Neurociencia para vivir en paz

Jill Bolte Taylor sosteniendo un cerebro humano


Genaro A. Coria-Avila
Investigador del Centro de Investigaciones Cerebrales de la Universidad Veracruzana

Uno de los videos difundidos a través de YouTube que más enseñanzas me ha dejado como neurocientífico es la historia que Jill Bolte Taylor narra acerca de un derrame cerebral que sufrió años atrás. Según explica en el video la propia Jill, cuando este acontecimiento ocurrió, su vida estaba dedicada al estudio del cerebro y se desempeñaba como neuroanatomista en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Un interés que muy probablemente nació a temprana edad, al crecer junto a su hermano diagnosticado con esquizofrenia.
Jill, como solemos hacerlo todos nosotros, vivía en la realidad compartida que nuestros sentidos nos dictan, donde lo que ves, escuchas o hueles es lo que crees que sucede en realidad. Pero su hermano no, pues la esquizofrenia lleva a los pacientes a experimentar “otra realidad”, llena de alucinaciones, totalmente diferente a la realidad común.
Como investigadora del Departamento de Psiquiatría, Jill pasaba sus días estudiando enfermedades mentales severas, tratando de entender las diferencias biológicas entre los cerebros de individuos normales y aquéllos que son diagnosticados con esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo o trastorno bipolar. Se consideraba una académica exitosa y estaba orgullosa de contar con un amplio conocimiento del cerebro. No obstante; su vida personal y profesional, estaba a punto de cambiar drásticamente.
La mañana del 10 de diciembre de 1996, Jill despertó para descubrir que estaba sufriendo un trastorno cerebral en carne propia. Un vaso sanguíneo explotó en la mitad izquierda de su cerebro y, en el transcurso de cuatro horas, observó cómo su cerebro se deterioraba, disminuyendo alarmantemente su capacidad de procesar todo tipo de información. El mismo día que sufrió esta hemorragia, dejó de caminar, hablar, leer y escribir y no pudo recordar nada más de su vida. Era como un bebé atrapado en el cuerpo de una mujer.

