Simone Weil, nace el 3 de febrero de 1909 en París, de familia judía, intelectual y laica: su padre era un médico famoso y su hermano mayor, André, es un matemático brillante y precoz.
En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, en abril de 1943 se le diagnóstica tuberculosis y debe ser hospitalizada en Ashfor, Inglaterra, donde a pesar de estar fuera de la influencia nazi, se niega a consumir más alimentos que sus compatriotas franceses reciben bajo la ocupación nazi. Muere el 24 de agosto de 1943.
Sus estudios apasionados -y críticos- de la doctrina marxista le acarrean notoriedad, y a los 23 años es «transferida» del Liceo de Roanne por encabezar a una demostración de obreros desempleados.
Un diario conservador la apoda «la virgen roja», por su extraña combinación de preocupaciones por la situación social y por la pureza y la verdad. Conoce a Trotzky, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y la doctrina marxista.
Para conocer la condición obrera y los efectos psicológicos del trabajo en la industria pesada, se empleó en 1934-35 en una fábrica de automóviles Renault, donde observó el efecto espiritualmente aniquilador de las máquinas sobre sus compañeros de trabajo. «Allí recibí la marca del esclavo», asentaría posteriormente.
Se acrecientan sus sufrimientos físicos (sinusitis crónica), y sus padres la llevan a Portugal, en unas breves vacaciones, para intentar recuperar su salud perdida. Allí presencia un procesión católica popular, en una aldea pobre, un noche a orillas del mar; «tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no podían dejar de seguirla…y yo entre ellos».
Después de un breve retorno a la docencia, en 1936 participa en la Guerra Civil Española, junto a grupos anarquistas. Un accidente la obliga a volver a Francia. De la guerra, le queda el sentimiento de horror por la brutalidad y el desprecio por la verdad y el bien, por ambas partes.
En 1937 visita Italia, y en una capilla de Asís se siente impulsada a arrodillarse, por primera vez en su vida.
Su salud empeora, tiene dolores de cabezas agudos y continuos. En la pascua de 1938 asiste a los oficios religiosos en la abadía de Solesmes. El cristianismo ocupa un lugar preponderante en sus pensamientos; tiene alguna experiencia mística, a la que prefiere resistir; se niega a rezar, o a considerar siquiera «la cuestión del bautismo». Encuentra resonancias cristianas en Homero, Platón, el Bhagavat-Gita.
Durante la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación de Francia, cooperó con la Resistencia francesa desde Londres a partir de 1942. Judía de nacimiento, se convirtió al catolicismo en la década de 1940, pero no queriendo adjurar de su condición de judía, en tiempos de la feroz persecución antisemita, no quiso recibir el bautismo.
En sus obras publicadas póstumamente, entre las que se cuentan: “La torpeza y la gracia” (1947), “La raíz primera” (1949), “Espera de Dios” (1950) y “Cuadernos” (3 vol., 1951-56), y “Oeuvre complètes” (1988).explora su propia vida religiosa y analiza la relación del individuo con el Estado y con Dios, las limitaciones espirituales de la sociedad industrial moderna y los horrores del totalitarismo.
El siguiente aforismo suyo refleja los tremas principales de su reflexión: “Dos fuerzas reinan en el universo: la luz y la gravedad” (la pesantez, La lux es lo sobrenatural, la gracia; la pesantez es la naturaleza). La otra temática de sus meditaciones es lo que ella llama los “motivos griego” contra los “motivos romanos” lo que la filósofa entendía como la cantidad contra la organización, la mística contra la práctica”.
Desde entonces, Simone Weil ha atraído la atención de muchísimos literatos, filósofos, teólogos y sociólogos. Intelectuales como Albert Camus y T. S. Eliot le profesaron una enorme admiración. Su lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual constituyen una combinación rara, e inolvidable para todos los lectores, de diversas tendencias de pensamiento, que han se han alimentado de su obra.