Ni los malos datos económicos, ni la conflictividad social han logrado borrarnos la sonrisa de la cara. Así lo demuestra el Barómetro de la Felicidad Mundial, según el cual el 53% de la población mundial se considera feliz, unas cifras que parecen dar la razón al político estadounidense Benjamin Franklin, quien afirmó en su día que la felicidad «no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días».
Elaborada por WIN-Gallup International a través de 52.913 entrevistas realizadas en 58 países, esta investigación concluye que, a pesar de la influencia que pueden llegar a tener situaciones como el desempleo, cuyos afectados ofrecen niveles de felicidad por debajo de la mitad de las distintas medias nacionales, tener un poder adquisitivo elevado no es condición «sine qua non» para alcanzar este estado.
Países como Nigeria o las Islas Fiyi sirven para constatar esta teoría, pues se sitúan entre los más felices del planeta a pesar de contar con unas rentas per cápita de 2.170 y 4.510 dólares respectivamente. En el lado opuesto, Italia, República Checa y Australia, cuyos ingresos son notablemente superiores, reflejan cotas de felicidad muy inferiores.
Con estos datos sobre la mesa, los responsables del estudio concluyen que las ganancias individuales sólo afectan a nuestro estado emocional en cuanto al estatus que estas nos proporcionan dentro de nuestro entorno social, siendo las clases más elevadas de una comunidad determinada sustancialmente más felices que aquellas que ocupan el escalafón más bajo.
Una de las conclusiones más sorprendentes del Barómetro de la Felicidad Mundial es que las personas creyentes se consideran a sí mismas menos infelices de lo que lo hacen aquellos individuos que no profesan ninguna religión. Frente a un 65% de católicos y un 66% de protestantes felices, tan sólo el 40% de ateos y agnósticos se describen así.
EN BUSCA DE LA ANSIADA FELICIDAD.
Libros, terapias y manuales, a ellos recurren millones de personas para poder afrontar con una sonrisa las malas noticias y los sinsabores del día a día. El autor de uno de estos textos, el divulgador científico Eduard Punset, dice no entender la capacidad infinita que tiene la gente para hacerse infeliz, pese a vivir en un «momento idílico». También asegura que una de las claves para ser feliz y sentirse realizado es tratar de reconocer aquella habilidad o capacidad que dominamos y centrar nuestros esfuerzos en ella.
Mientras, Antonio San José, responsable de la obra «La felicidad de las pequeñas cosas», sostiene que son muchos los instantes «que no cuestan dinero y que nos permiten alcanzar ráfagas de felicidad con sólo saber apreciarlos en todo lo que valen». Disfrutar de un desayuno con churros recién hechos, volver a los lugares de la infancia o escribir con una estilográfica son algunas de las «pequeñas grandes cosas» que pueden hacernos inmensamente felices.
A este «culto» a los placeres cotidianos entre los que también incluye pisar nieve virgen o recibir una llamada inesperada, el escritor añade la capacidad de saber olvidar. «Cada mañana, cuando te levantas, el contador debe estar a cero -asegura-. Vivir con la mochila llena de agravios es muy difícil». Seguro de que «la felicidad es posible siempre y cuando sepamos verla», San José concluye: «Hay que disfrutar el momento, porque esto, la vida, son cuatro días, y dos salen nublados».
Por su parte, el psicólogo y pedagogo Bernabé Tierno aconseja no perder la esperanza y afrontar nuestra existencia con optimismo, «en lugar de instalarnos en la queja, el lamento y el sentirnos deprimidos», posturas mucho más improductivas que terminan «reprogramando nuestra mente negativamente».
SER FELIZ, ¿INCLUSO EN EL TRABAJO?
Aunque a veces se nos escape, la felicidad condiciona de manera importante nuestros comportamientos laborales. De este modo las personas felices representan hasta un 88% más de productividad laboral, según demuestra el estudio «Felicidad y Trabajo» de la consultora mexicana Crecimiento Sustentable.
Los datos obtenidos por esta entidad también indican que en las organizaciones infelices el número de accidentes se incrementa hasta en un 300% respecto a las que cuentan con empleados optimistas, quienes presentan un 33% más de energía y dinamismo. Los artífices del experimento también descubrieron que la creatividad está intrínsecamente relacionada con la felicidad.
Por motivos como estos, Tierno recomienda a los empresarios tener muy en cuenta al capital humano y «tratar al más pequeño de los trabajadores como al mejor de los clientes». Pone como ejemplo al fundador de la multinacional textil Zara, Amancio Ortega, a quien aplaude por el comportamiento comprensivo y solidario que dispensa a sus empleados.
Alberto Peñalba.
Efe-Reportajes.