Las piedras callan porque no se atreven a confesar su amor a las flores…

los hombres en conserva viendo las agujas del reloj de níquel como las sardinas.

L. Cardoza, en Pequeña sinfonía del nuevo mundo

Durante varios siglos la expansión del capitalismo ha estado acompañada por una evolución paralela de la ciencia y la tecnología, evolución condicionada desde el principio por la dinámica de la acumulación de capital. Al presente, la tecnología es algo más que procedimientos y objetos técnicos, forma un todo complejo con la ciencia y resulta difícil trazar una frontera clara entre estas dos formas del quehacer humano.

Ciencia y técnica han sido  vistas como instrumentos de los cuales el hombre se vale para conocer y transformar la naturaleza; desde esta perspectiva, ciencia y técnica son neutrales y objetivas en el sentido de que no pueden calificarse de buenas o malas intrínsecamente y, por tanto, el problema se reduce a determinar en manos de quien está su control.

     Si acaso llegan a señalarse algunos efectos negativos de la práctica científica y tecnológica, se piensa que ésta misma podría neutralizar o contrarrestar dichos efectos.

      La situación cambió radicalmente durante el siglo veinte, sobre todo después de Hiroshima y Nagasaki. No tan sólo  hombres de ciencia de la talla de L. Zsilard y R. Oppenheimer -constructores de la primera bomba atómica-, sino ciudadanos comunes y corrientes comenzaron a vislumbrar que ciencia y técnica encierran un potencial destructivo de tal dimensión que puede conducir al aniquilamiento de la especie humana.

     Un par de décadas después de concluida la Segunda Guerra Mundial, la situación se complica al volverse patentes muchos otros graves problemas que resultan de la aplicación masiva e indiscriminada de ciertas tecnologías. En 1962 se publica el libro Silent Spring, de Rachel Carson, en donde se describen los riesgos asociados a insecticidas como el DDT.  A partir de entonces, se empieza a cobrar conciencia de los usos perjudiciales de diversas tecnologías y a cuestionar su neutralidad política, social y económica. De ahí en adelante la historia es conocida: la contaminación atmosférica por hidrocarburos y otras partículas, cuyo efecto global puede ser desastroso para muchas regiones del mundo dentro de algunos años; la manipulación genética en todo tipo de seres vivos que conduciría a la producción de organismos cuya introducción en un ecosistema tendría efectos en la biodiversidad y la salud humana casi imposibles de predecir; la producción incesante de desechos tóxicos de todo tipo que contaminan tierra y agua, cuya degradación puede tardar cientos de años; el radical cambio en las formas de vida y la forma de ver el mundo que el uso extendido y acelerado de las computadoras y las telecomunicaciones inducen; los experimentos que se llevan a cabo para integrar microcircuitos electrónicos con tejido cerebral,  que puede dar origen a máquinas \’superinteligentes\’ con consecuencias inimaginables para la vida humana.

En su libro, Breve historia del tiempo, S. Hawking precisa que una singularidad es un punto del espacio-tiempo donde la curvatura del mismo se vuelve infinita (¿?). En tales términos, un hoyo negro es una singularidad y el punto en que se produjo el Big Bang, la “gran explosión” que dio origen al universo, lo es también.

Hay filósofos y científicos que amplían el sentido del término y así, en las últimas dos décadas, se ha dado por hablar de una supuesta “singularidad tecnológica”, término que designaría el momento en un futuro no muy lejano –unos treinta años- en que se daría un salto cualitativo en el desarrollo tecnológico, dando origen a computadoras superinteligentes y conscientes. Máquinas –si es que siguieran llamándose así- que superarían y se impondrían a los hombres. Dichos pensadores, como Vernon Vinge del departamento de matemáticas de la Universidad de San Diego en California, sostienen que en ese momento la era humana habrá terminado dando lugar a una nueva especie.

Al respecto, Javier Sicilia advierte: “…el sistema tecnológico, que se desarrolló espectacularmente en los últimos 30 años, aparta de manera radical a la humanidad contemporánea de todas las humanidades anteriores”. Hay que tomar muy en cuenta esta consideración, pues estas posibilidades que parecen temas de  ficción científica son, no obstante, muy reales y deben tomarse en serio.

¿Por qué habrían de preocuparnos temas tan abstrusos a nosotros, habitantes de las regiones periféricas empobrecidas del sistema-mundo?

Deben preocuparnos temas como el de la “singularidad tecnológica” porque estamos a tiempo para considerar la dirección en que podría orientarse nuestro desarrollo científico y tecnológico.

¿Debemos dejarlo a merced de las “fuerzas del mercado”, que no son otra cosa que la expresión de los intereses de la clase dominante a nivel planetario? ¿O necesitamos dirigir el desarrollo tecno-científico hacia la satisfacción de necesidades sociales básicas, comunes a cada uno de los hombres y mujeres que poblamos el planeta?

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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