No es empresa racional seguir el vuelo de un pájaro

desde el fondo del mar. Mas he oído acelerarse vuestros

corazones cuando bailaba la monedita en mi cabeza,

cerca del incendio que devoraba las casas,

 y el revólver temblaba en la mano del jefe de los bandidos.

Luis Cardoza, en Pequeña Sinfonía del Nuevo Mundo.

 

Mujeres y hombres, niños y ancianos lloraban alrededor de la piedra, suplicando que no se la llevaran, que por favor dejaran en su lugar a Chalchiuhtlicue, Señora de las Aguas Terrenales, confundida con el dios Tláloc. Pero los soldados sólo seguían órdenes, tenían que transportar el monolito del pueblo de Coatlinchán al nuevo museo de Antropología de la Ciudad de México.

      Era el 16 de abril de 1964 cuando se la llevaron.

      Relata una maestra residente del lugar: “La campana estaba tocando. La gente ya se había organizado y exigieron a los que vinieron que se retiraran, porque no se iban a llevar la piedra, que ese no era Tláloc. Que si querían a Tláloc que fueran por él, a ver si lo encontraban. Niños, niñas, muchachas, muchachos, viejos… ¡todo un pueblo estaba en la plazuela! Eran las 12 de la noche y la gente empezó a destruir la plataforma. La piedra estaba en un columpio y los pobladores no tenían más armas que las de la agricultura. Toda la noche estuvo la gente dale y dale a la plataforma. Como a las cinco de la tarde cayó la piedra. Se escuchó un estruendo y la tierra se cimbró. A las 10 de la mañana subió el Ejército al pueblo. Los soldados comenzaron a regarse como cucarachas. Los lugareños escondieron la dinamita, y se advirtió que si se llevaban a Chalchiuhtlicue mejor la harían explotar. Los soldados fueron muy groseros; se llevaron la piedra en una plataforma hecha especialmente para ello. Fue empujada por dos conformadoras y arrastrada por cuatro tráileres. La gente lloraba. Algunos que se enteraban apenas corrían para ver si era cierto. Los soldados gritaban que la gente debía regresarse.”

            ¿Por qué llorar por una piedra? ¿Por qué arriesgar la vida por una piedra? ¿Para qué enfrentarse al Señor Presidente, quien había decidido ya el destino de la piedra? ¡Hágase la voluntad del Señor!

    Tal vez será –se dice Mané- que nos falta comprender que toda piedra, todo fragmento material tiene memoria, de alguna manera en su estructura interna y su forma externa se encuentran vestigios –fragmentarios quizás- que dan fe de su historia y de la línea histórica del universo por la que transitó esa piedra.

            Desde luego que Mané conoce las críticas que sus amigos, expertos en teoría de la información le harán: Las piedras no hablan Mané, la capacidad de almacenar información en un trozo de materia, sin llegar al nivel cuántico, es sumamente limitada. Ya no consumas esa yerba que te va a dañar las neuronas, mas de lo que ya de por sí las tienes.

            Sin embargo, reflexiona Mané, hay teóricos que afirman que de alguna manera la historia del universo puede recuperarse de esta “memoria” material. Pero bueno, si nos limitamos a la materia transformada por el trabajo humano el asunto se ve más claro. Al labrar una piedra, como la Chalchiuhtlicue, los hombres dejan plasmada en esa piedra un mensaje, es decir marcas simbólicas que tienen un significado preciso, difícil de comprender para quienes no pertenecen a la misma cultura. Mané recuerda entonces una de las estelas de piedra resguardadas en el Museo de Antropología de Xalapa y que siempre le ha causado inquietud, pues ha visto signos numéricos mayas labrados en esa pieza, lo cual le hace preguntarse que historia encierra esa piedra.  Le atrae tanto esa estela que, en los últimos años, ha querido tomarse un par de años sabáticos consecutivos para estudiar la piedra, claro en colaboración con arqueólogos e historiadores.

            Aunque esa intención no ha pasado de ser un sueño guajiro, no pierde la esperanza de algún día llegarle al problema. Mientras tanto Mané investiga lo que puede sobre la memoria de las piedras. Otro de sus sueños de apio (dice apio, señor corrector) es visitar los petroglifos que se han encontrado en Coahuila, muy cerca del lugar donde nació, en medio del desierto.

Un petroglifo de dimensiones importantes fue encontrado en el Cerro de San Rafael, cerca de Parras, Coahuila y actualmente se estudian sus símbolos, pues se cree que pudiera representar un rito ceremonial de los antiguos pobladores de Coahuila.

