Xenophilius Lovegood (Rhys Ifans) busando salir de su casa

Xenophilius Lovegood (Rhys Ifans) busando salir de su casa


Harry estaba sangrando. Agarrándose la mano derecha con la izquierda y jurando por lo bajo, abrió la puerta de su dormitorio con el hombro. Hubo un crujido de porcelana rota. Había pisado una taza de te frío que yacía sobre el suelo fuera de la puerta de su dormitorio.

-Que dem…

Miró a su alrededor, el descansillo del número cuatro de Privet Drive, estaba desierto. Posiblemente la taza de te fuera la idea que tenía Dudley de lo que sería una hábil trampa cazabobos. Manteniendo la mano sangrante elevada, Harry reunió los fragmentos de la taza con la otra mano y los tiró dentro de la ya repleta papelera que apenas se veía dentro del dormitorio. Luego con fuertes pisadas fue hacia el baño para poner el dedo debajo del grifo.

Era estúpido, inconveniente e irritante más allá de lo creíble que todavía le faltaran cuatro días para poder hacer magia… pero tenía que admitir ante si mismo que ese sinuoso corte en el dedo podría haberlo derrotado. Nunca había aprendido a curar heridas, y ahora que pensaba en ello – particularmente a la luz de sus planes inmediatos- este parecía un serio fallo en su educación mágica. Haciendo una nota mental de pedirle a Hermione que le enseñara a hacerlo, uso un gran puñado de papel higiénico para limpiar tanto té como pudo, antes de volver al dormitorio y cerrar la puerta de un golpe tras de sí.

Harry había pasado la mañana vaciando completamente el baúl del colegio por primera vez desde que lo había empacado seis años atrás, desde comienzo de los años de internado escolar, hasta ahora apenas había tocado las tres cuartas partes superiores y las había reemplazado o renovado, dejando una capa de restos varios en el fondo, viejas plumas, ojos de escarabajo disecados, calcetines sueltos que ya no le servían. Minutos antes Harry había hundido la mano en esa porquería, experimentando un dolor punzante en el cuarto dedo de la mano derecha y al sacarla había visto un montón de sangre.

Ahora procedió con algo más de cuidado. Arrodillándose junto al baúl, tanteó el fondo y después de retirar una vieja insignia que cambiaba débilmente entre “Apoyen a CEDRIC DIGGORY y POTTER APESTA”, un resquebrajado y gastado chivatoscopio y un relicario de oro dentro del cual una nota firmada R.A.B había estado escondida, finalmente descubrió el borde afilado que había causado el daño. Lo reconoció enseguida. Era un fragmento de dos pulgadas de largo del espejo encantado que su padrino, ahora muerto, Sirius, le había dado. Harry lo dejo a un lado y tanteó cautamente en el baúl buscando el resto, pero no quedaba nada más del último regalo de su padrino salvo vidrio pulverizado que se adhería como arena brillante a la capa más profunda de restos.

Harry se sentó derecho y examinó el mellado pedazo con el que se había cortado, sin ver nada más que sus propios brillantes ojos verdes reflejados en él. Luego puso el fragmento sobre El Profeta de esa mañana, que descansaba sobre la cama sin leer, e intentó contener el repentino flujo de amargos recuerdos, las puñaladas de añoranza y nostalgia que el descubrimiento del espejo roto habían ocasionado, atacando el resto de la basura que había en el baúl.

Le llevó otra hora vaciarlo completamente, tirar las cosas inútiles y clasificar las restantes en pilas de acuerdo a si iba a necesitarlas o no a partir de ahora. Los uniformes del colegio y de Quidditch, el caldero, pergaminos, plumas y la mayoría de los libros de texto fueron apilados en una esquina, para ser dejados atrás. Se preguntaba que harían su tía y su tío con ellos; probablemente quemarlos a altas horas de la noche como si fueran las pruebas de algún horrendo crimen. Su ropa muggle, la capa de invisibilidad, el equipo para fabricar pociones, algunos libros, el álbum de fotos que Hagrid le había obsequiado una vez, un puñado de cartas y su varita habían sido empacadas nuevamente en una vieja mochila. En un bolsillo delantero coloco el mapa del merodeador y el relicario con la nota firmada R.A.B. Al relicario le había otorgado ese lugar de honor no debido a su valor –era inútil en todos los sentidos prácticos- sino debido a lo que había costado obtenerlo.

