La ciencia desde el Macuiltépetl

ARBITRAJE CIENTÍFICO

Manuel Martínez Morales

El trabajo científico, en la época actual, es un trabajo colectivo que se lleva a cabo por una comunidad de investigadores dispersos en el espacio y el tiempo. Los resultados que un investigador obtiene deben ser dados a conocer para ser incorporados (previa evaluación y comprobación de la confiabilidad de dichos resultados) al acervo de conocimientos que poco a poco se ha ido formando a través del tiempo. El medio clásico para este fin han sido las revistas científicas especializadas.

            Estas revistas son un medio para reportar lo que un investigador ha obtenido como producto de su trabajo con la finalidad de que otros lo incorporen a sus propias investigaciones, o para ser confrontado y comparado con resultados obtenidos por otros científicos trabajando en el mismo tema. Publicar en estas revistas no es un fin es sí mismo –aunque la burocracia científica así lo quiere hacer creer- sino un medio para socializar el conocimiento.

            Para publicar en estas revistas los artículos enviados son sometidos a una estricta revisión, o más bien a un arbitraje, por parte de un comité de expertos en el tema quienes deciden si lo reportado es relevante para la disciplina, si constituye realmente una nueva aportación y no es simplemente una “refriteada” de resultados ya conocidos (o si se trata de un descarado plagio), si el artículo está escrito con claridad y si tiene el rigor científico que  sustente lo expuesto.

            De esta manera, el arbitraje trata de garantizar que lo publicado en estas revistas constituya efectivamente una aportación útil e interesante en el campo respectivo. Es decir, se quiere asegurar la validez y calidad de lo publicado, para garantizar al científico que acceda a estas publicaciones que el material puede ser de utilidad en sus propias investigaciones y que, además, contribuye a mantenerlo actualizado en el tema.

            Pero resulta que no faltan las críticas y señalamientos por presuntos favoritismos de los árbitros en beneficio de sus cuates, o de limitaciones y errores en el proceso de revisión.

            Recuerdo un estudio de los 80 muy citado –y bien sustentado- en que se concluía que alrededor del 80 por ciento de los artículos publicados en cierta área eran irrelevantes, no aportaban nada al saber científico y, en fin, que eran solamente “basura”.

            Estudios más recientes intentan mostrar que el sistema de arbitraje tiene fallas y que, por ejemplo, en el caso de las ciencias biomédicas, cerca del 67 por ciento de investigaciones publicadas –aprobadas por los árbitros- resultaron ser producto del fraude científico: datos falseados o inventados, experimentos sesgados, etcétera.

            Hay quienes afirman que el arbitraje es un proceso imperfecto que ha provocado que las publicaciones científicas se devalúen ya que, con mucha frecuencia, los árbitros se equivocan en sus valoraciones.

            Estos críticos señalan, entre otros, el siguiente caso: en Mayo de 2011, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer concluyó –basándose en un estudio epidemiológico- que la radiación emitida por teléfonos celulares podía tener efectos cancerígenos en los usuarios de este tipo de telefonía. Pero, en otro estudio epidemiológico realizado en Diciembre de ese mismo año, no se encontró evidencia alguna que relacionara el uso de teléfonos celulares con el cáncer de cerebro. Este último estudio fue publicado –después de pasar el debido arbitraje- en el British Medical Journal (BMJ).

            Sin embargo, otro grupo de científicos revisó este último estudio y concluyó que tenía un buen número de errores e inconsistencias metodológicas que le restaban todo sustento. De ahí inferían que lo publicado en el BMJ no había sido debidamente arbitrado, es decir que los revisores no habían hecho su trabajo con rigor y cuidado.

            A partir de casos como el mencionado es que muchos investigadores rechazan el arbitraje –tal y como ahora se realiza- en las revistas científicas. El problema es que no se ve una alternativa viable para asegurar la validez y veracidad de lo que ahí se publica.

            Una alternativa, que ya es de uso extendido, es que se han abierto sitios en la internet, en donde los investigadores pueden “subir” sus hallazgos sin arbitraje alguno, estando abiertos a la libre consideración de sus colegas en el mundo entero. En el mismo sitio otros investigadores pueden confirmar o rebatir lo que ahí se expone y se da lugar a un interesante y fructífero intercambio, con resultados asombrosos. Fue por este medio que Gregory Perelman –un joven y desconocido matemático ruso- dio a conocer su demostración de lo que se llamó la conjetura de Poincaré, un teorema que se resistió a la demostración por más de un siglo. Resultado que no había sido aceptado en revistas del ramo. En mi opinión, esta es una saludable alternativa a la publicación en revistas especializadas.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

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