta pues sólo alcanza a distinguir lo más cercano, así que la orientación la proporciona el oído, por eso a veces me dejo guiar por el silbato triste del nocturno tren con sueño que anuncia la madrugada, las tres de la mañana, la hora del tigre.

Es así como a fuerza de ejercitar el oído, a falta de GPS, se va conformando en mis redes neuronales una imagen, un mapa, una geografía de la voz, pues son voces las que escucho poetizando la vida en el laberinto: Caminamos a lomo de la esperanza. La libertad y el derecho nos asisten. Y con nuestro conocimiento, asistimos a nuestro pueblo. Son voces de mujeres y quiero creer que son las voces queridas de las mujeres que alguna vez dijeron amarme, mujeres que posiblemente solamente existieron en mi imaginación en el caótico amanecer del mundo. No nos asusta la modernidad, dicen en un susurro colectivo que recorre el laberinto como un zumbar de abejas, abejas reinas todas ellas. No nos asusta la modernidad, repiten quedamente, pero los celulares, la moda de zapatos y vestidos no va con nosotras porque tenemos otras necesidades y vivimos otras geografías, donde el barro y el trabajo nos hacen resistentes, Cuántas cosas hay que no necesitamos, sin embargo a veces las compramos pero su utilidad es muy otra. Ni la ropa ni los zapatos, celulares, ni todas las cosas que usamos como la tecnología toda, cambiará nuestra idea y costumbre de vivir. Sólo un poco aquí.

¡Oh mujeres amadas, acudan en mi auxilio!

Y en este caminar recursivo te das cuenta que en el mundo que se despeña al abismo, fuera del laberinto,  1,500 personas con billetes de primera clase han alcanzado los botes, en tanto 4,500 millones se están ahogando, pero ese no es el problema –para muchos hay gente en las barcas que debería estar nadando. El problema que no ven es que el que se hunde es el planeta.

Recórtame, amor, un cielo para todo esto, más allá de la espiral confundida y la ausencia, porque poca poesía hay en los charcos de las calles y en los mendigos mas mendigos del mundo.

Extraviado en el laberinto que algunos llaman vida, conjeturas que probablemente es necesario cartografiar la existencia femenina, mirar su mutación dentro de la marginalidad a través del tiempo y el espacio, en la circularidad del rizoma y sus destinos.

Economizar el deseo de la historia, plantándole un revés al patriarcado –proclama en zumbidos la abeja reina– diluyendo su marcada consistencia emancipándonos de su maquínico instrumento de sometimiento. En la nueva geografía espacial  reescribiremos nuestra historia donde la libertad nunca más será una línea imaginaria.

Voz cargada de sentido, delineando fronteras difusas entre realidad y deseo que nos hace encontrar ese aliento rebelde que no nos dejará dormir en medio de esta pesadilla. Que mantiene abiertos nuestros sentidos,  despojándonos de esperanzas inútiles y reintegrándonos a la realidad del hombre que no logra salir de la prehistoria. Voz que nos remite también, como en el ritual amoroso, a la geografía del cuerpo, cuerpo de cartografía ilimitada, tibio y palpitante,  cuerpo solidario reflejante de la vida y el dolor, que no da tregua a la mentira bajo la lluvia de fuego, y nos mantiene atados a la vida, enfermos de conciencia.

¿Y qué?, repites maquinalmente en tanto te detienes en un estanquillo a comprar una Coca Cola Light.

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