El hallazgo fue registrado en el sitio conocido también como Cerro Tierra Santa, hoy San Rafael de los Milagros. Este lugar se caracteriza por tener gran variedad de petroglifos y pinturas rupestres, así como por haber sido un sitio sagrado, legado de nuestros ancestros. El petroglifo, afirman expertos, es de especial importancia por su tamaño y simbolismo, por lo cual los investigadores han reunido información sobre la pieza y la han enviado al INAH para buscar su protección y correcta interpretación.

En este corredor que hace años tenía una apariencia muy natural, hay un cerro en cuya parte superior existe una planicie en donde es posible que los indios laguneros hayan realizado sus mitotes. Uno de los petroglifos está grabado en una roca de aproximadamente dos toneladas de peso, cubierto por unos matorrales y hasta con un mezquite.

Este petroglifo -explica uno de los investigadores- fue grabado en la roca utilizando una técnica mixta: Es decir, de un picado y rayado profundo el cual consiste en puntear la roca y después se procede al rayado o viceversa, y así sucesivamente hasta realizar una figura en la roca.

Y aquí viene la memoria de la piedra: se dice que es uno de los petroglifos más importantes que existen en la Comarca Lagunera porque representa un paisaje en la vida cotidiana de los indios laguneros del cual se interpretó lo que parece ser un rito ceremonial y de sacrificio humano, o posiblemente luctuoso, o también puede tratarse de la curación de un niño.

En este punto Mané se apasiona por el misterio: la piedra contiene un mensaje cifrado, cuyo significado está siendo desentrañado por investigadores que estudian el petroglifo. Lo que hasta ahora se propone como una “traducción” de lo que la piedra dice (Mané, ¡ya te dije que las piedras no hablan!).

En los dos personajes que aparecen en la piedra está la presencia de un penacho en las manos, como un tipo de corona y otro cuerpo con cuernos en la cabeza lo que se interpreta como una máscara- que yace acostado con los brazos abiertos: La cara está cubierta con plumas, el rito lo hace un brujo, un hombre de la medicina o chamán que también tiene máscara y sostiene entre sus manos ya sea una corona o una almohadilla luctuosa; en el otro lado aparece lo que podría ser la imagen de la madre del niño que está de rodillas y también con los brazos abiertos sosteniendo en la izquierda un bastón ceremonial. (¿No que las piedras no hablan?)

¡Mejor hubiera estudiado arqueología matemática!, se reprocha Mané, pero ahí lo dejo pa’ mi otra vida. Y mejor sigue en lo que dicen los investigadores: “En una lectura de derecha a izquierda aparecen dos figuras que a primera vista parecen dos soles pero asegura el estudioso que al analizar bien las figuras tienen en la parte posterior lo que parece ser un tallo: Por lo que tienen más semejanza a la flor del peyote, esto significa que puede tratarse de un rito ceremonial dedicado al peyote (Lophophora Williamsii) que nuestros antepasados utilizaban en curaciones o como un medio festivo de alucinaciones en las que creían acercarse a Dios.” ¡Pa’ su!

Mané se promete a sí mismo -sin decir cuándo lo cumplirá- darse una vuelta por su tierra y visitar el sitio para escudriñar con sus propios ojos el petroglifo, quien quite y con una probadita de peyote se le iluminen las neuronas y pueda leer de corridito lo que en la piedra está escrito, pues le han explicado que como uso obligatorio los ancestros utilizaron el peyote en sus fiestas, mitotes y cultos religiosos: Ya sea masticado o molido en huesos, diluido en agua o bebidas alcohólicas, aunque también tuvo uso en las largas peregrinaciones de cacería o traslados. Aunque, concluye Mané, el peyote lo podemos dejar pa’ la recreación, después de estudiar a fondo, con la ayuda de nuestros amigos arqueólogos, el desciframiento de la historia que la piedra guarda en su ancestral  memoria.

Puede parecer exagerado, pero es cierto, que dispersas por el mundo entero, junto con las bibliotecas digitales, existen bibliotecas de piedra que seguramente será divertido, e instructivo, visitar e intentar leer lo ahí escrito.

Eso tal vez explica por qué un pueblo entero puede llorar por una piedra.

-Oye Mané, ya párale al rollo y mejor baila la monedita en tu cabeza, pa’l refine, ¿no?

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