El cerebro como una computadora

Neurociencia para vivir en pazEl cerebro se divide en dos hemisferios, el derecho y el izquierdo, y están completamente separados entre sí. La parte más externa de cada hemisferio se aprecia arrugada, y es donde yace la mayor parte de las neuronas que, interconectadas, hacen del cerebro el órgano más complejo del Universo. Ambos hemisferios tienen una parte frontal cuya función principal es el pensamiento. Según la analogía que Jill Taylor hace entre cerebros y computadoras, el hemisferio derecho funciona como un procesador conectado en paralelo, mientras que el hemisferio izquierdo funciona como un procesador en serie. Los dos hemisferios se comunican entre sí, pero sólo ocurre a través del cuerpo calloso, que se compone de unos 300 millones de fibras axónicas. Aparte de eso, los dos hemisferios están completamente separados. Cada lado procesa información de manera diferente, piensa y se interesa en cosas distintas y quizá hasta podrían tener personalidades muy diferentes.
Nuestro hemisferio derecho se ocupa únicamente del momento presente. Solamente trata con el aquí y el ahora. Piensa en imágenes y aprende cinestésicamente, mediante el movimiento de nuestros cuerpos. La información entra simultáneamente a través de todos nuestros sistemas sensoriales y entonces pareciera formar un enorme collage de sensaciones que surgen de lo que se mira en este momento, del gusto y del sabor de este momento, del cómo se siente y del cómo se escucha. El hemisferio derecho se encarga de indicarnos que somos seres conectados a todo lo que está a nuestro alrededor mediante la conciencia percibida por él mismo. En palabras de Jill: “somos seres de energía conectados entre sí mediante la conciencia de nuestros hemisferios derechos como una sola familia humana. Y aquí y ahora somos hermanos y hermanas en este planeta, para hacer del mundo un lugar mejor. Y en ese momento somos perfectos, completos y hermosos”.
El hemisferio izquierdo es un lugar muy diferente. Éste piensa de manera lineal y metódica. Se ocupa sólo del pasado y del futuro. Está diseñado para tomar ese enorme collage del momento presente y escoger detalles y más detalles de esos detalles. Entonces categoriza, organiza toda esa información, la asocia con todo lo que hemos aprendido en el pasado y la proyecta hacia el futuro prediciendo todas nuestras posibilidades. El hemisferio izquierdo piensa utilizando el lenguaje. Es ese diálogo cerebral continuo que conecta nuestro mundo interno con nuestro mundo externo. Es esa vocecita que nos dice: “Oye, tienes que acordarte de comprar plátanos camino a casa. Los necesito por la mañana”. Es esa inteligencia calculadora que nos recuerda cuándo tengo que lavar la ropa. El hemisferio izquierdo es especialista en decir: Yo soy, y en el momento en que lo dice, nos separamos del todo, nos convertimos en un individuo separado del flujo de energía alrededor y separado de los demás. Y fue justo el hemisferio izquierdo el que quedó inhabilitado con el derrame cerebral de Jill.
Dominando el cerebroEn la mañana del día que sufrió el derrame cerebral, Jill despertó con un dolor pulsante atrás de su ojo izquierdo. Un tipo de dolor cáustico, como el que da al morder helado. Dolía y desaparecía. Pese a ello, dio inicio a su rutina. Se levantó y comenzó a hacer ejercicio cardiovascular. De repente, notó que sus manos parecían más bien garras primitivas asiéndose de la barra. Y pensó que eso era muy raro. Bajó la vista hacia su cuerpo y pensó que se veía como una cosa extraña. Como si ella pudiera observarse desde fuera de su cuerpo. Todo era muy extraño y el dolor de cabeza se ponía cada vez peor. Al bajarse del aparato de ejercicios y caminar notó una lentitud en su cuerpo. Cada paso era muy rígido. No había fluidez en su andar y su percepción parecía restringida. Cuando entró al baño pudo oir el diálogo dentro de su cuerpo, como si alguien ordenara a su músculos que se debían mover o relajar. Ahí perdió el equilibrio y quedó apoyada contra la pared. Al mirar su brazo ya no podía definir los límites de su cuerpo. No podía definir dónde comenzaba y dónde terminaba. Parecía como si los átomos y las moléculas de su brazo se mezclaran con los átomos y las moléculas de la pared. Al parecer, sólo podía detectar lo que ella llamó energía pura. El diálogo cerebral interior con su hemisferio izquierdo quedó totalmente en silencio. Igual que cuando agarras el control remoto y oprimes mute. Silencio total. Al principio le sorprendió encontrar a su mente totalmente en silencio, pero de inmediato quedó cautivada por la magnificencia de la energía que ella sintió a su alrededor. Al no identificar los límites de su cuerpo se sentía enorme y expansiva. Unida a toda la energía que había y fue hermoso. De repente su hemisferio izquierdo volvió a ponerse en línea y una sensación de alarma la invadió, como si escuchara a alguien decirle: —¡tenemos un problema, debemos hacer algo y conseguir ayuda!