Con el inicio del colonialismo en América comienza no sólo la organización

colonial del mundo sino –simultáneamente- la constitución colonial

de los saberes, de los lenguajes, de la memoria y del imaginario.

E. Lander 

Latinoamérica es un continente en guerra, una guerra que se libra sobre todo en la mente del hombre. Sabido es que la guerra es la continuación de la política por otros medios; y en el dominio de lo político –es decir, en las formas y el quehacer políticos- se expresan los intereses económicos de las distintas clases sociales, la lucha de clases. Esta lucha, este conflicto de intereses, se manifiesta no solamente en las esferas económica y política, sino que también se transfiere a lo ideológico y lo cultural. Es por eso que puede afirmarse que hay una guerra –derivada de los antagonismos de clase- que se libra en la mente de los hombres y mujeres que poblamos el territorio latinoamericano.

            Para esclarecer lo aquí expuesto, hagamos algunas consideraciones preliminares. El proceso de colonización de Mesoamérica fue un proceso desigual, contradictorio, que gestó nuevas realidades: sociedades emergentes sobre los despojos de los pueblos conquistados, nuevas identidades –América y Europa- y las distinciones de raza que hasta entonces no existían, así como nuevas formas de pensar el mundo; proporcionando las condiciones materiales que posibilitaron la consolidación y posterior desarrollo del capitalismo el cual, desde su origen, tiende a la expansión mundial.

Ahora bien, resulta importante considerar la violencia con que se impone el proceso de colonización –sin solución de continuidad hasta el presente- para comprender la forma en que la ciencia moderna se implanta y se practica  en nuestro suelo, puesto que la colonización no se reduce a los aspectos político y económico,  sino que determina también la formación de una cultura colonial -o colonizada- conducente a una “colonialidad del saber”. Se conquistan territorios, se somete a las poblaciones con el arcabuz y con la espada, se explotan y saquean los recursos naturales; pero también es imprescindible  ¨conquistar las almas¨ de los aborígenes; es decir, resulta necesario colonizar la mente del conquistado para que su sumisión sea completa. Y esta colonización de la conciencia y del saber se realiza, también, no sin cierto grado de violencia.

El proceso de colonización de América fue uno de los momentos constitutivos del mundo moderno, en el sentido de que fue elemento esencial en la constitución del sistema mundo (según el término empleado por Wallerstein) bajo el signo del capital. El mismo capitalismo no hubiese podido consolidarse ni extenderse como patrón de dominación planetaria sin la explotación colonial que se extiende hasta nuestros días, oculta bajo el eufemismo de globalización. Pues -como dice Aníbal Quijano- la globalización en curso es, en primer término, la culminación de un proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial, lo cual implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico.

El resultado de la historia del poder colonial tuvo dos implicaciones decisivas: (a) todos aquellos pueblos fueron despojados de sus propias y singulares identidades; y (b) su nueva identidad racial, colonial y negativa, implicaba el despojo de su lugar en la historia de la producción cultural de la humanidad. En adelante no serían sino razas inferiores, capaces sólo de producir culturas inferiores. El patrón de poder fundado en la colonialidad implicaba también un patrón cognitivo, una nueva perspectiva de conocimiento dentro de la cual lo no-europeo era el pasado y de ese modo inferior, siempre primitivo. (A. Quijano: Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina; en E. Lander (ed.): La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales.)

Entonces, según considero, no puede entenderse la forma en que la ciencia –la investigación científica, en sentido moderno- se ha establecido en tierras mexicanas y el modo en que actualmente se practica, sin atender a la historia colonial de México y a sus implicaciones presentes en cuanto a las formas que revisten la colonialidad del poder y la colonialidad del saber.

            Siguiendo a Lander, y dada la actual constitución neocolonial (imperialista) del mundo, puede observarse que ésta se manifiesta también en una (neo) colonialidad de los saberes, específicamente del saber científico. Bajo esta premisa, podemos afirmar que la lucha de clases también tiene lugar en la arena de la investigación científica y, en consecuencia, los científicos estamos obligados a tomar una posición al respecto: ciencia para el capital o ciencia para el bienestar humano. Aunque es menester precisar que este deslinde no se reduce exclusivamente al “uso” de la ciencia y la técnica, sino que se extiende a las premisas filosóficas y epistémicas de las que parte la investigación científica, y a las formas mismas –marcos teóricos y metodología- con que se obtiene y se codifica el saber científico.  

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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