Esto dejaba un considerable fajo de periódicos sobre el escritorio, al lado de su nevada lechuza, Hedwig. Uno por cada día que había pasado en Privet Drive ese verano.

Se levantó del suelo, se estiró y cruzó la habitación hacia el escritorio.

Hedwig no hizo ni un movimiento cuando empezó a hojear los periódicos, tirándolos a la pila de basura uno por uno. La lechuza estaba dormida, o lo fingía, estaba enfadada con Harry por la limitada cantidad de tiempo que en ese momento se le permitía pasar fuera de la jaula.

Mientras se acercaba al fondo de la pila de periódicos, Harry aminoró la velocidad, buscando un ejemplar en particular que sabía que había llegado poco después de haber llegado él a Privet Drive a pasar el verano; recordaba que en la primera página había habido una pequeña mención sobre la renuncia de Charity Burbage, la profesora de Estudios Muggles de Hogwarts. Al final lo encontró. Yendo a la página diez se hundió en la silla del escritorio y releyó el artículo que había estado buscando. Albus Dumbledore Recordado

Por Elphias Dodge. Conocí a Albus Dumbledore a la edad de once años en nuestro primer día en Hogwarts. Nuestra mutua atracción se debió sin duda al hecho de que ambos nos sentíamos forasteros. Yo por mi parte había contraído fiebre del dragón poco antes de llegar al colegio, y aunque ya no era contagioso, mi rostro picado y el tinte verdoso no alentaban a muchos a que se me acercaran. Por su parte Albus había llegado a Hogwarts con la carga de la no deseada notoriedad. Apenas un año antes su padre Percival había sido apresado por un salvaje y bien publicitado ataque contra tres jóvenes Muggles.

Albus nunca intentó negar que su padre (que murió en Azkaban) hubiera cometido ese crimen, al contrario, cuando reuní valor para preguntarle me aseguró que sabía que su padre era culpable. Aparte de eso, Dumbledore se negaba a hablar del triste asunto, aunque muchos trataron de que lo hiciera. Algunos, incluso, estaban dispuestos a alabar la acción de su padre y asumieron que también Albus era enemigo de los muggles. No podían haber estado más equivocados: ya que cualquiera que conociera a Albus podría haber atestiguado que jamás reveló ni la más remota tendencia antimuggle. Es más, su decidido apoyo a los derechos de los muggles le ganó muchos enemigos en los años subsiguientes.

Sin embargo, en cuestión de meses la propia fama de Albus comenzó a eclipsar la de su padre. Al finalizar el primer año ya nunca más sería conocido como el hijo del enemigo de los muggles, sino nada más y nada menos que como el más brillante alumno visto nunca vez en el colegio. Aquellos de nosotros que tuvimos el privilegio de ser sus amigos nos beneficiamos de su ejemplo, por no mencionar su ayuda y estímulo, con los cuales siempre era generoso. Más tarde me confesó que incluso entonces había sabido que su mayor placer sería siempre la enseñanza. No solo ganó cada premio por mérito que ofrecía el colegio sino que pronto estuvo manteniendo correspondencia regularmente con los más notables magos de renombre de la época, incluyendo a Nicolas Flamel, el celebrado alquimista; Bathilda Bagshot, la notoria historiadora; y Adalbert Waffling el mago teórico. Varios de sus documentos se abrieron camino hasta conocidas publicaciones, como Transfiguración Hoy, Los Retos de los Encantamientos y Pociones Prácticas. La futura carrera de Dumbledore parecía que iba a ser meteórica y la única pregunta a considerar era cuándo iba a convertirse en Ministro de Magia. Sin embargo aunque en años posteriores se predijo varias veces que estaba a punto de aceptar el trabajo, nunca tuvo ambiciones ministeriales.

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