Luis Herrera Estrella, investigador de Langebio

Luis Herrera Estrella, investigador de Langebio


La reticencia a los alimentos transgénicos, “creo que es una mezcla de factores de tipo sentimental y de tipo político, más que una cuestión técnica. Muchos estudios han mostrado que los alimentos transgénicos son iguales que los tradicionales, ni mejores ni peores”, afirma el científico mexicano Luis Herrera Estrella, pionero de la modificación genética en plantas. Después matiza: “En algunos casos son mejores, porque si evitamos el uso de pesticidas o el uso de herbicidas, el alimento va a estar menos contaminado que uno tradicional”.

Herrera Estrella ofreció la conferencia inaugural del Congreso Anual de Biotecnología, BAC 2015, que reúne a más de 400 participantes de Europa y Latinoamérica y ahí refirió que «no hay ninguna diferencia entre un alimento tradicional y un alimento modificado genéticamente”, lo cual se demostró con un estudio de la Comisión Europea, que realizó análisis de 25 años de investigaciones que supusieron una inversión de 700 millones de euros, con la participación de 300 grupos de investigación europeos.

Por lo tanto, añadió, quedan descartados los argumentos pseudocientíficos que relacionan los alimentos transgénicos con cáncer o malformaciones congénitas. “No hay ninguna evidencia de que causen daños a la salud”, sentencia.

La objeción sentimental alude a la impresión de que algunas empresas quieren imponer el consumo de alimentos transgénicos y no dan alternativas al consumidor. Desde el punto de vista político, las críticas llegan de quienes se oponen a los monopolios. “Efectivamente, dos o tres empresas controlan la producción de semillas genéticamente modificadas en el mundo”, reconoce. Sin embargo, precisamente las posiciones en contra de los transgénicos favorecen los monopolios: “Cuanto más estrictas son las regulaciones para aprobar los productos que salen al mercado, más costoso es su desarrollo. Se calcula que comercializar un producto genéticamente modificado cuesta entre 50 y 70 millones de dólares, así que no hay institución pública o empresa pequeña capaz de hacerlo”, agrega.

Además, el científico mexicano denuncia cierta hipocresía por parte de Europa, que no quiere producir estos alimentos pero no puede evitar consumirlos. “Toda la soja que se emplea aquí para alimentar el ganado o producir aceite y proteínas viene de Estados Unidos, Argentina o Brasil, los grandes productores”, advierte.

En su opinión, esta posición debería cambiar porque “en el futuro necesitamos aumentar la producción de alimentos y reducir el impacto ambiental de la agricultura y tenemos que hacerlo cultivando la misma superficie cultivable, así que tenemos que echar mano no solo de los transgénicos, sino de todas las tecnologías posibles”.
Editar los genomas
Por ejemplo, el avance de la genómica permite elaborar nuevas estrategias dentro del mejoramiento tradicional de los cultivos, pero apoyándose en datos que permiten una mayor precisión y trabajar con más variedades. Una de estas posibilidades, “la edición de genomas”, explica, permite modificar las plantas sin introducir genes externos.

“Podemos modificar las instrucciones que están en el genoma para que se adquieran alelos que vienen de otras especies o de parientes silvestres del cultivo, se trata de alteraciones que pueden producirse de manera natural porque son mutaciones como cualquier otra, eso no tendría que objetarse de ninguna manera, pero los movimientos antitransgénicos también empiezan a criticar la edición de genomas como un proceso antinatural”, comenta.

Ante esta situación, cree que el problema es la “falta de información de la sociedad en general” y un problema de decisión de los políticos europeos, que temen un desgaste público con respecto a un ámbito científico tan específico como la modificación genética de las plantas. Curiosamente, advierte Herrera Estrella, no existe oposición ante otro tipo de modificaciones genéticas de organismos que hacen posible las vacunas, la insulina o la hormona de crecimiento, ampliamente utilizadas en favor de la salud de la población europea.