—. Eso la hizo pensar en que debía hacer algo para comunicarse y pedir auxilio, pero antes de que pudiera hacer algo quedó nuevamente cautivada por la sensación de su nueva conciencia, lo que ella después denominó como “Lalaland”. Imaginen lo que sería estar totalmente desconectados de nuestro diálogo cerebral, lo que te conecta con el mundo exterior. En Lalaland no existían pensamientos del trabajo, ni del estrés relacionado. Eso había desaparecido. Parecía como si se sintiera más ligera, como si todas las relaciones con el mundo exterior y lo estresante de ellas hubiera desaparecido súbitamente. Tuvo un sentimiento de paz que nunca antes había experimentado. Imaginen lo que sería perder 37 años de carga emocional. Se sintío eufórica, y sintió que todo eso era hermoso. De repente, su hemisferio izquierdo volvió a estar en línea y dijo: —¡oye, tienes que poner atención, debemos conseguir ayuda! Trató de concentrarse y al salir de la ducha se vistió mecánicamente y caminó por el apartamento pensando que debía irse a trabajar. Pensó si podía conducir, pero también notó que su brazo derecho estaba totalmente paralizado. Fue ahí donde se dió cuenta que estaba teniendo un derrame cerebral. Por un instante su pasión neurocientífica la hizo alegrarse porque sabía que muy pocos científicos del cerebro tienen la oportunidad de estudiar su cerebro desde dentro. Inmediatamente reaccionó y pensó que no tenía tiempo para un derrame, ¡ella era una mujer muy ocupada!
Búsqueda de tumores en el cerebroVolvió a pensar en pedir ayuda y decidió llamar al trabajo. No pudo recordar el número telefónico, pero recordó que en su oficina tenía una tarjeta de presentación que podía buscar para llamar. Así que fue a su despacho y sacó una pila de siete centímetros de tarjetas de presentación. En su mente sabía exactamente cómo era la tarjeta que buscaba; no obstante, en ese momento no era capaz de decir si alguna de las que estaba viendo era la que necesitaba. Solo podía ver pixeles, mezclados con el fondo y con símbolos, simplemente no podía distinguir con claridad lo que intentaba reconocer. Esperó a que llegara un momento de claridad cerebral y se reconectó a la realidad exterior. Así pudo decidir si entre las tarjetas que veía estaba o no la que buscaba. Le llevó 45 minutos bajar dos centímetros a la pila de tarjetas. En ese tiempo la hemorragia se volvió más grande en su hemisferio izquierdo. Ya no entendía los números, ya no entendía el teléfono, aunque ése era el único plan que tenía. Así que tomó el teléfono y lo colocó a su lado, luego, tomó la tarjeta y fue comparando la forma de los garabatos de ésta con la forma de los garabatos en el teléfono. Intermitentemente regresaba a Lalaland y, al regresar, no recordaba si ya había marcado esos números.
Tuvo que utilizar su brazo paralizado para cubrir los números conforme los marcaba, de esta manera sabía que ese número ya había sido marcado. Eventualmente, marcó todo el número. Cuando su colega en el trabajo contestó la llamada, Jill creyó escuchar ladrar a un perro golden retriever. Aún así, ella respondió diciendo que era Jill, pero su voz la escuchó también como ladridos. Supo que ya no podía hablar ni entender el lenguaje. Su colega captó la emergencia y envió una ambulancia.
De viaje hacia el hospital Jill se encogió en posición fetal e igual que un globo con su último soplo de aire saliéndose, sintió su energía marcharse, sintió su espíritu rendirse. En ese momento supo que ya no era la coreógrafa de su vida. O los médicos rescataban su cuerpo y le daban una segunda oportunidad de vivir, o quizá éste era su momento de transición.
Cuando despertó después esa tarde le sorprendió descubrir que seguía viva. Al sentir que su espíritu se rendía se había despedido de su vida, y su mente ahora se suspendía entre dos planos de realidad muy opuestos. Los estímulos que ingresaban a través de sus sentidos se sentían como dolor puro. La luz hacía arder su cerebro y los sonidos eran tan fuertes y caóticos que no podía distinguir a una voz del fondo y sólo quería escaparse. Como no podía identificar la posición de su cuerpo en el espacio se sentía enorme y expansiva, como un genio recién liberado de su botella. Y su espíritu se remontaba libre como una gran ballena, deslizandose por un mar de euforia silenciosa. Pensó que había encontrado el Nirvana. Por un momento pensó que no había forma de que nuevamente pudiera comprimir la enormidad de su ser dentro de ese cuerpecito diminuto. Pero entonces captaba que seguía viva y que se sentía en el Nirvana. Pensó que todos quienes estén vivos podrían encontrarlo también . Imaginó un mundo lleno de personas hermosas, apacibles, compasivas, amorosas, que supieran que existe ese espacio en cualquier momento y que pudieran elegir deliberadamente cruzar hacia la derecha del hemisferio y encontrar esa paz. Se dio cuenta qué enorme regalo esta experiencia podía ser. Un derrame cerebral se convertía en un derrame de iluminación para entender cómo vivimos nuestras vidas.
Dos semanas y media después de la hemorragia los neurocirujanos la habían operado y sacaron un coágulo de sangre del tamaño de una pelota de golf, que presionaba sus centros de lenguaje. Después de ocho años se recuperó por completo.
¿Quiénes somos?, pregunta Jill. Somos la energía-fuerza vital del Universo con habilidad manual y dos mentes cognitivas, y tenemos el poder de elegir a cada momento quiénes y cómo queremos ser en el mundo. Aquí y ahora podemos cruzar hacia la conciencia del hemisferio derecho, donde somos la energía-fuerza vital del Universo o podemos cruzar hacia la conciencia del hemisferio izquierdo, donde nos convertimos en individuos separados, sólidos, apartados del flujo, desconectados uno del otro. ¿Cuál eligirías? y ¿cuándo? Al igual que Jill Bolte Taylor creo que esta idea vale la pena ser compartida.

Reflexión a partir del video original TED: ideas worth spreading

Los comentarios están cerrados.