Paloma en monumento a Miguel Primo de Rivera

Paloma en monumento a Miguel Primo de Rivera


Manuel Martínez Morales

Tal vez sea  la hora, Mané, de poder fin a esa obsesión desdentada que te hace circular alrededor de la persiana sólo para asegurarte que la inclinación de sus hojas sea la apropiada a esta hora del día, ni un milímetro más ni uno menos.

-Pero compañeros, replica Mané, por qué no comprenden que el paso de una sola libélula por esa persiana puede provocar que el teorema de incomputabilidad, el décimo de Hilbert, sea falso y no pase de ser una vacilada.

¡Qué quieren ustedes!… –repito con Oliveiro Girondo-  A veces los nervios se destemplan… Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada… ¡Cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda. Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: Yo no quiero optar, porque optar es osificarse.

¿Voluptuosidad de humillarnos ante nuestros propios ojos? ¿Encariñamiento con lo que despreciamos? No lo sé. El hecho es que en lugar de decidir su cremación, condescendemos en enterrar el manuscrito en un cajón de nuestro escritorio, hasta que un buen día, cuando menos podíamos preverlo, comienzan a salir interrogantes por el ojo de la cerradura. ¿Un éxito eventual sería capaz de convencernos de nuestra mediocridad? ¿No tendremos una dosis suficiente de estupidez, como para ser admirados?…

¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071% veces más de lo que debieran publicar?… Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar. ¡Prueba de existencia!

Basta de Girondo. Mis obsesiones son cotidianas y por eso ni cuenta me doy que las sigo cotidianamente. Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace 70 siglos están bajo la tierra?

Y me pregunto por el sentido de esto y lo otro; de la ciencia y la poesía y por qué permanezco obsesivamente atado a estas dos fuentes con cuyas aguas refresco un poco mi existencia y quiero compartir contigo, hermano, esta frescura que posiblemente sea lo que me permite seguir con un poco de vida.

-¿Un poco de vida, has dicho? Acaso se puede tener mucha o poquita vida; se vive o no se vive, la vida obedece a una lógica binaria, la cual a pesar de sus limitaciones nos enseña a pensar como peces bizcos: en un bocal de cuarzo, los ojos que lo miran transparentan un deseo vociferante/El aire hierve/ se alzan fronteras de sal/ y el agua se congela/ El pez no tiene párpados/ que lo protejan/ En su delirio/ se hace brotar manos/ y con ellas pretende estrangularse…(Maliyel Beverido: Otro viaje a Itaca)

Pero yo sólo deseo volver a Itaca, la ciudad que tal vez ya no existe pero cuya imagen se me aparece como un oasis en medio de este horror que vivimos: la tecnología al servicio de la estupidización, su última expresión el pokemón go. Ni pex, dijo Andrés.

El último refugio es el amor, diría Girondo: Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas…Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardíacas y telefónicas. Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bomberos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada.

Y fuera de mi espacio de confort todo son máquinas errantes, vagabundas, moviéndose de un lado a otro sin propósito aparente. Aunque a fin de cuentas las máquinas, el televisor sobre todo,  forman parte de mi vida y, más determinante aún, de mis obsesiones circulares.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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