Pionero
En la actualidad, Luis Herrera Estrella trabaja en México en el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio), dentro del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), pero su gran aportación a la ciencia se produjo en Bélgica a comienzos de los años 80, cuando formó parte del equipo que generó por primera vez plantas modificadas genéticamente en el mundo. La Universidad de Gante contaba con el laboratorio más avanzado en este campo y estaba desarrollando una técnica para hacerlo posible: una bacteria (Agrobacterium tumefaciens) era capaz de introducir genes en las plantas.

Los científicos, liderados por Marc Van Montagu, se plantearon introducir genes específicos para conferir una mayor resistencia a los cultivos frente a sustancias tóxicas y, de esta forma, lograr una mejora en la producción agrícola. Comenzaba así una gran revolución en la agricultura mundial.

A pesar de su éxito internacional, Luis Herrera Estrella decidió volver a México para producir variedades transgénicas resistentes a las bacterias patógenas. Por eso, se ha centrado en secuenciar el genoma de diversos cultivos de interés agronómico, como el maíz, y en realizar modificaciones en su genoma para dotarlos de mejores cualidades.

El fosfito como fertilizante

A partir de ahí, ha investigado cuestiones como las que ha explicado en su conferencia, también relacionadas con la modificación genética de las plantas, pero desde perspectivas diferentes. Una de ellas es la introducción de un nuevo tipo de fertilizante, similar al fosfato, pero con una composición química distinta que le confiere propiedades diferentes: el fosfito.

“Tiene una serie de ventajas químicas, no reacciona con los componentes del suelo, no se lo comen los microorganismos y, por lo tanto, podría estar disponible al 100% para que lo usen las plantas”, asegura. Sin embargo, los cultivos no pueden asimilar el fosfito como fuente de fósforo, así que su equipo de investigación ha buscado microorganismos en todo el mundo hasta dar con uno que puede resolver el problema. “Es capaz de convertir una molécula en nutriente, así que hemos tomado el gen de esa bacteria que lo hace posible y lo hemos introducido en las plantas. Ahora, estas plantas modificadas asimilan el fosfito como fertilizante y son más competitivas que los microorganismos y las malezas”, explica.

Como el fosfito no reacciona con los componentes del suelo ni es devorado por las bacterias, se puede reducir entre un 50 y un 70% la cantidad de fertilizante necesario. Además, las malezas no pueden utilizar el fosfito como fuente de fósforo, de manera que no crecen y no es necesario que el agricultor emplee herbicidas contra ellas. De esta forma, “reduces costes agrícolas, disminuyes la emisión de gases de efecto invernadero en la producción de los químicos y en su aplicación y obtienes un beneficio para el medio ambiente y la salud humana al no utilizar tantos agroquímicos”.

El secreto de las semillas

Otra de sus líneas de investigación es “uno de los procesos más fascinantes que existe en la biología de las plantas”, la tolerancia a la desecación. “Una semilla puede sobrevivir durante miles de años sin perder su viabilidad. El embrión que se encuentra en la semilla se mantiene durante décadas, siglos o milenios y cuando llega el agua germina y revive. Esto significa que hay un mecanismo en las semillas que les permite tolerar la sequía, protegerse del daño que les causa y mantener viables las estructuras celulares para germinar cuando llega el agua”, afirma.

Este mecanismo inicialmente surgió cuando las plantas acuáticas conquistaron la tierra. En las zonas terrestres se enfrentaron a la sequía y comenzaron a adquirir tolerancia. El mecanismo pasó a las semillas y se perfeccionó.

“Eso ha permitido que las plantas angiospermas, las que tienen semillas, conquisten todos los nichos ecológicos del mundo, así que nosotros estamos estudiando cómo se regulan todos los procesos involucrados en la tolerancia a la desecación para entender cuáles son los componentes que regulan la adaptación. Si lo comprendemos, podemos trasladarlo a los cultivos y conferirles una tolerancia a la sequía”, señala el investigador mexicano, que asegura haber logrado grandes avances “verdaderamente importantes” en este desafío.

Los comentarios están cerrados.